Casi hasta el cansancio, se ha dicho que las deudas soberanas deben pagarse en la medida que haya crecimiento.
Esta posición, que es la oficial, resulta paradójica: no debe pagarse, si no hay crecimiento; pero, la evidencia empírica muestra que no puede haber crecimiento, si no se paga. La trampa es clara.
El problema de fondo, entonces, es cómo crecer. Y la respuesta es siempre la misma: se lo hace con inversiones. No hay otra posibilidad. Pero las inversiones solo llegan en la medida que se cumplen los compromisos o se renegocian de forma satisfactoria para todos los involucrados. Así habrá confianza en la palabra oficial.
Hoy por hoy, no existe un verdadero programa económico. La política económica se reduce a mayores cargas tributarias, a distintos congelamientos tarifarios y a incentivos al consumo. No sé qué pensará el lector, pero me resulta muy difícil creer que, a través de estos instrumentos, se cimentará la confianza y la previsibilidad. Por el contrario, las medidas implementadas atentan contra ambos factores. Muestran, patéticamente, cómo el Gobierno tiende a negar cuán imprescindible es la inversión para crecer.
La paradoja argentina es la de no pagar deuda si no hay crecimiento; pero la evidencia empírica muestra que no puede haber crecimiento, si no se paga
Cualquier programa económico, para ser fructífero, tiene que explicar sus objetivos y, después, establecer los instrumentos para realizarlos. Si resultan consistentes y están basados en la libertad, generarán confianza. Pero, si se aplican medios coercitivos, ésta tenderá a desaparecer.
Observe el lector. Por un lado, está el “cepo”. Con éste, asegura un freno para la salida de dólares, pero simultáneamente impide su entrada.
Además, cuando el Estado interviene, la confianza tiende reducirse. Por ejemplo, congelar las tarifas, es un remedio de cortísimo plazo para el consumidor. Nadie va a querer invertir en un país donde el Estado “se mete” en los negocios.
¿Puede haber confianza así? El país tiene un déficit fiscal estructural. Se paga con impuestos crecientes y con inflación, cuando financia el Banco Central, o lo hace con deuda. Veamos qué está pasando hoy.
No hay crecimiento sin inversión. Y ésta llega cuando se cumplen los compromisos o se renegocian en común acuerdo
El programa apunta al incremento de los impuestos pero no se focaliza en la reducción del gasto público. Así, el Estado pasa a cumplir un papel de extractor. Agita los olivos, para que caigan las aceitunas; y lo hace con tal violencia que arriesga la vida de estos árboles.
Veamos uno de los mejores ejemplos del dislate. La agricultura es el principal motor para el ingreso de divisas. Nuestro país es muy competitivo en esta actividad. Con un cuadro así, la dirigencia y la prensa se preguntan cómo es posible que en un país que puede alimentar cerca de 400 millones de personas, haya hambre. La respuesta es contundente: porque se grava con impuestos excesivos y regresivos a los sectores en condiciones de generar riqueza para todos. Los derechos de exportación son una muestra del dislate.
Un impuesto cruelmente regresivo es el de la inflación, pues afecta especialmente a los más necesitados. El fenómeno proviene de una mayor creación de pesos y de una caída en su demanda o de la combinación de ambos factores. Cuando se reduce la demanda de pesos, la velocidad con la que circulan es mayor. Cuanto más se acelera la rotación, mayor es el deseo dela gente de reservar valor mediante la tenencia de dólares, en una suerte de huida del peso.
En Argentina se grava con impuestos excesivos y regresivos a los sectores en condiciones de generar riqueza
Como el peso está sujeto a la confianza en quien la emite, sólo se usa para lo mínimo posible.
Volvamos al comienzo. Si se declama que la deuda se pagará solo cuando haya crecimiento, ¿los decisores económicos tendrán confianza?
En los próximos meses tendremos la respuesta. Mientras tanto, me animaría a preguntar al ministro Martín Guzmán: ¿qué está haciendo para restablecer la confianza?
El autor es economista