Entre lo ideal y lo real

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Michelangelo Buonarroti brilló en todas las artes posibles. Detallista y perfeccionista al máximo, sus contemporáneos no dudaron en llamarlo “el Divino”. Una fina línea que cruza la rodilla de su espléndida obra del “Moisés”, esculpe la leyenda del artista que, impactado por la belleza que había alcanzado al finalizar su obra, la miró a los ojos y le gritó: “Y ahora…¡habla!”. Ante el silencio de la perfecta figura y en uno de sus clásicos raptos de escaso humor, golpeó el mármol dejando para siempre aquella huella.

El enorme Miguel Ángel, mucho más grande que la increíble escultura de más de dos metros que cumplió cinco siglos hace pocos años, había llegado al punto de no lograr diferenciar lo real de lo ideal, la distinción entre la obra y el sueño. La marca que deja con su golpe en la figura lo devuelve a la realidad. Esa brecha que vivimos continuamente entre nuestro contexto y nuestros anhelos, entre nuestra tierra y nuestros cielos.

De carácter difícil, complicado y frío como sus mármoles, se conoce la discordia y celos que separaban a Miguel Ángel de uno de sus más célebres vecinos en la Florencia del Renacimiento, Leonardo Da Vinci. Pese a la distancia personal que existía entre ellos, el creador de la Gioconda tenía la misma dificultad en diferenciar lo real de lo ideal, al punto de haber dicho ante sus propias obras: “El ojo recibe de la belleza pintada el mismo placer que de la belleza real”.

La grieta entre nuestro presente y lo que alguna vez soñamos ayer para nuestro hoy puede resultar en orgullo o desilusión, en conformismo o nuevas esperanzas, en frustraciones o nuevos desafíos. A la vez, lo que diseñemos hoy para nuestros mañanas estará indefectiblemente limitado a nuestras realidades fácticas, lo que atentará contra la concreción total de nuestros sueños. ¿Deberíamos entonces someternos a vivir sólo de nuestras realidades a costa de sacrificar sueños e ideales? ¿O quizá priorizar nuestras quimeras, haciendo a un lado la tangible y limitante realidad que nos enrostra a diario nuestro contexto?

La brecha entre lo que quiero y lo que puedo, entre lo que deseo y lo que tengo, entre lo ideal y lo real, es la lucha interior por alcanzar el equilibrio espiritual de una vida ganada. Se trata de hacer poesía con la propia existencia. En palabras de Ibsen: “Grande o pequeño, todo hombre es poeta si sabe ver el ideal, más allá de sus actos”.

El Moisés de Miguel Ángel abraza en su pecho las Tablas de la Ley. Mientras tanto, el Moisés de nuestro texto está a punto de construir el Santuario donde residirán esas Tablas, según precisas instrucciones divinas. Le encarga entonces a un artista llamado Betzalel toda la obra. Al concluirla, el texto dice que “Betzalel hijo de Uri hizo toda la obra según le había prescripto Dios a Moisés” (Éxodo 38:22). Sin embargo, al revisar los pasajes previos, podemos notar una sutil diferencia entre lo que Moisés escucha y transmite de la orden divina, y lo que Betzalel finalmente hace.

En capítulos anteriores Dios prescribe a Moisés, con sumo detalle, construir en primer lugar todos los instrumentos y mobiliarios necesarios para los rituales y el trabajo espiritual (Cap.25), para recién después erigir la estructura de la Tienda Sagrada (Cap.26). Sin embargo, al momento en que Betzalel realiza la obra, primero construye la Tienda (Cap. 36) para, recién al finalizar, elaborar todos los elementos que contenía la Tienda en su interior (Cap. 37 y 38).

¿Cómo es posible que el texto nos diga que Betzalel hizo todo acorde al mandato divino? ¿Acaso Moisés entendió mal? ¿Acaso nos infiere el texto que ambos escucharon del mismo Dios el mismo mandato y entendieron cada uno algo diferente?

El desacuerdo entre Moisés y su arquitecto tiene que ver con prioridades en sus convicciones. Para Moisés primero era lo interior, el objetivo del encuentro con lo divino. Esos utensilios eran la fuente de contacto con lo celestial. Para el arquitecto Betzalel, resultaba inimaginable carecer de una estructura, un cuerpo donde habilitar lo que viviría dentro. No se trata de cuál de los dos estaba en lo correcto, sino de las estrategias, las herramientas y los objetivos. Se trata de la brecha entre lo real y el ideal.

Sin dudas, Betzalel comprende la importancia suprema de los elementos interiores del Santuario. Estos son justamente, desde la perspectiva filosófica de Moisés, el ideal a alcanzar. Pero este artista, a la inversa de Michelangelo, descubre lo real. Entiende que Moisés tiene razón en la teoría, pero que él debía trabajar y moldear su obra en la práctica. Moisés asegura que lo esencial habita en lo interior. Betzalel, lejos de contradecirlo, asegura que eso debe ser trabajado después de cuidar y construir lo exterior. Betzalel necesita de un Moisés para que lo guíe en el diseño y el ideal a alcanzar. Moisés necesita de un Betzalel para que lleve sus ideales a través de la realidad, y entonces poder construir sus sueños en esta tierra.

Las dos orientaciones deben poder mantener esa conversación, lo ideal y lo real.

El balance calibrado entre ambas dimensiones nos habla de la importancia del cuidado del cuerpo y de la atención al alma, nos intima a proteger nuestras estructuras y paredes para poder alimentar sanamente nuestra interioridad. A vivir protegiendo nuestro medio ambiente para celebrar nuestros valores. A priorizar el respeto a nuestro contexto, para aspirar como destino a nuestros sueños.

Bertrand Russell decía que los científicos se esfuerzan por hacer posible lo imposible, mientras que los políticos hacen imposible lo posible. La ciencia sin dudas nos ha demostrado que lo que ayer era sólo un sueño hoy es real. Es desde esta mirada que debemos comprender que hay cosas que hoy no son posibles, pero que con dedicación de artistas lograremos que lo sean mañana. Desde esta perspectiva, lo “posible” es ese estadío existencial entre lo ideal y lo real. Si logramos ver nuestra vida como una obra de arte, definitivamente será posible llevar nuestra realidad a nuestra ilusión.

En estos tiempos difíciles de encierro, aislamiento, incertidumbre por el mañana, temores por la salud y miedos por la economía, duelen más que los faltantes de alcohol la falta de los abrazos. Ésta es hoy, y sólo hoy, nuestra realidad. Pero es posible diseñar justamente, desde este contexto, el ideal de mañana que queramos construir. La sociedad que seremos está naciendo en la perspectiva en la que hoy nos sentimos. En tiempos en donde se cierran fronteras, han caído todas las fronteras. Dentro de casa, escuchando aplausos en honor a tantos héroes de la hora, saboreando a la familia en cada minuto del día y no sólo a veces, y aprendiendo a valorar tantas cosas obvias de nuestra vida cotidiana cuando nos son vedadas, hoy han caído las fronteras. No hay países, ni religiones, ni estratos sociales ni económicos, ni razas ni colores. Somos una sola humanidad en esta realidad, definiendo el ideal de humanidad que seremos en el después.

Amigos queridos. Amigos todos.

Miguel Ángel comenzó su Moisés a sus 40 años. Le prometieron que sería parte de la imponente obra funeraria del Papa Julio II en la majestuosa Basílica de San Pedro. Sin embargo, terminó en la pequeña iglesia de San Pietro in Vincoli, e instalada allí recién a sus 70 años. Tampoco el verdadero Moisés llegó a la Tierra Prometida por la que tanto caminó. Sin embargo, la peregrinación de aquél Moisés sigue siendo inspiración para el mundo a través de los siglos y la escultura de Buonarroti, aún con su rodilla magullada, la más perfecta de todos los tiempos.

Sin dudas, existe una brecha entre lo real y lo ideal. Pero somos nosotros, en cuerpo y en alma, quienes tenemos la capacidad de encontrar el equilibrio entre el Moisés y el artista que viven dentro nuestro. Entonces descubrir el arte de transformar lo imposible, en real. Porque tal como dijo Saint-Exupéry: “No se trata sólo de prever el futuro, sino de hacerlo posible”.

El autor es rabino de la Comunidad Amijai, y Presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti.