Siete claves para entender el mensaje navideño de Francisco

La reciente carta apostólica Admirabile Signum que el papa Francisco acaba de escribir a los cristianos, instándolos a revivir la antigua costumbre del pesebre, hoy semiabandonada y hasta casi reducida en muchos casos a un divertimento infantil, recoge sin embargo una serie de elementos del patrimonio tradicional de la Iglesia católica, cuyo repaso puede ayudar a una mejor comprensión del documento.

Se trata de un tema que acaso podría parecer un tanto pueril frente a las a veces complicadas sutilezas teológicas, que en ocasiones pueden llegar a oscurecer -aunque sin advertirlo- el mensaje religioso, sobre todo para las almas sencillas. Pero al Papa, a quien se le ha llegado a criticar por no ser un teólogo (y no tiene por qué serlo), le gusta recordarnos que el cristianismo es así, tan simple como una vida que nace desde su desnudez en lo precario. No es la única vez que lo más sencillo revela mejor lo más profundo.

Es verdad que, en un mundo tan complicado como el nuestro, hablar del pesebre parece hoy hasta algo demasiado trillado en la literatura cristiana. Sin embargo, el autor lo ha querido presentar con una cristalina frescura y al mismo tiempo con una penetrante hondura. Es que la carta exhibe un enfoque y una originalidad que son características muy reconocibles de Francisco, quien es ciertamente poseedor de un estilo pastoral bastante distinto al de sus antecesores.

1. La conexión de dos espiritualidades. Si bien y como es notorio el Papa es miembro de la orden jesuita, desde el primer momento de su elección Francisco ha mostrado sensibilidades propias de la espiritualidad franciscana, comenzando por la adopción de su propio nombre y continuando por la opción preferencial por los pobres. Este último criterio moral, que es muy propio de su específico modo de entender la fe religiosa, constituye uno de los rasgos más característicos y controversiales de su personal estilo pastoral.

En este sentido debe recordarse que fue un franciscano quien le susurró al oído "no te olvides de los pobres” en el instante fundacional de su pontificado, y que la costumbre de construir pesebres como una devoción del pueblo la inició Francisco de Asís en Greccio (Italia) en 1223, inventando una de las representaciones plásticas más populares del mensaje evangélico. El Papa firmó su carta precisamente en este santuario, donde había estado también en visita privada una primera vez hace tres años.

2. La revolución del amor. Entre los llamados más recurrentes del papa Francisco (y uno de los motivos por los que su figura supone un escándalo para muchos de sus propios fieles) se encuentra su pretensión pastoral de querer centrar la vida religiosa en el amor, y no tanto en el enunciado de unos bellos principios teológicos o en un código moral. De esta actitud se sigue que su pontificado se especifica por el intento de recuperar el valor de la ternura como una expresión propia del amor. La carta de Francisco sobre el pesebre va en esta misma dirección.

El Papa ha mostrado en este empeño un talante de gran calidez personal hacia personas incluso consideradas indignas, que ha menudo le ha significado críticas en medio de una cultura individualista que se muestra fría y hostil hacia los valores más auténticamente humanos. Esto es así a tal punto que uno de los libros publicados este mismo año sobre Francisco lo caracteriza con el sintagma “El Papa de la Ternura”.

3. Una empatía social. El papa Francisco ha llamado la atención por su preocupación de encarnar el amor cristiano en los pobres de un modo concreto, diciendo que no basta con asistirlos en sus necesidades, sino que se requiere algo mas. En este sentido, el pesebre es según el Papa una invitación a sentir y a tocar la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación. Nada más despojado entonces de cualquier artificio que este escenario navideño, donde nos sorprendemos nada menos que ante la grandeza divina que viene a nosotros en un pesebre que se significa como un antisímbolo del poder.

Por esto mismo la representación plástica del nacimiento de Jesús es para Francisco una llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza y del despojo, que desde la gruta de Belén conduce hasta la cruz. Se trata -dice el Papa- de una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas, y entre ellos en los más necesitados.

4. Dichosa noche. “Gloria a Dios en las alturas, paz en la tierra a los hombres, Dios ha nacido en Belén en esta dichosa noche”, proclama con la liturgia cristiana la literatura clásica de Lope de Vega, expresando la alegría de la encarnación. El nacimiento de un niño suscita alegría y asombro, porque nos sitúa ante el gran misterio de la vida, nos recuerda el Papa, ratificando la apuesta que la Iglesia compromete a favor de tantas vidas inocentes sacrificadas por un eclipse de la conciencia humana.

Evangelii Gaudium, la alegría del Evangelio (palabra que quiere decir “Buena noticia”), es el nombre de la carta programática del pontificado de Francisco. El Papa ha acudido a la alegría para explicar el mensaje cristiano, por ejemplo en su exhortación sobre el amor humano, que se llama Amoris Laetitia (La alegría del amor). Cuando escribió sobre la santidad, tituló su exhortación: Gaudete et Exultate (Alegraos y regocijaos), donde muestra que el estado natural del cristiano es la alegría de la redención.

5. La religiosidad popular. El pesebre es un componente y evoca el modo propio de vivir la religión que tiene el pueblo sencillo, tan rico en creaciones artísticas que no son sino expresión de lo más profundo de su mismidad. Ellas constituyen el fruto genuino de un alma peculiar que está arraigada en una nutricia tradición. La piedad popular vibra al ritmo de los villancicos, que enhebran las verdades de fe con el folklore de una musicalidad que surge de las profundidades de la sangre y de la tierra. Por eso cantan hermosamente los aires del altiplano: “Del árbol nació la rama, de la rama nació la flor, de la flor nació María y de María el Redentor. Huachi, tori, tori, tori,to, torito de corralito”.

Hace 40 años los obispos latinoamericanos reunidos en Puebla de los Ángeles (México) proclamaron la legitimidad de la forma propia de vivir la fe del pueblo cristiano en la región, y el papa Francisco ha sabido confirmar y valorar esa viva religiosidad, más de una vez despreciada por algunas visiones intelectualistas enfermas de racionalismo. Pero el mismo papa Benedicto XVI significó a la religiosidad popular como un verdadero tesoro de la América Latina.

6. La expresión pública de la fe. Un detalle que puede pasar casi desapercibido en la carta tiene sin embargo su importancia. Se trata de un deseo del Papa que se refiere a la dimensión pública de la fe, cuestionada en múltiples ocasiones por un laicismo militante. Las nuevas corrientes secularistas buscan arrinconar la religión en la conciencia individual, sin que tenga nada que decir sobre la vida social donde se juegan valores fundamentales para la conciencia humana. Francisco, quien ve en la fe una verdadera partera de la historia (una convicción que le ha significado fuertes oposiciones desde los ambientes liberales), rescata en este documento la ofrenda del oro, que honra la realeza de Jesús: es el Niño Rey quien está presente en ese trono de la humildad. En sentido opuesto al laicismo, el Papa desea en este documento alentar no sólo la presencia del pesebre en las casas, sino que sugiere que -como es costumbre en muchos países- se lo haga visible también en espacios sociales como las escuelas, los hospitales, las cárceles y las plazas, o sea en el ámbito público.

Esta sugerencia se relaciona con la valoración francisquista de la religiosidad popular, que se expresa espontáneamente en la vida social, sin demasiadas cortapisas ni discusiones respecto de la jurisdicción de lo religioso y lo político. Una expresión tan propia de la fe religiosa del pueblo humilde y sencillo como el misachico, que es una procesión entre los cerros típica del noroeste argentino, no se plantea estar invadiendo ningún espacio público, simplemente se realiza como una parte de la vida de ese mismo pueblo que trabaja, sufre y celebra sus fiestas, pero también reza y reconoce su religación con lo sagrado.

7. La santidad en la vida cotidiana. Con frecuencia, tanto a niños como a adultos -recuerda el Papa- les encanta añadir personajes en el pesebre que parecen no tener relación alguna con los relatos evangélicos. En realidad, parece decirnos el Papa, esas figuras son una representación de nosotros mismos. De alguna manera, en cierto sentido estamos ahí en el pesebre. Es decir que este mismo dato expresa que en este nuevo mundo que comienza con el nacimiento hay espacio para todo lo que es humano y para toda criatura. Del pastor al herrero, del panadero a los músicos, de las mujeres que llevan jarras de agua a los niños que juegan, todo esto -señala Francisco- representa la santidad cotidiana, la alegría de hacer de manera extraordinaria las cosas de todos los días, cuando Jesús comparte con nosotros su vida divina.

En Gaudete et Exultate, Francisco se detiene a decirnos que las cosas grandes están muchas veces contenidas en las pequeñas, porque el amor no está necesariamente en actitudes grandilocuentes, sino que se esconde en palabras tan sencillas como “permiso, gracias y perdón”. Si no nos es posible hacer algo concreto por el otro, el amor puede consistir incluso en un silencio amable que se conjuga con esa projimidad que sufre. Por eso el Papa nos muestra la grandeza del detalle. En las pequeñas batallas de cada día luce la maravilla que nos hace presente el pesebre en cada una de las navidades de nuestra vida.

El autor es director académico del Instituto de Cultura del Centro Universitario de Estudios (Cudes).