El gran desafío que enfrenta la economía

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Un hombre con una máscara facial protectora en en el distrito financiero de Lujiazui en Shanghái, China, el 13 de marzo de 2020. REUTERS/Aly Song
Un hombre con una máscara facial protectora en en el distrito financiero de Lujiazui en Shanghái, China, el 13 de marzo de 2020. REUTERS/Aly Song

En este tiempo de cuarentena, me pregunto qué grado de responsabilidad tienen las distintas áreas del conocimiento en la pandemia que nos azota. ¿Qué parte toca a la ciencia económica?

Veamos un poco de historia. Aristóteles utilizó el término oikonomiké para expresar el uso de lo necesario para la vida buena. Patentizó, así, un vínculo inicial entre la ética y la economía, a través de los fines que se plantea la humanidad.

Durante siglos, la ética se mantuvo relacionada con el estudio de la economía. Incluso Adam Smith, considerado el padre de la ciencia económica, se fundó su pensamiento, también en ésta.

Pero con David Ricardo el análisis económico comenzó un largo proceso de distanciamiento del plano ético, al introducir un enfoque más próximo a la ingeniería, centrado en los “medios” y dejando de lado los “fines”, a los que consideraba dados.

La ética hace frente a los problemas derivados de la fragilidad del planeta. Los recursos naturales no sólo son limitados sino que además son susceptibles de los ataques del ser humano, hoy convertido en su enemigo.

La ecología estudia la vida y cómo interactúan los organismos vivos entre sí y con su medio ambiente físico. Analiza las interrelaciones que regulan la distribución y abundancia de los seres vivos. Y el hombre, al intervenir en estos procesos para alcanzar determinados logros económicos, provoca desórdenes que, a la postre dañan su propia existencia. El distanciamiento entre la ciencia económica y la ética, por ello, es causa de los problemas ecológicos que sufre el mundo. Acá, juega un papel preponderante la codicia y la ambición desmedida.

La carta, enviada en 1855 por el jefe indio Seattle de la tribu Suwamish al presidente de EE.UU., expresa: “La tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida: es sólo una hebra de ella. Todo lo que haga a la red se lo hará a sí mismo”.

Nuestro dominio de la naturaleza puede conducir a su destrucción; necesitamos no rechazar el poder sino un poder basado en la responsabilidad. Así se constituye la responsabilidad en un paradigma en ética.

Recién en los últimos años, al comprobar los múltiples daños al ecosistema y, por ende, a la calidad de vida de la gente, la economía ha empezado a tornar su mirada a la ética. Ha comenzado a entender su horizonte de mediano y largo plazo por lo que reconoce las restricciones que debe imponerse en pos del desarrollo sustentable. Pero todavía esta mirada se encuentra en sus inicios.

Nos dice Amartya Kumar Sen (Nobel en Economía): “No hay ninguna justificación para disociar el estudio de la economía del de la ética y del de la filosofía. La economía puede hacerse más productiva prestando una atención mayor y más explícita a las condiciones éticas que conforman el comportamiento y el juicio humano".

Con las pandemias y el calentamiento global queda patente la necesidad de modificar el “paradigma” de la maximización de beneficios, predominante en la ciencia económica.

El criterio de maximización de beneficios, finalmente, ha iniciado un suave proceso de subordinación a la ética y los valores y, por ende, la sustentabilidad ambiental.

El instrumental de la economía así como de la ecología debe utilizarse paralelamente y simultáneamente con los principios éticos. De esta forma, es posible adquirir una visión holística de lo que es y de lo que no es posible ni deseable.

La explotación de los recursos (finitos) requiere de la ecología. No se trata sólo de problemas de eficiencia económica. La economía no puede asignar recursos en el contexto de un sistema global que desconoce. El problema está en procesos como la implacable deforestación, la excesiva urbanización y la industrialización desenfrenada a través de los cuales hemos dotado a múltiples microbios patógenos de medios para llegar hasta el cuerpo humano y adaptarse. Y que merced a la globalización, fácil resulta su propagación en el mundo. La destrucción de los hábitats lleva a la extinción de muchas especies como plantas medicinales y animales en los que la farmacopea se ha basado tradicionalmente.

Juan Pablo II advierte que es imprescindible un cambio profundo en «los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad”. En otras palabras: se necesita el desarrollo de instituciones de producción y consumo que sometan los deseos y aspiraciones de los hombres a determinadas vías de acción en el marco de la ética y la ecología.

La crisis ambiental exige que la economía tome en cuenta la ética y la ecología a través de un sistema de valores donde la integralidad del hombre se desarrolle en armonía con el medio donde se desenvuelve.

Este es el gran desafío que enfrenta la economía: entender el universo y proponer herramientas a través de la integración científica.

Es horriblemente dolorosa. Sin embargo, la pandemia puede dejar esta enseñanza. Hay que aprovechar la crisis como oportunidad.

El autor es economista y profesor de la Universidad del CEMA