El uso del celular y la renuncia voluntaria a la privacidad

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(Foto: Shutterstock)
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Resultan evidentes las enormes ventajas de la tecnología moderna, la cual libera recursos humanos y materiales para poder encarar otros proyectos y satisfacer otras necesidades al tiempo que los empresarios, al efecto de sacar partida de nuevos arbitrajes, capacitan en otros campos y habilidades diversas. Esto ha ocurrido desde la invención del arco y la flecha, la rueda y el martillo, que permiten ahorrar tiempo e incrementar la productividad.

Por supuesto que todo avance tecnológico puede usarse bien o mal; pueden usarse para mejorar como seres humanos o para que los gobiernos espíen, persigan y atropellen a los gobernados. Para evaluar esta pulseada moral es indispensable que el progreso tecnológico sea acompañado por valores de respeto recíproco. De lo contrario, la batalla estará perdida si no existe este acompañamiento, pues así la tecnología será una maldición: permitirá engullir libertades con más rapidez y contundencia.

Hoy en día observamos un fenómeno dual. Por una parte, avances notables en rubros como la medicina, que permiten intervenciones quirúrgicas a distancia y diagnósticos a tiempo para detectar problemas de salud a través de aparatos que parecen milagrosos. Por otro lado, nuevos recursos para que el fisco estrangule a los contribuyentes mientras se estudian métodos de encriptado y equivalentes al efecto de salvarse de las garras del Leviatán.

Y aquí viene el nudo de esta nota que resumo de esta manera: me intriga sobremanera lo que está sucediendo con los celulares desde la perspectiva psicológica de un número considerable de usuarios. Me refiero a los que están prendidos -esa es la palabra que corresponde- a sus celulares desde que abren un ojo a la mañana hasta que quedan exhaustos derrotados por el sueño a la noche. Miran y vuelven a mirar la pantalla chica y en gran medida hacen como que se comunican. Pero la pregunta es si realmente en la era de la comunicación en no pocos casos hay comunicación o los usuarios a su vez se convierten en una gran pantalla que disimula o disfraza una relación que no es tal. Por ejemplo, en un restaurante se observa a todos los comensales mirar sus celulares que presentan la fachada de la comunicación. Es una fachada, pues no están comunicados con los comensales presenciales ni tampoco con los virtuales dado que no puede conversarse sobre varios temas simultáneamente. Es un imposible.

Entonces parecería que hay un divertimento que circula en el vacío sin verdaderos destinatarios. Creo que, entre otras muchas cosas, esto explica en parte los reiterados fracasos matrimoniales y familiares pues no hay alimentos recíprocos del alma ya que no hay conversación posible en este clima de celulares y pantallas perpetuas.

La mayoría entonces está jugando a la comunicación pero en verdad están no solo incomunicados entre sí sino desconectados del mundo que solo miran de reojo muy superficialmente. Estimo que estos sucesos son también materia de educación para revertir estos síntomas y para que los humanos no se transformen en zombies mucho más entrenados para someterse a los dictados de la omnipotencia gubernamental.

Resulta llamativa la sensación de orfandad y la desmedida angustia y por momentos desesperación que experimentan ciertas personas cuando se percatan de que no llevan consigo el celular, como si estuvieran desprotegidas y desamparadas en una soledad estremecedora y abrumadora en una especie de síndrome de abstinencia.

Incluso hay peatones que en la vía pública han atropellado a personas y llevado por delante columnas hipnotizados por el celular, para no decir nada de los accidentes de tránsito debido a los mismos motivos: los ensimismados, encajados y enfrascados en los aparatitos de marras.

Uno de mis libros se titula Nada es gratis para subrayar que en la vida todo tiene un costo que los economistas denominamos “costo de oportunidad”. Si las redes se presentan como gratuitas, hay que meditar dónde se encuentra el negocio y, tal como se ha apuntado, la conclusión es que el negocio es el mismo usuario por lo que es del caso estar atento a la preservación personal y no dejarse usar malamente.

Es pertinente en estos territorios prestar debida atención a las trifulcas ocurridas en Facebook como consecuencia de falsas identidades y la difusión de datos confidenciales. Y para otra tropelía mayúscula en relación al mal uso de la tecnología, véase lo acaecido en torno al corajudo Edward Snowden sobre lo que he escrito en detalle vinculado a distintos aspectos del caso en este y en otros medios.

En una línea argumental conexa deben agregarse las aplicaciones en los celulares de jueguitos que entrenan para la violencia extrema o algunas producciones emitidas en series cuyas tramas destruyen valores esenciales.

Finalmente a este respecto y en otro plano de análisis, es de interés consultar el informe presentado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) donde se consigna que el uso indiscriminado y repetitivo de los celulares puede traer aparejados trastornos de cierta gravedad en el sistema nervioso.

En este mismo contexto, antes he escrito sobre la importancia decisiva de la privacidad pero ahora en relación al uso de celulares es oportuno reiterar muy parcialmente lo dicho al efecto de subrayar el punto.

La privacidad es el contenido de nuestro ser, es lo exclusivo. Sin privacidad lo humano se convertiría en una pestilente masa amorfa que le daría la espalda al hecho de que cada uno es único e irrepetible en toda la historia de la humanidad, situación en la que además la cooperación social y la consecuente división del trabajo quedarían severamente amputadas. Mezclar y batir el conjunto obstaculiza lo individual y lo distinto donde desaparecerían las fronteras de lo personal.

Para que no ocurra lo anterior es menester que cada cual cultive sus potencialidades en busca del bien. Los lugares en donde en gran medida se reúnen los jóvenes están hoy tan dominados por altísimos decibeles que apenas pueden intercambiar la hora y el nombre de pila para no decir nada de la exploración de Ortega y Gasset (a veces si se les mencionara este pensador conjeturo que concluirían que se trata de dos personas).

En la era digital y a pesar de sus extraordinarias contribuciones, a veces alarma la falta de concentración y la degradación del lenguaje que, por ejemplo, provoca la metralla y el tartamudeo de tuits muchas veces en idioma de Tarzán que limita la comunicación y el lenguaje, por tanto, el pensamiento (sin lenguaje no se puede pensar). Notamos que en la actualidad el batifondo y la imagen sustituyen a la conversación y la lectura de obras que alimentan el alma.

Hay en general hay una tendencia marcada a divertirse, esto es como la palabra lo indica a divertir, a separar de las faenas y obligaciones cotidianas para distraerse lo cual es necesario pero si se convierte en una rutina permanente se aparta de lo relevante en la vida para situarse en un recreo constante, lo cual naturalmente no permite progresar. Incluso cuando se pregunta como marchan los estudios en la facultad la respuesta suele consistir en que prefiero tal o cual asignatura “porque me divierte”.

Según el diccionario etimológico, “privado” proviene del latín privatus, que significa en primer término “personal, particular, no público”. El ser humano consolida su personalidad en la medida en que desarrolla sus potencialidades y la abandona en la medida en que se funde y confunde en los otros, esto es, se despersonaliza y se amputa de si mismo y se hace dependiente. La privacidad o intimidad es lo exclusivo, lo propio, lo suyo, la vida humana es inseparable de lo privado, lo privativo de cada uno. Lo personal es lo que se conforma en lo íntimo de cada cual, constituye su aspecto medular y característico. El entrometimiento, la injerencia y el avasallamiento compulsivo de la privacidad lesiona gravemente el derecho de la persona pero nos parece que la meticulosa exposición voluntaria presenta una luz colorada en el horizonte.

Como queda dicho, lo verdaderamente paradójico es la tendencia a exhibir la intimidad voluntariamente sin percatarse que dicha entrega tiende a anular al donante. Más aun parecería que algunos quisieran vivir en un carnaval perpetuo que como se ha hecho notar oculta el verdadero ser para confundirse con el otro yo de la máscara y también proceden en un caminar distinto al ritmo del samba.

Sin duda que se trata de proteger a quienes efectivamente desean preservar su intimidad de la mirada ajena, lo cual, como queda dicho, no ocurre cuando la persona se expone al público. No es lo mismo la conversación en el seno del propio domicilio que pasearse desnudo por el jardín. No es lo mismo ser sorprendido por una cámara oculta que ingresar a un lugar donde abiertamente se pone como condición la presencia de ese adminículo.

Si bien los intrusos pueden provenir de agentes privados (los cuales deben ser debidamente procesados y penados), reiteramos que hoy debe estarse especialmente alerta a los entrometimientos estatales -inauditos atropellos legales- a través de los llamados servicios de inteligencia, las preguntas insolentes de formularios impositivos, la paranoica pretensión de afectar el secreto de las fuentes de información periodística, los procedimientos de espionaje y toda la vasta red impuesta por la política del gran hermano orwelliano como burda falsificación de un andamiaje teóricamente establecido para preservar los derechos de los gobernados.

Y, como escribe Tocqueville en La democracia en América, todo comienza en lo que aparece como manifestaciones insignificantes: “Se olvida que en los detalles es donde es mas peligroso esclavizar a los hombres”. Es como se ha repetido que ocurre con la rana: si se la coloca en un recipiente con agua hirviendo reacciona de inmediato y salta al exterior, pero si se le va aumentando la temperatura gradualmente se muere incinerada sin que reaccione, fruto de un acostumbramiento malsano y a todas luces suicida.

Es de desear que se recupere la cultura, es decir, la capacidad de cultivarse y la privacidad para bien de la sociedad abierta y en lo que respecta a lo voluntario nada puede hacerse como no sea a través de la persuasión ya que se trata de un proceso axiológico. De lo contrario, como advierte Mario Vargas Llosa en La civilización del espectáculo, “nos retrotraeremos a la condición de monos” (los humanos se convertirán en El mono vestido, tal como titula su libro Duncan Williams).

No cabe duda de los beneficios que producen las nuevas tecnologías y específicamente los celulares, a diferencia de los teléfonos fijos no transportables más allá de unos centímetros. Y esto cuando fueron privatizados y tenían tono, pues antes en muchos casos había que gritar o mudarse a lo del destinatario para trasmitir un mensaje, todo bajo el pretexto de que se trataba de “un sector estratégico” por lo que debía estar bajo la égida del aparato estatal con pésimo servicio y generando astronómicos déficits. También hoy deben señalarse los múltiples servicios acoplados a la nueva concepción de la telefonía y los que se adicionan a cada rato, pero de lo que se trata es de reflexionar juntos sobre la conveniencia e inconveniencia del uso y el abuso de estos magníficos instrumentos y de la tecnología en general.

El autor es Doctor en Economía y también Doctor en Ciencias de Dirección, preside la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires y miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas