El 5G: de la promesa a la oportunidad

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Como en cada final año, las notas premonitorias sobre las tecnologías que dominarán las noticias el próximo año se repiten. El 2020 se presenta como el año fijado para el comienzo oficial del despliegue del 5G, la quinta generación de comunicaciones móviles, que una gran cantidad de otras industrias esperan para basarse en ella y crecer. Desde la internet de las cosas hasta la inteligencia artificial pasando por el avance de los vehículos autónomos, los despliegues de lo que Klaus Schwab del foro de Davos llamó la Cuarta Revolución Industrial tienen en su base este nuevo escalón de la conectividad, de 10 a 100 veces más rápida que su antecesora, el 4G.

Por el momento, lo que existe es una promesa. En el camino, restan obstáculos tecnopolíticos tan difíciles que enfrentan –fundamentalmente- a Estados Unidos y China en una carrera que sobrepasa lo comercial. En parte por el liderazgo desmedido de Donald Trump y en parte por el atraso de su país en la batalla tecnológica (el primero seguramente trate de esconder el segundo), los desarrollos del 5G está suponiendo una nueva Guerra Fría entre las potencias, en la cual el país de Asia por ahora supera al de América. En el medio, marcas chinas como Huawei o ZTE, antes parecían comunes o poco destacadas, se exhiben como desarrolladoras de la tecnología frente a las noreuropeas Ericsson y Nokia, la norteamericana Cisco o Intel o la surcoreana Samsung.

Junto con la promesa, se requieren dos cuestiones importantes a resolver: la inversión y la regulación. Es decir, quién paga el desarrollo de la enorme infraestructura que se requiere para esa nueva capa de conectividad y cómo se regula un nuevo espectro para que ese mundo interconectado, con latencia casi cero, suceda. Allí es donde los países, incluso las regiones, no pueden demorarse ya ni un minuto en planear cómo ocurrirán esas inversiones y leyes de cada territorio, al menos si pretenden conservar ciertas decisiones soberanas más allá de lo que proponga el mercado. De la misma forma que entre 1999 y 2001 en la Argentina y en otros países de América Latina se tendieron, aún con crisis económicas fatales para la población, las primeras redes masivas de internet, cuando el mercado diga ¡es hora!, el Estado tendrá que estar listo para definir las reglas para que eso suceda.

Pero mientras las promesas se hacen realidad, muchos se hacen la pregunta de ¿y entonces qué? ¿Qué nos toca hacer a nosotros, en el resto de las industrias, respecto del 5G? La pregunta de la preparación y cómo innovar frente a una nueva tecnología también ocurre aquí.

En primer lugar, con más velocidad (el 5G supondrá una latencia casi cero, de 1 milisegundo imperceptible para la mente), tendremos que volver a concentrarnos en la calidad del contenido, sobre todo en el audiovisual. Si esta tecnología permite producir una trasmisión donde dialoguen, por ejemplo, varios conductores y conductoras de un noticiero a la vez, junto con un entrevistado, cada uno de esos espacios deberá tener una homogeneidad, una estética, que corra en conjunto con nuestro ojo que ya no verá cortes ni de espacio ni de plataforma. La calidad no es sólo el detalle en el que se preparan esos espacios sino nuevas formas de creatividad, donde, por ejemplo, lo tridimensionalidad cobre verdadero sentido, y “el vivo” lo sea no sólo en un sentido cronológico sino también geográfico.

En segundo lugar, la capacidad de la inmediatez también será para obtener datos en tiempo más que real. Esto permitirá profundizar en conocimiento de las audiencias para tomar mejores decisiones. Como siempre, esto podrá utilizarse en un sentido facilista, para una “demagogia” del usuario, del comprador o del votante (en cada caso) o para pensar más complejamente a las personas y a sus hábitos. Una vez más, la creatividad y los equipos interdisciplinarios capaces de convertir los datos en mapas serán los capaces de volver a esos datos en situaciones nuevas.

En tercer lugar, si ya hace años que avanzamos en no distinguir el mundo online del offline, la maduración del 5G, hacia 2030, terminará de diluir la frontera. Ya no “nos conectaremos” más, estaremos online y crearemos datos mientras nos movemos y vivimos. Eso significará –como señala el investigador Douglas Rushkoff- que tendremos, desde el punto de vista de los derechos, que crear nuevas reglas para determinar nuestra disponibilidad (cuándo aparecemos o desaparecemos para los otros), nuestra intimidad, nuestra apariencia y nuestra privacidad. Las organizaciones, sean estas empresas, medios de comunicación, los Estados -o cualquiera que pretenda que las personas la respeten- deberán entender esto y aprender sobre estas nuevas normas. La razón es sencilla: las organizaciones también están hechas de personas y, sin estas reglas, será difícil convivir.

La autora es politóloga. directora de Salto, Agencia Tecnopolítica, y autora de Los dueños de internet.