La preocupante debilidad del sector privado argentino

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Marcos Galperin renunció y se fue a vivir a Uruguay (Patrick T. Fallon/Bloomberg)
Marcos Galperin renunció y se fue a vivir a Uruguay (Patrick T. Fallon/Bloomberg)

Semanas atrás se supo que Marcos Galperin, presidente de Mercado Libre, la empresa más exitosa e innovadora del país, renunció a su cargo en la Argentina y se fue a vivir a Uruguay. Esta noticia debería haber causado una conmoción. No solamente por la preocupación que genera que esta compañía en particular comience a priorizar otros países -un ejecutivo brasilero reemplazo a Galperin en el directorio- sino porque es un síntoma más de un grave problema que enfrentamos: nuestro sector privado es poco exitoso e innovador.

Si uno compara al empresariado argentino con los de otros países de la región queda en claro su debilidad. Según datos del Indec, tan sólo el 23% del valor que producen las 500 mayores empresas que operan en nuestro territorio proviene de compañías argentinas. A esto debemos sumarle que la Argentina cuenta con muy pocas empresas multinacionales. Tanto en Chile como en Brasil la situación es mucho mejor.

¿Por qué debería preocuparnos esto? En primer lugar, porque el sector privado es el responsable de generar riqueza, recursos que nuestra sociedad necesita de manera urgente. El Estado puede redistribuir la riqueza y ayudar a que las empresas la generen a través del establecimiento del Estado de derecho, la inversión en ciencia básica o la provisión de una educación pública de calidad, pero la historia nos muestra que el sector público es incapaz de producir de manera eficiente.

Pero no sólo es importante tener empresas, también lo es que sean argentinas. Y no solamente porque las mejores fuentes de trabajo suelen quedarse en las casas matrices (el iPhone, por ejemplo, se produce principalmente en Asia pero la mayor parte del valor generado se queda en Estados Unidos) sino también porque un empresario nacional tiene un mayor compromiso con su país que el que puede tener el gerente de una firma extranjera que rota entre continentes. Esto último resulta importante porque cualquier dirigencia exitosa necesita contar con una pata empresarial.

¿Qué explica la debilidad del sector privado en la Argentina? En gran medida la falta de reglas claras y estables. Para poder crecer, y crear empleos de calidad en el proceso, un empresa necesita acceso al crédito y poder incrementar su capital en condiciones razonables. Requiere asimismo tener alguna certidumbre sobre la evolución de las principales variables de una economía (tipo de cambio, inflación, carga impositiva, etc). Cuando esto no ocurre, se vuelve sumamente difícil competir en un mercado que, querramos o no, es global. Como sabemos, esto no ocurre en la Argentina.

Pero la crisis por la que atraviesa el sector privado argentino no es únicamente responsabilidad del contexto social o económico en el que se encuentra, sino también de los propios empresarios. Muchos de ellos no suelen pensar en el largo plazo y no se involucran en el debate público. Otros tantos han caído en la tentación de dedicarle más tiempo y recursos a hacer lobby que a volver más eficientes a sus compañías.

Necesitamos entonces más y mejores empresas. Un primer paso que podemos tomar para que esto ocurra consiste en incentivar la competencia interna y externa. Algunas de las regulaciones que encontramos en nuestra economía son el producto de empresarios que quieren impedir el ingreso al mercado de potenciales rivales. Estas regulaciones tienden a acumularse a través del tiempo, poniéndole así “un pie invisible“ encima a algunas de las compañías más innovadoras. Deberíamos por lo tanto iniciar, como lo ha hecho recientemente Estados Unidos, un programa que tenga como objetivo eliminar regulaciones innecesarias.

Pero quizás el paso más importante que podría dar la Argentina para volver más productivo al sector privado consiste en firmar tratados que faciliten el comercio y las inversiones con otros países. Estos acuerdos proveen al menos dos beneficios. Para empezar, incrementan el comercio, lo cual nos permitiría formar parte de las cadenas globales de valor. Importaríamos así insumos en condiciones más favorables a las actuales para luego usarlos en la elaboración de productos más competitivos. De esta manera podríamos incrementar nuestras exportaciones. El sector de servicios y el campo se verían particularmente beneficiados por el comercio debido a su relativa competitividad.

Si bien este proceso debe darse de manera gradual para evitar la pérdida de empresas y trabajos, existe un amplio consenso entre los economistas respecto a que los beneficios del comercio superan a los costos. Esto significa que al ser una de las economías más cerradas del mundo (en términos de lo que comerciamos en relación al tamaño de nuestra economía) aún tenemos mucho por ganar.

El segundo beneficio consistiría en el establecimiento de reglas de juego más claras. Al firmar estos acuerdos nos comprometeríamos a respetar ciertas instituciones y normas. Esto a la vez reduciría significativamente los niveles de incertidumbre, impulsando así las inversiones. Esto de hecho es lo que ocurrió con aquellos países que firmaron acuerdos de este tipo con la Unión Europea.

El autor es secretario general del CARI y global fellow del Wilson Center.