Un cuento de Navidad

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(AP)
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El otro día Lucas me dejó flasheando con algo que me contó. Si, amigo, Luchi, el de Barrio Alcorta, el médico, lo conoces. Sí, amigo, se recibió de médico te digo, para algo sirve tener la universidad de Morón viste. Bueno, me dijo que una noche salió tarde de la guardia y se fue para la estación de Moreno dónde para el 72 que lo lleva a su casa. La zona se pone fulera, son como siete cuadras desde el hospital, no hay un alma y si te descuidas te chorean, así que iba al trotecito, medio regalado.

De repente el llanto de un bebe rompe el silencio. Imagínate caminando sólo por Moreno, escuchando el eco de tus propios pasos y de golpe escuchás un bebé llorando: te cagás en las patas. Luchi empieza a caminar más despacio, oye voces, una armónica que suena, unos ladridos. La curiosidad puede más que el miedo y lo hace seguir el ruido. Llega al garaje de una pensión o un telo, no se, de ahí venia el sonido. Se asoma por el portón que estaba abierto y ve un grupo rancheando, iluminados por una fogatita. Una parejita abrazada. El bebé en una caja de verdura envuelto en trapos. Tres tipos raros, un negro, un chino y un gringo, miraban fijo al bebe, arrodillados. Un par de cirujas, que calentaban un guiso en una olla vieja. Otro que tocaba la harmónica. Había banda de perros y gatos callejeros ahí echados esperando alguna astilla.

Cuestión que uno de los cartoneros lo vio a Luqui pispeando y al toque le dice: “Hola compa, pasá, vení a papear con nosotros”. El negro, un negrote alto como los manteros, le sonríe con esos dientes blancos que tienen y le hace señas para que se acerquen. El Luqui pensó, ¿qué onda? corte que le estaban ofreciendo falopa. Bueno, el tema es que se tomó el palo rápido para no quedar pegado en nada raro. Apretó el paso hasta la estación pero se quedó re manija. El bebé estaba chiquito, parecía recién nacido. “¿Qué hago, voy o no voy?”, se preguntaba. Así se quedó como hasta el amanecer, como un boludo en la parada del bondi, dudando. Cuando el sol ya iluminaba todo, ve pasar a uno de los cartoneros. Había más gente y un cana cerca, así que se animó a llamarlo para preguntarle qué onda con todo eso.

El cartonero era macanudo. Se prendió un RedPoint y se puso a contarle la historia. Resulta que la parejita era del interior, de General Pico, pero tenían que hacer unos trámites en Capital. No sé bien qué, amigo, no importa. El DNI, la AUH, la tarjeta esa de alimentos, alguna de esas supongo. Lo tenían que hacer en el centro porque Pepe, el chabón, tenía domicilio ahí. Cuestión que se toman el Sarmiento que en vez de llevarlos a Once los deja por Moreno por un accidente. A la pibita, Mari, le empieza a doler la panza y van a la guardia del hospital, pero no tenían cama. Si amigo, viste como está el hospital de Moreno, es un desastre, veremos que hace la Mariel.

Pepe y Mari empiezan a deambular por la zona, ya anochecía. Ven una pensión y van a pedir un cuarto, pero tampoco había lugar. Imaginate el chango del interior, la novia con un bombo de ocho meses, en una ciudad que no conocían, con el frío que hacía… y nadie les pueden hacer un lugarcito. ¿Viste lo forra que es la gente? Al menos, los dejaron quedarse en el garaje, que en realidad era un baldío municipal con un tinglado de chapa vieja que los de la pensión se quedaron de prepo.

¿Podés creer que esta piba, la Mari, parió ahí nomás sin chistar? Así fue. Después, llegaron los otros. El cartonero le dijo a Luchi que andaban con un par cirujeando y escucharon como una voz que les decía: “Vayan a tal lugar que hay una buena noticia para todo el Pueblo”. Viste como es la esperanza del pobre, habrán pensado que se repartía algo. La cosa es que fueron y cuando llegaron al garaje, vieron al bebé. No se si se habrán sentido decepcionados, pero se quedaron nomás. Se pusieron a charlar, armaron el fueguito y pintó guiso. Al toque llegan los tres tipos raros estos que te conté. Aparecen con unos regalos: una cadenita de oro, un sahumerio y unas piedritas con olor a dentífrico. Todo muy loco.

El Luqui escuchaba al cartonero con la boca abierta, sin decir una palabra. Entonces, el ciruja que le daba a la lengua siguió la conversa: “Este Pepe es un tipazo, un tipazo” y le contó el principio de la historia. Resulta que Mari y Pepe eran vecinos del Barrio Ruca, una villita de Pico. Estaban saliendo hacía un tiempo. Un buen día, Mari se le aparece diciéndole que estaba embarazada y encima que lo quería tener. Para colmo, no habían garchado ni nada, entonces Pepe que no era tan tonto se dio cuenta que de él no podía ser. Sí, sí, amigo, en el interior van más despacio, a veces esperan a casarse.

Cuestión que este Pepe, un fuera de serie, no le dice nada, se queda callado y se pasa todo el día en su tallercito pensando. Lloraba y pensaba: “Me re cagó la Mari pero no la voy a delirar”. Sabía que algún gil le iba decir cornudo, que lo iban a joder con eso del “pata ‘e lana” que dicen los provincianos. No le cabía ni ahí, pero en realidad le preocupaba no hacerla quedar mal a ella, que nadie le fuera a decir trola o cosas así. Eso es amor, eh, la adoraba a la Mari. Igual, tenía decidido cortarle. “Yo en la mía, ella en la suya, sin rencores”, se decía.

No sé qué le habrá pasado esa noche, pero a la mañana siguiente cambió de idea y al toque se casaron. Pepe se hizo cargo del pibe. Si, amigo, se hizo cargo. Hay gente buena en este mundo. Ya sé que vos la hubieses re puteado y no te hacías cargo ni en pedo, pero viste machirulo, no todo el mundo es una mierda como vos. Además, el verdadero amor es así. Luqui me dijo que cuando los vio abrazados ahí en el garaje, con el bebé en la cajita agarrándole el dedo a la madre, la piba tapada con una frazada celeste radiante de belleza, Pepe abrazándolos con una ternura increíble… vio un amor tan grande como nunca había visto. Cuando se acuerda de la escena, se le pianta un lagrimón.

El cartonero termina la historia y se prende otro pucho. Luchi le dice que es médico y que podía revisar al bebé. Que la vacuna, que el cordón umbilical, de repente se acordó de todo lo que debería haber hecho. Le pidió que lo acompañara a revisar al bepi, pero parece que la parejita ya se habían ido para el centro. “Que cagada, tendría que haberme quedado”, se lamenta Luqui. El cartonero lo miro una sonrisa extraña, mitad burla, mitad pena, y le dice: “Y sí tordo, una cagada, la próxima arrímate. Te perdiste de conocer a Dios…” y se fue con la carreta andá a saber dónde.

El autor es dirigente social y líder de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP)