La Argentina, ante la posibilidad de relanzar su relación con EEUU

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Estados Unidos comienza a atravesar un nuevo año electoral que culminará en noviembre con unas elecciones presidenciales que no sólo suscitan el interés de los ciudadanos estadounidenses, sino que también generan una gran expectativa en la región y el mundo.

Un año electoral que el próximo martes tomará un fuerte impulso con el denominado “supermartes”, en las que 13 Estados (entre ellos, algunos clave en términos de cantidad de votos en el colegio electoral, como California o Texas)

Si bien el 3 de noviembre, día en que formalmente se realizarán los comicios, será la jornada más importante ya que los ciudadanos expresarán en las urnas la voluntad popular, las primarias de los dos partidos más importantes definirán, no sólo quienes competirán por la presidencia del país, sino que delinearan el tono y estilo de la campaña, los temas principales de debate, y el terreno de la contienda.

Y, además, definirán las posibles perspectivas futuras del gran país del norte en materia económica y comercial. En este marco, Argentina tiene la posibilidad de renovar o relanzar su relación bilateral con Estados Unidos.

¿En el camino a la reelección?

Como es de esperar en un país donde el voto no sólo es obligatorio sino también un camino plagado de obstáculos que desincentivan la participación –entre ellos la inscripción previa-, solo el 60% de las personas votan. Este reducido número, superado en términos porcentuales por la mayoría de democracias en el mundo –en argentina está en torno al 80%- termina diluyéndose en la elección indirecta. Como era hasta la reforma de 1995 en nuestro país, los estadounidenses no eligen directamente a los candidatos, sino que eligen candidatos que compondrán un colegio electoral, el cual con posterioridad elegirán al presidente.

Como particularidad de este sistema, un candidato presidencial puede haber resultado el más elegido en términos de votantes, pero no así en términos de electores, ya que cada estado tiene una cantidad de electores distinta. Tal fue el caso de la ex candidata demócrata, Hillary Clinton, quien en 2016 “ganó” en términos de voto popular, pero perdió en términos de cantidad de electores.

De los 538 electores que hay en el país, el próximo presidente necesita 270, para lo cual resulta fundamental ganar en los estados que le otorgan la totalidad de electores y realizar campañas eficientes en aquellos estados –como Nebraska- que los reparten proporcionalmente.

Según diversos pronósticos, el polémico Donald Trump –quien ha sabido valerse de dicha polémica para posicionarse tanto en la agenda pública antes de asumir, como para articular acuerdos como mandatario- pareciera liderar la carrera presidencial.

Para muchos, Trump ha sabido combinar esta estrategia comunicacional con resultados reales de gobierno, sobre todo en materia económica. Entre ellos, su principal “caballo de batalla” será el saldo positivo en la reducción del desempleo, el cual hacia finales de 2015 rondaba el 5% y en la actualidad se ubica en el 3,6%, siendo el menor en los últimos 25 años.

Por otro lado, cabe no soslayar la tradición que caracterizó los últimos 90 años de procesos electorales en aquel país. Desde 1933, solo tres mandatarios han perdido -habiéndose presentado- a la reelección. El primero fue el republicano Gerald Ford en 1976 –quien siendo vicepresidente asumió la presidencia tras la renuncia de Nixon a causa del escándalo Watergate-, el segundo el demócrata Jimmy Carter en 1980 y el tercero el republicano George Bush (padre) en 1992. En otras palabras, estadísticamente hablando, la posibilidad de que un mandatario tenga dos períodos consecutivos de gobierno es alta y en los presidencialismos, el presidente cuenta con cierta ventaja frente a sus competidores.

La particularidad de este año electoral es que, mientras en 2016, año en que Barack Obama concluía sus dos mandatos, los republicanos contaban con una extensa lista de posibles candidatos en una oferta electoral no sólo muy fragmentada sino muy diversa en términos de posicionamientos político-ideológicos, hoy esa situación la tienen los demócratas.

Así, de los ocho precandidatos –entres quienes están el vicepresidente de Obama, Joe Biden, el popular senador de Vermont, Bernie Sanders y el multimillonario y ex alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg-, cinco son hombres y tres son mujeres; el promedio de edad es de 63 años, siendo seis candidatos mayores de 60 años (cuatro mayores de 70) y dos de 38 años.

Si bien la fecha clave, marcada en el calendario de todo político estadounidense es el 3 de noviembre, para los demócratas la jornada del 6 de junio definirá quién de todos sus candidatos tendrá los avales suficientes para aspirar competir contra el líder de los republicanos. La gran incógnita es si el partido podrá poner frente a Trump una candidatura realmente competitiva.

Una relación pendular

En la historia reciente de la Argentina, la relación con Estados Unidos ha sido pendular. Sin una clara estrategia que pudiese sobrevivir a los cambios de gobiernos, el vínculo entre la Casa Rosada y la Casa Blanca, ha sido, en no pocas ocasiones, materia de discusión política interna y de posicionamientos electorales. Para muchos políticos locales, los presidentes estadounidenses fueron un recurso pertinente a la hora de construir un discurso de amigos/enemigos. Valga como ejemplo histórico el Braden o Perón, que estructuró la competencia política en las elecciones presidenciales de 1952 en las que el General Perón derrotó a la oposición nucleada en la Unión Democrática.

Siguiendo la biblioteca clásica sobre populismo, crear un adversario hostil (sobre todo externo) a un pueblo que lo padece, es necesario -y muy funcional- para erigir a un líder que lo enfrente, “proteja” al pueblo y lo lleve a una situación de bienestar. Para los argentinos esta estrategia discursiva es tan conocida, seductora en términos electorales, como improductiva en materia de relaciones bilaterales.

Nuestra relación con el país más poblado de América y principal potencia mundial ha sido, indudablemente, oscilante. Desde las “relaciones carnales” de la década 1990, pasando a la frialdad y la confrontación ideológica del kirchnerismo, para volver a una relación diplomática sustentada en la amistad personal que, en sus propias palabras, unía desde hace años a Macri y a Trump.

Sin dudas, no será lo mismo la estrategia de relacionamiento con Estados Unidos si continúa Trump, si gana Biden, o si Bernie Sanders da una sorpresa. Pero lo cierto es que Argentina no puede basar su política exterior en si el presidente es amigo, lo conoce de toda la vida o si le desagrada lo que el mandatario extranjero piensa o representa ideológicamente

Si como señaló Alberto Fernández, la impronta de Cancillería va a ser la de generar más y mejores vínculos comerciales, el pragmatismo y la cautela son piezas clave en ese armado. Todo ello para defender aquello que Hans Morgenthau, uno de los más reconocidos teóricos de las relaciones internacionales, identificara en su clásico “Política entre las naciones” como el principal objetivo de la política exterior: la defensa del interés nacional.

*Sociólogo, consultor político y autor de “comunicar lo local” (Parmenia, 2019)