¿Qué es el peronismo?

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Juan Domingo Perón (Antonio Pérez/Archivo Télam/dsl)
Juan Domingo Perón (Antonio Pérez/Archivo Télam/dsl)

Es la memoria colectiva que tienen los humildes de un tiempo de justicia y dignidad. Es el sueño de un país de iguales, una concepción europea, donde todos los habitantes merecen ser respetados. En mi opinión, el partido y su uso es tan solo un recuerdo que da votos; claro que, en la vida, sentir que me dicen compañero, impone al peronismo como una de las mejores formas de sentirse argentino. Arrastramos un conflicto con la política, y es lógico que así sea, ese arte expresa madurez mientras nosotros, por ahora, o hasta ahora, solo somos un intento de amalgamar algunos fragmentos.

Desde nuestro origen, la identidad propia y la dependencia extranjera estuvieron ambas en debate, fueron opciones que nos transitaron alternativamente. Nos costó y mucho salir de la confrontación entre Rosas y Sarmiento, civilización y barbarie, con esa rara mezcla que asimilaba civilizado con europeo y barbarie con natural de la tierra. Yrigoyen fue un paso importante, al imponer una clara y digna idea de nación; Alvear implicaba una versión superadora en el sentido de más abarcadora, pero todo termina en un golpe de Estado que derroca a Yrigoyen en su segunda presidencia. Luego vendrá la década conservadora y finalmente, Perón, un general que convoca a obreros, mientras una izquierda extranjerizante se enamora de Stalin y la derecha se muestra desesperada por acordar con Inglaterra. Perón es el retorno a la democracia, detalle que los antiperonistas se empecinan en olvidar, no tuvo muertos, fue derrocado previo cobarde y asesino bombardeo al pueblo en la Plaza de Mayo, y posterior fusilamiento firmado del General Valle y a Cogorno. En los basurales de José León Suarez, las fuerzas armadas inician su camino hacia las desapariciones. Esas mismas ratas, que luego derrocan a Frondizi y a Illia, intentan definir a Perón como dictador, todo esto en nombre de la democracia y la libertad. Diez y ocho años más tarde Perón retorna, debe intentar contener a una guerrilla desbordada y a una sociedad desconcertada ante la violencia. El simbólico abrazo con Balbín inicia la etapa del peronismo institucional, en tanto que la guerrilla, conducida por Firmenich, va en busca del golpe, abandonando la enorme cuota de poder democrático que había recibido y con la convicción de que “el poder está en la boca del fusil”. En julio del 74, muere el General, y lo que sigue es primero la traición con Celestino Rodrigo y luego, la peor dictadura y los desaparecidos.

El retorno de la democracia llega con Raúl Alfonsín, al que no supimos comprender, y después, Menem, quien, usurpando nuestro nombre, destruye el Estado e inicia la etapa de miseria imparable que hoy nos lastima. Se había acabado la nación para imponer el gobierno de las multinacionales; lentamente, agonizaba la clase media y los bancos con los grandes grupos se quedaron con todo lo rentable. El peronismo era la otra sociedad, como el radicalismo o los conservadores de verdad, la política cuando existía la voluntad de ser nación. Macri no es el antiperonismo, va mucho más lejos, es la antipolítica, el fracaso de su gobierno es demoledor, el peor de la historia de la democracia en cuanto a deuda, inflación y miseria. Es difícil admitir que el peronismo ya no es casi nada, que no defiende los intereses nacionales ni le impone límites a la concentración económica. Sin embargo, en su memoria quedan la rebeldía y la voluntad de justicia social.

El peronismo expresa a los trabajadores y sigue siendo la memoria colectiva de un tiempo donde la patria fue de todos, el recuerdo del paraíso de los humildes donde el trabajo era el lugar de la dignidad. Mantiene diferencias con el progresismo kirchnerista que se asienta en los universitarios. Por su parte, Macri, en su fracaso, solo pudo engendrar el odio a Cristina y profundizar inútilmente la grieta. Ahora, el gobierno de Alberto deja al desnudo que hay una escuela política capaz de sacarnos de la miseria de los que sueñan con el poder de las minorías. El Gobierno transita un camino de cordura que ni remotamente justifica los enfermos miedos que la oposición intentó -e intenta- instalar. Es cierto que no deja de tener resquicios de infantilismo y provocación, pero en lo esencial es más coherente y comprensible que el nefasto derrotado. Tampoco hay presos políticos como pretenden algunos extremistas del Gobierno, pero mucho menos pueden los restos de Macri dar cursos de ética e institucionalidad cuando está a la vista la corrupción que transitaron. Lo esencial sigue siendo detener la concentración y que la producción se imponga sobre la lacra de los intermediarios.

Tuvimos “la patria contratista” y con la “patria de los servicios privatizados” hemos logrado estar aún mucho peor. Empresas que cobraron fortunas de luz perjudicando severamente a pequeñas comerciantes y al ciudadano de a pie, sin haber invertido en nada y huyendo con las ganancias. En eso consistió el modelo de Cambiemos. Volviendo al peronismo, terminó siendo el sobrenombre de la política en una sociedad donde los ricos la odian porque siempre les molestó lo popular. Explicar el peronismo es complicado, hacerlo con el no peronismo, o peor aún, el antiperonismo, es esencialmente imposible. Se puede no sentir lo popular; lo que no se puede -y abunda- es odiar a los humildes y su cultura. Esta fue la concepción con la que nos gobernaron y nos degradaron durante cuatro años, pero por suerte, y, a pesar de la difícil y compleja coyuntura actual, fueron derrotados y hoy es otra la visión de la política que nos gobierna. El peronismo no es inexplicable ni inentendible, esas virtudes adornan las limitaciones de quienes jamás podrán comprender ni respetar a los humildes. Es la causa de los que no tienen nada, una de las más nítidas expresiones de la patria.