La ferocidad de la manada

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Marcha para pedir justicia por Fernando Báez Sosa (Nicolás Stulberg)
Marcha para pedir justicia por Fernando Báez Sosa (Nicolás Stulberg)

El paso devastador de una feroz manada impuso su lógica y nos recordó nuestra pertenencia a una especie impredecible. Trajo a escena nuestra animalidad. No es que no nos reconozcamos como habitantes de un reino en sí mismo salvaje, pero solemos refugiarnos en nuestros prejuicios y convencimientos para transitar a diario la jungla con una pretendida indemnidad.

El golpe letal que se llevó la vida de Fernando Báez Sosa fue una patada feroz a nuestra conciencia social. Al irreparable absurdo de matar por matar se suma el revulsivo dato del perfil de los que mataron y el microclima cultural en el que son nacidos y criados.

Le tememos al que percibimos diferente, al que no queremos parecernos, al que evoca nuestras carencias o vulnerabilidades, al que deambula por un territorio que desconocemos o del que hemos podido zafar. Tomamos distancia, nos cruzamos de vereda, intentamos protegernos al que ha quedado al margen, al que sobrevive en la indigencia y la precariedad, al que dispone de razones para el enfado o el resentimiento.

Por eso, sobresalta, descoloca y desnuda nuestro prejuicios más profundos, tanto desprecio por la vida cuando, el que la atropella, como en este caso, dispone de todo aquello de lo que tantos carecen. Eso es lo diferente, eso es lo revulsivo en este caso.

Se impone prestar atención a algunas siniestras señales y advertencias que se esconden en la historia que esta semana nos tocó conocer y contar.

Julian Princic, productor de contenidos digitales y periodista de TyC Sports, habló desde su cuenta de Twitter y habilitó un debate del que muchos rehuyen.

Con la experiencia de haber practicado rugby entre los 9 y los 20 años, asegura que, detrás de los valores que se exaltan, “Integridad, pasión, solidaridad, disciplina y respeto”, hay que hablar de “bautismos, abusos sexuales y peleas bolicheras”

“Lo veo como un refugio de hombres que necesitan reafirmar su masculinidad constantemente”. En primera persona asegura haber naturalizado un montón de situaciones que hoy percibe como dañinas.

La palabra “cagón” aparece con frecuencia en todos los relatos. Se usa para señalar al que no se anima a sostener la ferocidad de la pelea, para designar al “cobarde”.

En la mira, los bautismos y rituales de iniciación. En muchos casos incluyen sodomización y vejámenes sexuales. A bancar, si sos macho.

“Me encanta cómo ahora a los que somos de clase privilegiada nos duele la estigmatización. Los que menos tienen fueron estigmatizados, demonizados, torturados y asesinados desde que existe la humanidad. Así que a bancarla y a hacer autocrítica, gente". “Algo habremos hecho la ‘gente bien’”, sumó Princic.

“Nos creemos moral y físicamente superiores al resto”, escribió Tomás Hodgers en una carta que se viralizó en cuestión de horas. Rosarino, jugador de rugby, a sus 23 años subió a su cuenta un texto que desnuda los trazos de una cultura violenta y machista que anida en ciertos grupos de rugbiers.

De fuerte tono autocrítico, la misiva arranca con un contundente “sí, fuimos nosotros”. Tras detallar una seguidilla de casos atroces perpetrados por rugbiers, muchos de los cuales tomaron estado público, asegura: “Sí, fuimos nosotros los que habitamos el diminuto mundo del rugby, los que formamos a diez desquiciados que que mataron con saña y odio a un pendejo indefenso”.

Tomás, quien dice sentirse parte de un ecosistema que se atribuye una superioridad anclada en un narcisismo colectivo y negador, no es el único que pone el foco en las contradicciones que conviven en un deporte que alega formar en valores superlativos y arroja al mercado de la vida un subproducto de corte machista y prepotente.

Lalo Zanoni, periodista y ex jugador, habla también de una cultura rugbier que nace y se esparce fuera de la cancha, que se lleva a los terceros tiempos, las previas y los boliches y que se refrenda con golpes, alcohol y trompadas. Que se mide frente a otros grupos, camadas o clubes rivales y, lo que más alarma suele ensañarse con gays, judíos, grasas y negros villeros. O sea: homofobia, xenofobia, machismo y discriminación.

Desde Jerusalén, donde participa de los actos por Día Internacional del Holocausto que recuerda el 75 aniversario de la liberación de Auschwitz-BirKenau, Axel Kicillof se manifestó preocupado por los detalles de caso y pide que la Justicia se dedique al tema con celeridad. Definió el asesinato de Fernando como “una situación muy delicada”, pero dijo estar muy contento porque le llegan también noticias de que se está viviendo una “temporada récord” en la costa bonaerense. “La mejor de los últimos años”, expresó.

Preocupado por la marcha del tema de la deuda, es probable que el gobernador no esté al tanto de la seguidilla de violencia, excesos y descontrol que se vive en la playas bonaerenses.

Puede que el paso por Yad Vashem, el conmovedor memorial israelí que documenta de manera estremecedora las circunstancias que precedieron y condujeron al exterminio de seis millones de judíos y familias enteras de otras minorías religiosas y étnicas, permita al jefe bonaerense reconsiderar el tono de sus declaraciones.

El Museo del Holocausto sumerge a sus visitantes es una conmovedora toma de conciencia acerca de los estragos que produce la intolerancia y las ideas supremacistas cuando se consolidan en la cultura de una nación y alcanzan el curso de la política validando los atropellos del autoritarismo.

El paso por Yad Vashem no es inocuo para nadie. No se sale en ningún caso como se entra. Sumerge al visitante en la evidencia de cómo en muy poco tiempo una país puede descender al mismísimo infierno por inspiración del odio que cosifica al otro inspirado en ideas de superioridad étnica y social.

Algo muy oscuro ha comenzado a penetrarnos como sociedad si los más jóvenes son capaces de abroquelarse en hermandades que se validan saliendo a la caza de presas entre sus pares. Acumulando trofeos mediante el abuso, la violación, el golpe por mera diversión. Algo tenebroso anida en estas tribus o subgrupos que, soliviantados por el goce de la comunicación digital de sus tropelías, se jactan de los ultrajes y humillaciones compartiendo videos aberrantes.

La naturalización de la crueldad se acelera de manera exponencial montada en una cultura comunicacional vertiginosa, acelerada y global. Cortarle el paso a la violencia en todas y cada una de sus formas es tarea de todos.

El grupo de los ahora detenidos venía dando señales de su capacidad de desprecio y daño. Señales que nadie quiso ver, que se prefirió minimizar. Hay una complicidad manifiesta del entorno inmediato, un no hacerse cargo que les permitió llegar hasta la noche terrible y final de Le Brique.

La muerte de Fernando no fue una “desgracia”, como dijo el ministro Sergio Berni, ni un “situación muy delicada”, como pretendió Kicillof. Tampoco se trató de un “fallecimiento”.

El asesinato de Fernando Báez Sosa fue la “crónica de una muerte anunciada”. Una tragedia que se veía venir y que, por impotencia o ignorancia, se prefirió ignorar.