No voté por Alberto Fernández. Discrepo con varias de sus políticas, como alguna de las que postula su ministra de Seguridad, por ejemplo, aunque concuerdo con otras como la reformulación de los juzgados federales. No entiendo bien otras, como el rumbo económico, aunque eso no es extraño: sé poco de economía.
Pero al actual Presidente lo sorprendió un cisne negro que jamás hubiese podido imaginar cuando se postuló en las elecciones del año pasado. No puede compararse la crisis sanitaria que asuela al mundo en estos días con ninguna crisis financiera o social desde la recuperación democrática.
Asimismo, no puede dejar de considerarse que Fernández es el primer Presidente de un “gobierno justicialista de coalición”. Por primera vez, las distintas vertientes del peronismo en el gobierno no se “alinean detrás del que ganó”. Cada uno sigue alineado con quien lo estaba. Con la vicepresidenta Cristina Fernández, con el presidente de la Cámara de Diputados Sergio Massa, y otros. O lo seguía, hasta esta crisis.
Y esto no está ni bien ni mal, simplemente es. Dadas tales condiciones, el liderazgo uniforme, conseguir la homogeneidad de un Gabinete multicolor, no es sencillo. Además, no puede omitirse que el país está económica y financieramente destrozado, como si al Presidente no le alcanzaran las complicaciones.
Con todo ese viento en contra, debe decirse que el presidente Fernández ha superado las expectativas en materia de gestión comunicacional de la crisis más terrible que podría aquejarnos, simplemente porque amenaza la vida en forma masiva, como ninguna otra.
El Presidente comunica más que correctamente. Su postura y su forma de expresarse transmiten tranquilidad y confianza. También seguridad. Levanta el tono cuando advierte que va a castigar a quienes especulen con la salud, y lo modera cuando explica medidas de cuidado colectivo; y en ambos casos resulta convincente.
Por otro lado, ha conseguido mixturar con acierto la opinión de los expertos con la demanda social. La suspensión de las clases, en su momento, fue una muestra clara. Era un clamor social, pero los especialistas médicos decían que no era necesario todavía. Entre hacerlo tres días después, generando un estado de fuerte inquietud en la sociedad, y adelantarse un poco para llevar serenidad, el presidente eligió llevar paz, y en el momento oportuno.
Fernández se está mostrando en esta crisis no solo como un líder que toma medidas enérgicas y acertadas, sino como un tiempista, que elige con precisión el momento de actuar.
Sintetizar dentro del mismo comunicador serenidad y aplomo, junto a severidad para los incumplidores, no es tarea sencilla. En general, los gobiernos suelen desdoblar ambas funciones en dos comunicadores diferentes, pero Alberto Fernández lleva ambos mensajes conjuntamente, con total naturalidad y en ambos roles resulta creíble. No es poco.
Rodearse de dirigentes opositores y oficialistas con responsabilidad de gobierno, tomando medidas conjuntas, sin un solo atisbo de contradicción entre ellos, no solo es muestra de responsabilidad política y madurez, es también un mensaje de gestión comunicacional extraordinario. Toda la simbología que rodea a los mensajes presidenciales, incluso la frecuencia de los mismos, es inmejorable.
Ha habido errores. Ginés González García se apresuró a decir que la pandemia “acá no va a llegar”. ¿Eso lo hace un mal ministro?. No, ni un poco, pero sí un comunicador “quemado”. ¿Cómo reaccionó el gobierno? Simple, le quitó exposición aunque no gestión. Ahora comunican los infectólogos del grupo de asesores médicos que asisten al presidente en esta crisis, y Fernán Quirós, el ministro de Salud porteño, gran sanitarista y comunicador, que Horacio Rodríguez Larreta parece haberle cedido en préstamo al equipo de Fernández para este partido que es, claramente, la final del mundo. El Gobierno entonces sigue comunicando desde la especialidad, sin exponer al ministro que se equivocó y sin perder al mismo en materia de gestión, donde es experimentado y reconocido. Ninguna estrategia podría ser mejor.
El actual Presidente no comunicaba con tal eficiencia previamente a esta crisis. El mensaje era más errático, menos uniforme y consistente, y por supuesto contrapuesto con otros líderes, incluso de su propia coalición de gobierno.
Este Alberto Fernández ha demostrado ser un enorme gestor de comunicación de crisis. Luego de ella habrá que ver si ha sido un líder comunicacional extraordinario “de crisis” o “nacido de la crisis”, es decir si tales habilidades le son útiles solo en momentos extremos, o si consigue mantenerlas en tiempos de mayor calma. En cualquier caso, esta virtud del Presidente aparece en el momento justo, clave, crítico, cuando la salud, la vida y la muerte de los argentinos se juega a todo o nada.
El autor es abogado y consultor. @minottih