La política debe dar ejemplos de grandeza

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27/01/2020, Buenos Aires: El presidente Alberto Fernández estuvo presente en la localidad de Moreno, en el marco de la presentación del plan Argentina Unida por la Educación y el Trabajo, que reconvierte planes sociales en planes de trabajo para refaccionar escuelas.
Foto: Julián Alvarez/Télam/CF
27/01/2020, Buenos Aires: El presidente Alberto Fernández estuvo presente en la localidad de Moreno, en el marco de la presentación del plan Argentina Unida por la Educación y el Trabajo, que reconvierte planes sociales en planes de trabajo para refaccionar escuelas. Foto: Julián Alvarez/Télam/CF

Fuimos una sociedad productiva donde los empresarios confrontaban con los trabajadores. Una sociedad que supo cabalgar la revolución industrial tanto como los avances científicos e iba camino a una integración apoyada en la educación y el trabajo, un mundo en el que las ideas expresaban intereses y lugares en la generación de riquezas. Fabricábamos aviones y automotores, motos y tractores, la energía nuclear nos ubicaba en un lugar de avanzada en el continente. Nuestro ferrocarril, con todos sus conflictos, ocupaba un lugar central y pertenecía a un estado con vocación de futuro. Eran los tiempos de los políticos, de Yrigoyen, de Perón, pero también de Frondizi, de Illia, y hasta de Onganía, porque aun esa dictadura supo lograr un nivel de crecimiento económico digno de respeto. En esa voluntad y desarrollo del Estado coincidían todos los aspirantes o ejecutores del gobierno. Tuvimos una clase dirigente que soñaba un gran país. Quedan como testigos sus emblemáticos caserones convertidos hoy en embajadas y nuestros museos, donde abundan las obras de los grandes artistas de Europa, símbolo de una clase que demostraba, al traerlos, su definida voluntad de trascender. ¡Cómo olvidar las palabras de André Malraux al conocer Buenos Aires: “Es la capital de un imperio que nunca existió”!

Una inmigración variopinta encontraba en nuestras tierras lugar para desplegar sus esfuerzos y desarrollar sus fortunas. Educación, sacrificio y sueños de futuro; “mi hijo el doctor” dio sentido a las vidas de millares de humildes inmigrantes y fue el logro de buena parte de ellos. El radicalismo y el peronismo ocuparon el espacio de movimientos populares mientras que el partido militar contuvo durante décadas la defensa de los intereses menos democráticos. De todos modos, hubo sectores conservadores capaces de defender un modelo productivo. El desafío de forjar un destino colectivo, una patria que ocupara el lugar de sueño compartido, esa concepción tuvo vigencia más allá de los enfrentamientos, más allá incluso de los mismos -y condenables- golpes de Estado. Y el crecimiento económico que era el reflejo de ese destino común va a finalizar con el último golpe de Estado, momento en que las fuerzas armadas asesinan ocultas tras una perversa consigna, “somos derechos y humanos”, y se empobrece con la otra, “achicar el Estado es agrandar la nación”. Abundarán los bancos y las financieras, momento donde los ricos deciden que la plata se gana aquí pero se guarda afuera, donde el interés del dinero es más atractivo que cualquier esfuerzo. ¡Qué casualidad que Macri lo haya reiterado al imponer la renta del dinero muy por encima del fruto del trabajo! Pero no nos engañemos, la esencia del modelo de los Kirchner tampoco fue productiva nunca. La Rioja de Menem y la Santa Cruz de los Kirchner son el fiel reflejo de la decadencia de nuestros dirigentes o, al menos, de la degradación de la política con el peronismo en manos de los negocios.

Sin una convocatoria al esfuerzo y la producción, sin un estado que coordine a la universidad y a los productores privados para recuperar el desafío de la generación de riquezas y el logro de sus frutos, sin un nuevo modelo de sociedad es imposible recuperar la esperanza.

El gobierno de Alberto Fernández es infinitamente mejor que el de Macri. Así y todo no alcanza para sacarnos de la crisis, hemos dejado de crecer para tan solo subsistir. El reparto de cargos y embajadas lejos está de devolvernos el destino, la imprescindible esperanza de un mañana mejor. Necesitamos proyectos, desafíos, armonizar las posibilidades con las necesidades, volver a sentirnos dueños del futuro y no como ahora, intimados por el porvenir. Y la política debe dar ejemplos de grandeza y no reiteraciones de complicidades. Un nombramiento puede no ser relevante en un gobierno, mientras la suma de algunos rostros no hace más que dañar la imagen oficial. Los cargos y las embajadas no pueden servir al pago de lealtades; en una crisis como la nuestra, solo deben estar al servicio de la eficiencia, no queda margen para otra cosa.

Salir de la grieta para gestar un modelo común compartido, superar la denuncia al servicio de la propuesta, dejar de ser enemigos sin esperanzas para convertirnos en adversarios que se respetan. Todo es muy difícil y complejo. Por suerte para la generación que nos hereda, todo es tan distante como imprescindible. “Ojalá te toque vivir tiempos interesantes”, reza la maldición china. A nosotros la historia nos deja el desafío de lograrlo.