La pandemia invita a pensar hacia dónde queremos ir

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La Argentina en cuarentena (Photo by RONALDO SCHEMIDT / AFP)
La Argentina en cuarentena (Photo by RONALDO SCHEMIDT / AFP)

Nos llegó lo inesperado, un obstáculo cuya dimensión es capaz de poner a prueba nuestra soberbia personal y universal. La omnipotencia en crisis, un resultado que define la fuerza de la pandemia y la debilidad de nuestras certezas. Detenernos a reflexionar, no imagino que ese milagro hubiera resultado del libre albedrío. Lo logró un virus más poderoso que nuestra misma racionalidad.

Como es habitual, las palabras del papa Francisco son escasas y sus pensamientos, profundos: “La tempestad desenmascara nuestra debilidad” o “nos hemos mantenido imperturbables, pensando mantenernos sanos en un mundo enfermo”. Así fue su mensaje. La Plaza del Vaticano vacía -si hay algo majestuoso es ese espacio donde el arte y la fe se encuentran, normalmente ante multitudes- parecía resaltar ahora la mística de Francisco y la magnitud del arte que la enmarcaba.

Se acerca una Semana Santa distinta, donde la reflexión que los creyentes le dedicaban se instala hoy, por el riesgo del virus, en la totalidad de la sociedad. Uno puede ser creyente o ateo, lo importante es asumir que ambas opciones acompañan al hombre en toda su historia y ninguna permite sentirse superior o devaluar al distinto. No existieron culturas sin religión, sin rituales, sin vocación de trascendencia. La religiosidad es inherente a la condición humana, tanto como la libertad de optar en la fe o en la duda, o en la certeza. Cualquier opción exige siempre la humildad y el respeto al otro.

El Santo Padre es un don de la vida a nuestro pueblo. Como mucho de lo que recibimos, suele servir para confrontarnos o se suma, al menos, a antiguos enfrentamientos. Hoy pareciera que la pandemia nos devuelve la humildad, el encuentro entre aquellos que hasta hace poco parecía imposible reunir.

Durante el último gobierno de Perón, fui testigo del incomprendido encuentro político entre dos líderes. En ese período, sufrimos la imposibilidad de detener el enfrentamiento, y la democracia terminó aplastada por quienes no creían en ella. La democracia, el diálogo que la violencia destruyó, pueden hoy encontrar la oportunidad que no les supimos o no pudimos aportar tampoco con su recuperación. El riesgo vino a correr de lugar a los miedos. Los odios dejaron de lado a sus autores.

Macri recorre el mismo devenir que Menem, y así, la historia va quitando entidad a su gobierno. Cuando los negocios son más fuertes que la política, sus ejecutores suelen perder el derecho a una digna trascendencia. Lo mismo vale para aquellas figuras que parecían ejemplares y terminaron siendo pasajeras.

Entre tanto, el Gobierno acierta en su convocatoria a la unidad. Claro que luego la recuperación económica va a implicar un desafío imposible de cursar sin un proyecto capaz de convertirse en el modelo a construir que permita nuestra recuperación como país. No hay destino sin rumbo, y ese desafío es de la política, más allá de economistas y encuestadores, de deudas y limitaciones. Desde el último golpe de Estado, somos una sociedad extraviada, sin destino ni dirigencia que logre devolverle la esperanza. Los fanatismos sirvieron de refugio a la frustración, los personajes no lograron forjar una salida y, en consecuencia, todos ellos deben asumir su impotencia. No tenemos a dónde volver, ni peronistas ni radicales ni liberales; demasiados fracasos para que alguien se pueda sentir dueño de la verdad.

La pandemia es universal, nos ubica en una crisis que compartimos con los países desarrollados. Para ellos, quizá, sea solo un alto en el camino; para nosotros, podría convertirse en el tiempo de reflexión necesario para cambiar nuestra manera de relacionarnos. La frivolidad y el exitismo son parientes de lo pasajero, de esa manera de sentirnos dueños del futuro y caer otra vez en el duro pozo de la casualidad. En los últimos años, nos cansamos de consumir figuras que surgían como promesas y no soportaban el retorno a la carencia del cargo. Demasiados monjes que dejaban de serlo en el mismo momento de perder el hábito. Exceso de soberbia inconsciente para exhibir mediocridades.

Lo trascendente es el espacio de la política al que solo nos conduce el camino de la reflexión, ese es el desafío necesario de afrontar para reencontrar su vigencia. Esta pandemia puede servir como instigadora y cuestionadora, como aporte de un tiempo necesario para recobrar el valor del talento y la humildad. Con esas dos sencillas virtudes, acompañadas de una férrea voluntad, el resto nos será dado por añadidura. Que la codicia impuesta por el imperio de la mediocridad sea derrotada por la urgencia de recuperar el destino colectivo. Un buen sueño para cuando salgamos del miedo. Como decían en el Mayo francés, seamos realistas, pidamos lo imposible.