Los días más tensos en el Frente de Todos

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Alberto Fernández (Pablo Barrera)
Alberto Fernández (Pablo Barrera)

No habrá gala en el Colón ni cena alguna para los jefes de Estado e invitados especiales. Tampoco está previsto el besamanos de rigor con los embajadores. Corren los modos de un tiempo político nuevo con actores ya por todos conocidos.

La idea es que los festejos sean solo y de manera exclusiva en la calle. Una fiesta popular para recibir la llegada del Frente de Todos al poder. Un gran escenario en Plaza de Mayo, con bandas y músicos y gente, mucha gente celebrando.

No está claro que se llegue a tiempo para desmontar las rejas que rodean a la Casa Rosada antes del día 10, pero está entre las prioridades de los que quieren desde el nuevo gobierno dar una señal de cercanía y empatía con las mayorías. Una presidencia de proximidad.

Alberto Fernández planea llegar al Congreso de la Nación, donde prestará juramento ante la Asamblea Legislativa manejando su propio auto, un Toyota Corolla lo suficientemente baqueteado para dar cuenta de lo que sus allegados definen como el manifiesto desinterés del Presidente electo por los bienes materiales. Algunos de los suyos trabajan para disuadirlo de esta explícita ostentación de austeridad, pero el hombre resiste. Quiere seguir siendo un tipo común que pasea el perro y responde personalmente el WhatsApp, pero la cosa se le complicará en unos pocos días.

El juramento lo tomará Cristina Fernández de Kirchner. Nada que viole la Constitución: está dentro de lo posible sin transgredir las normas. Analizado desde el sentido común cierra perfecto: fue justamente su vice quien lo eligió para integrar la fórmula. Una estrategia exitosísima a juzgar por los resultados.

Del Congreso de la Nación a la Rosada en auto, a contramano por la Avenida de Mayo. Es lo que siempre se hizo. No está todavía del todo claro quién acompañará en este trayecto al flamante Jefe de Estado. Se espera que sea su pareja Fabiola Yañez, tal cual lo indican los usos y costumbres pero tampoco este es un tema sobre el que haya certezas o confirmaciones.

Los asuntos protocolares fastidian a Alberto Fernández tanto o más que algunas preguntas que aún parecen no tener respuesta. Consultados nombre por nombre en relación a los que trascienden como ministeriables, nadie de los que integran la mesa chica da nada por seguro.

Lo único firme, dicen, es Alberto Fernández. Aunque este cauto hermetismo reconoce excepciones: en el núcleo íntimo del albertismo, una voz más que autorizada da por absolutamente cerrado a Carlos Zannini como procurador del Tesoro. Lo propio ocurre con “Wado” de Pedro, quien funciona a la par de Alberto Fernández desde hace meses y que ocupará el Ministerio del Interior. Celosos cultores del cristinismo explícito juegan ahora a la par de Alberto Fernández

A diferencia de Santiago Cafiero, que está firme como jefe de Gabinete, Zannini y de Pedro tienen vínculo de intensidad política y emocional con CFK.

“Wado es La Cámpora”, sostiene uno de los hombres que hoy fatiga el día a día de la transición junto al Presidente electo, pero Fernández lo considera propio. También a Zannini lo tiene como uno de los suyos, insiste el interlocutor que asegura que el ex Secretario de Legal y Técnica ya no gira en el planeta cristinista. Cuestión de fe.

Zannini fue el candidato a la vicepresidencia de la Nación en la fórmula que se ungió con los santos óleos K en 2015 y que por escasísimo margen no llevó a la presidencia a Daniel Scioli. Un hombre al que la vida da nuevas oportunidades en la política: puede que recale en la Embajada de Brasil. Tendrá que hacer buenas migas con Bolsonaro. Una tarea tan sensible como complicada.

Alberto Fernández quiere un gobierno con mucha política, aseguran en su entorno. Manda a todos los suyos a negociar. Hará falta mucha muñeca y mucha rosca para sostener un equilibrio que pinta inestable en el amplio espectro del entrante oficialismo.

Hasta aquí los cohesiona un objetivo que desdibujó las diferencias: “Ganarle a Macri”. Ahora el asunto es otro. Hay que buscar un desafío común respetando el capital que cada sector llevó a las urnas. Una tarea nada sencilla si se analiza la química de los distintos espacios que cuajaron en el Frente.

Alberto Fernández y sus hombres de confianza tienen algo en claro: el nuevo Presidente va a tener que negociar con los que lo llevaron al poder todo el mandato. Se están preparando para eso a plena conciencia. Articular los espacios y los consensos será una tarea de cuatro años. No se trata de compartir la lapicera sino de acordar lo que se termina firmando.

Cristina le dio la base del 30% de los votos dicen y por el momento La Cámpora ocupa solo el 15% del Gabinete. El predominio cristinista en ambas cámaras y la fortaleza de Kicillof en la provincia de Buenos Aires no entran en esta cuenta.

Se va a respetar el aporte de votos de La Cámpora y también el de Sergio Massa. Al menos esa es la idea. Eso último parece estar un tanto más complicado que lo primero.

La semana que termina arrojó algunas inquietantes evidencias. Ni Malena Galmarini, ni Mirta Tundis, ni Diego Gorgal tienen lugar alguno asegurado.

Enredado en las redes y seguramente desbordado por el empeño de querer hacer todo por propia mano, Alberto Fernández tuvo un costosísimo traspié. Levantar a una red social un contenido de mensajería de texto es un error frecuente pero de consecuencias fatales. Ni hablar si el que mete mal el dedito es el futuro Presidente de la Nación.

Seguramente entusiasmado por la interacción con sus seguidores, levantó un mensaje privado sobre su línea del tiempo de Twitter. En el mismo daba cuenta de que no solo Diego Gorgal no será el ministro de Seguridad sino que dejó entrever la mano de Cristina sobre Carlos Caserio para que se quede en el Senado, abortando la designación para el Ministerio de Transporte y Seguridad, un lugar al que había llegado para zanjar sus diferencias con la mismísima CFK y permitir la unificación del bloque con quórum propio.

“Ojo que lo de Caserio no está seguro. Cristina le pidió que siga en el Senado”, decía el mensaje privado de WhatsApp que, por error, devino tuit, generando un revuelo de proporciones.

El enredo no hizo más que alimentar la sospecha de que la razón que lleva a no confirmar el nombre de los ministros tiene que ver con la estricta supervisión que la ex Jefa de Estado estaría ejerciendo sobre todas y cada una de las designaciones. Según algunos que están viendo este juego de tensiones de muy cerca, a su regreso de Cuba, CFK “asumió el poder”.

Se recogieron las cartas para barajar y dar de nuevo, sostienen. La decisión de bajar a Diego Gorgal apunta a recuperar del Ministerio de Seguridad, al que se considera clave y con el que aspiraba quedarse Sergio Massa. Algo parecido estaría ocurriendo con la disputa por el PAMI, La ANSES, la AFI y, desde ya, el Ministerio de Economía y Hacienda.

“Alberto está en una situación complicada”, se escucha decir entre los que están siguiendo de cerca los forcejeos por la conformación del Gabinete.

El avance de la vicepresidenta electa es implacable sobre la pretendida Liga de Gobernadores que con tanto celo trabajó Alberto Fernández tejiendo consensos y compromisos. Ese acuerdo está ya prácticamente desarticulado por los certeros movimientos políticos que ha ido dando la jefa del Instituto Patria. La designación de Claudia Abdala para ocupar la Presidencia provisional del Senado y la imposición de Ginés González García para el Ministerio de Salud desplazando de esa expectativa a Pablo Yeldin, un hombre que expresaba lo acordado con gobernador tucumano Juan Manzur, van en esa dirección.

Entre Alberto Fernández y Sergio Massa corren tiempos de extrema tensión política.

El Presidente electo no está pudiendo dar respuesta a buena parte de los compromisos asumidos con el tigrense y la relación está caldeada.

Se teme que esta experiencia de cohesionar las distintas versiones del peronismo termine en un fracaso y que la única unidad posible se dé al interior de los espacios del kirchnerismo.

La que viene será una semana de fuertes definiciones. El viernes 6, sobre el filo del traspaso de mando, se oficializará la conformación del Gabinete Nacional.

Los sastres de la Casa Militar ya pasaron por la calle México a probarle la banda al futuro Presidente.

Los atributos de mando aportan una fuerte carga simbólica pero no mucho más que eso. El poder no necesariamente es de quien lo ostenta sino de quien logra ejercerlo. Y eso es lo que en estos días se pone en juego.

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