Cambiar el pensar para cambiar el sentir

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Viktor Frankl (Wikipedia)
Viktor Frankl (Wikipedia)

Dijo Viktor Frankl: “No es el pasado lo que nos detiene, es el futuro; y cómo lo debilitamos hoy”.

Un presente vacío y adormecido delata cómo entendemos el futuro. En la manera en que leemos el tiempo, en que interpretamos nuestra historia, en la forma en que enfrentamos nuestro pasado, y en cómo tomamos nuestras decisiones del hoy es que empoderamos y llenamos de sentido nuestro mañana.

Neurólogo y psiquiatra austríaco, tras sobrevivir el Holocausto, Frankl escribe su obra que será fuente de inspiración, El hombre en busca de sentido, donde describe sus experiencias y filosofía acerca de la existencia. No son las circunstancias las que tornan insoportable la vida por más intolerables o brutales que resulten, sino el carecer de significado y propósito. Es este descubrimiento el que entrega justamente, las razones para apostar por la vida.

Frankl confiesa que podía ver en los ojos de sus compañeros de barraca en el campo de concentración de Auschwitz, despojados de su propia vida, de su identidad, de todo lo que conocieron alguna vez, cuáles de ellos se encontraban ya cerca del final: eran esos ojos donde ya no habitaba la esperanza. Comprende entonces la importancia de hacerles sentir y saber que allí afuera los esperaba una misión, algo que sólo dependía de ellos mismos: “No importa lo que esperamos de la vida, sino lo que la vida espera de nosotros”.

Creer que nuestra vida está solamente determinada por cuestiones genéticas, por experiencias traumáticas de la niñez; o que estamos condicionados por el pasado que nos haya tocado, atenta contra la libertad de lograr ser quienes podemos ser. En definitiva, si cambiamos nuestra manera de pensar, podemos cambiar nuestra manera de sentir.

Aaron Beck, también psiquiatra descendiente de inmigrantes judíos pero en Norteamérica, fue el fundador de la Terapia Cognitiva. La profunda depresión de su madre por la pérdida temprana de una hija, y su propia enfermedad que lo acompañó desde niño, lo ayudó a desarrollar esta teoría a partir de su propia experiencia.

Beck nos regala la idea del “reframing”, que significa “re-encuadre”, o “re-enmarcamiento”. Cuando vemos una pintura, una obra de arte, si cambiamos el marco de la misma, la pintura se ve diferente. Básicamente, con la vida nos sucede algo similar. Los hechos de nuestro pasado no cambian, ellos son la pintura. Sin embargo, sí puede cambiar la manera en que los percibimos. Si bien no podemos cambiar las circunstancias en que nos encontramos, sí podemos cambiar la manera en que las miramos. Es en ese momento en donde al cambiar la manera mirar, cambiamos nuestra manera de sentir.

Re-encuadrar la pintura de nuestra vida es dejar de estar fijado a estructuras mentales que nos aferran a experiencias traumáticas del ayer, a partir de las cuales solemos construir nuestras propias teorías, tantas veces auto conspirativas. No podemos modificar lo que nos haya ocurrido, pero sí podemos cambiar la visión que tenemos de las cosas que nos han sucedido. Crisis emocionales, desilusiones sentimentales, tragedias inesperadas o angustias que quiebran el espíritu, nos llevan a pensar que el mundo entero conspira contra nosotros. Buscamos responsables o culpables en viejos mandatos, en historias que no permitimos dejar ir, en rituales que no han resultado, en la religión, o en Dios. Nos atraviesan sentimientos de rencor, resentimiento y bronca totalmente justificados, que comienzan a condicionar nuestra siguiente toma de decisiones.

Modificando la manera de pensar modificamos el volver a sentir. Aprender a sentir se transforma entonces en la obra de arte. Es cuando esa nueva manera de sentir, nos entrega nuevo sentido.

Cuatro milenios antes que Frankl y Beck, otro jóven hebreo delineaba su propia versión de una vida resiliente, de reenmarcamiento de su derrotero y búsqueda de sentido de su existencia. Iosef, uno de los doce hijos del patriarca Jacob en la Biblia, abría caminos a los futuros psiquiatras de su pueblo.

Iosef es un hombre atravesado por el exilio, la pérdida de su familia, el abandono y la pobreza. Entre envidias y viejos recelos, es vendido como esclavo a una caravana del desierto por sus propios hermanos, víctima de acoso, acusado de un delito que jamás cometió y privado de su libertad durante trece años en el más oscuro de los calabozos de Egipto. Una sola persona lo amó profundamente, su padre, quien muere en sus brazos tras una larga depresión, luego del demorado reencuentro.

Con el gusto amargo de sentirse olvidado por los suyos y hasta por el mismo Dios, late en su pecho el sentimiento de tener derecho al rencor y a la sed de revancha. No logra olvidar. A su hijo promogénito lo llama Menashe, y explica que ese nombre significa “Me ha hecho olvidar Dios toda mi angustia y toda la casa de mi” (Gen 41:51) . ¿Cómo imaginar que pudiera lograr dar vuelta aquella página nombrando de semejante manera a su primer hijo? Sin embargo, Iosef toma todas sus experiencias y decide re-enmarcarlas.

Iosef el soñador, después de largos años sale de la oscuridad y llega a ocupar un importantísimo lugar en la corte de los Faraones. La zona es azotada por una interminable sequía y sólo Egipto había previsto almacenar grano, gracias a su visión. Sus hermanos descienden a Egipto en búsqueda de comida y es allí donde se produce el reencuentro. Después de más de 20 años de distancia Iosef los reconoce, su rostro lleno de lagrimas le recuerda todos los años de angustia y soledad, y es entonces que decide re-encuadrar su historia. Entonces dice: “Yo soy su hermano Iosef, a quien vendieron a Egipto. No se angustien ni se enojen con ustedes mismos por haberme vendido aquí, porque fue Dios quien me envió para salvar vidas. Dios me envió frente a ustedes para preservar lo que queda de la tierra y mantenerlos con vida. No fueron ustedes, sino Dios”.

Tenía en sus manos el poder de la venganza, de vivir y ejercer el resentimiento. Sin embargo decide re-enmarcar su vida y su pasado. Iosef deja de ver a sus hermanos culpables, para encontrar sentido a su hoy, y reinventar su futuro. Mirar diferente el mundo. No para cambiar el pasado sino para reinterpretarlo, y entonces cambiar la manera de sentir el hoy.

Amigos queridos, amigos todos.

Este nuevo tiempo del año nos llama a reinventarnos, a renacer. A redescubrir nuestra misión, y renovar esperanzas. A repensar desde qué lugar volver a leer nuestro contexto, las circunstancias que nos rodean, y las historias que viven dentro. A cambiar nuestra manera de pensarnos, para cambiar nuestra manera de sentirnos. Este nuevo tiempo nos interpela a atesorar el tiempo, celebrar los instantes de espíritu, fortalecer nuestro presente, y llenar de propósito nuestro destino.

En palabras de Viktor Frankl, nuevamente: “Son las decisiones, no las condiciones, las que determinan quiénes somos”.

El autor es rabino de la Comunidad Amijai y presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti.