De Jerusalén a Humahuaca

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El norte argentino es, sin dudas, uno de los lugares más maravillosos del mundo. En Jujuy, atravesar la quebrada y recorrer Purmamarca, Tilcara y Humahuaca hasta el Hornocal de los catorce colores, te transforma en testigo de una belleza asombrosa. El paisaje cambia mientras el sol lo colorea desde los diferentes momentos del día. Los colores de los montes mantienen casi una conversación íntima con el espectador al ir mutando del amanecer al mediodía, y regalándonos otro rostro al atardecer. La belleza es abrumadora. Viajar por entre los cerros, a la vera de los precipicios, entrar en las callejuelas de tierra de cada pequeño pueblo. Asociarse a la sonrisa rápida de cada lugareño, y sentirse como en casa cuando todo el mundo te saluda en la calle, en la plaza, o en el bar. Por las noches escuchar en cada esquina el sonar de trovadores y peñas, músicos virtuosos del charango y la guitarra que despliegan su alma a través de sus manos y sus voces.

Al visitar las Salinas Grandes conocimos a Tupac, nuestro guía de origen coya, quien durante todo el recorrido debió soportar una catarata de preguntas de mi parte, acerca de su vida. Necesitaba saber cómo y de qué vivía, qué hacía, cómo era su casa de adobe, la cultura y su tradición de siglos, su tierra, su Pachamama. Hasta que le pregunté sobre su fe, entonces me dijo: “Nosotros somos cristianos. Yo creo en el Dios único”.

En el texto de esta semana, Dios le promete al patriarca Abraham que su descendencia será tan inmensa como las estrellas que hay en los cielos, y que será el padre de muchos pueblos. De hecho, el nombre Abraham significa “Padre de muchas naciones”. Abraham es ese tipo de hombre que vive en la incerteza constante, en la inconsistencia entre lo que parecen prometernos acerca de la vida, y la vida misma. La promesa incluía descendencia y toda la tierra que pisaba. Sin embargo, hasta ese momento ya de edad avanzada, tenía un sólo hijo al que no veía, y apenas una parcela donde asentar su tienda. A veces solo nos detenemos en la foto de nuestra coyuntura. La paciencia del sabio radica en poder tener visión de futuro en la promesa.

Cuando mi amigo Tupac me dijo que creía en el único Dios, pensé: “¿Se habrá imaginado Abraham hace 4000 años que una de esas estrellas en el cielo iba a estar en la Quebrada de Humahuaca y que Tupac, creyendo en ese único Dios, llevaría también su mensaje?".

El relato de Tupac traía historias lejanas, de un pueblo perseguido, masacrado y expulsado de su tierra. Una tierra de la que habla con uno de esos amores eternos, una tierra endiosada a la que le agradece cada mañana la vida. Miembro de una de las comunidades de los pueblos originarios llevados a la humillación, destinados a la miseria y la extranjerización en sus propios montes, seguían fieles a sus tradiciones, rituales, y costumbres ancestrales. Con cada frase, me sentía cada vez más identificado. Yo, también creyente en ese mismo Dios único. Yo judío, también hijo de Abraham. Tan amante de una tierra ancestral, tan exiliado, tan estigmatizado, tan sistemáticamente expulsado, y tan aferrado como Tupac a mis propias tradiciones, a mi propia fe.

Esta semana que pasó conmemoramos el aniversario de la Kristallnacht, La Noche de los Cristales Rotos. Comienzo de la tragedia de la Shoá, el exterminio sistemático del pueblo judío en la Alemania nazi. Esa noche del 9 de Noviembre de 1939 cientos de sinagogas, instituciones, negocios y casas judías fueron incendiadas y destruidas, dando comienzo a la tragedia, un año antes del inicio de la Segunda Guerra.

El judío fue perseguido y atacado por ser un paria y no tener tierra, así como es perseguido y atacado hoy por tener una tierra. El judío fue perseguido y atacado por sentirse y querer ser parte de la sociedad de cada uno de los países que habitó, y a la vez extranjerizado y acusado de traición a cualquier lugar donde se instalaba. Al judío se lo persiguió por ser comunista, y también por ser el dueño de los medios y de la banca internacional. No importa la mentira. Es el odio sin razón al diferente. La incapacidad de ver en el reflejo de ojos distintos a los propios, la imagen de un hermano, hijo de un mismo padre. Que ama su cultura, su forma de ver al mundo, su historia, su fe y su tierra. Igual que Tupac y sus canciones de amor a la Quebrada.

Según la Biblia, Abraham es llamado a sacrificar a ese hijo tan esperado, Itzjak, en un monte. Finalmente el ritual es anulado, entregándonos el mensaje milenario de no sacrificar por nada el futuro de nuestros hijos. En ese mismo monte se levantaría siglos después, el Gran Templo de Jerusalén.

Esta misma historia también se encuentra en el Corán, el libro sagrado musulmán, que fue escrito siglos después de la Biblia. Aquí nos cuentan que Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo en el mismo monte, sólo que en esta versión el hijo es Ishmael, el otro hijo de Abraham, quien será linaje del mismo profeta Mahoma.

Esta semana, en donde el conflicto en Israel entre musulmanes y judíos volvió a mostrar su cara más oscura, con cientos de misiles arrojados a poblaciones civiles y una nueva ola de violencia que sólo deja muerte y dolor a su paso, los descendientes de los dos hijos de Abraham necesitan poder vivir y aprender a con-vivir en esa tierra que aman desde siempre.

También somos testigos en estas semanas de las crisis en los países hermanos de Chile y Bolivia que no cesan, en reclamo de una sociedad más justa, más equilibrada, con principios de mayor y mejor democracia, de modo tal de cultivar los derechos que todos necesitan y merecen, alcanzar una sociedad más integra e integrada, de crecimiento y oportunidades para todos los sectores, y de terminar con décadas de nepotismos e interminables gobiernos con apellidos que se eternizan en el tiempo. De todas formas, más allá de lo legítimo de cualquier reclamo, no debemos convalidar ni aceptar la violencia en ninguna de sus formas.

Todos hijos de Abraham. Pero todos diferentes. Como en cualquier familia. No se trata de ser iguales, sino de, más allá del plato que cada uno coma, poder compartir de todas formas la misma mesa. Musulmanes, cristianos, judíos, y nuestro amigo Tupac.

A Abraham se le presentan tres ángeles, quienes le avisan después de tanta espera que finalmente Sara, su mujer, tendrá un hijo. Mientras tanto, según el texto, Sara escucha la conversación detrás de la puerta. Dios no habla con Sara nunca, en ningun relato. Se le manifiesta a todos, pero nunca a ella. La de Sara es esa fe más genuina, más profunda, más real. No necesita de ángeles ni manifestaciones milagrosas. Detrás de la puerta, del lado desde donde no se ve, sabe que está en sus manos traer vida al mundo.

Sara nombrará a su hijo Itzjak, que significa “el que traerá sonrisa”. Ella sabe que el día en que abra la puerta, del otro lado encontrará la felicidad que buscaba. No necesita que Dios, ni un ángel, ni nada, ni nadie lo haga por ella.

Las puertas a una sociedad más justa, más equilibrada, más humana, con valores, principios y derechos humanos, con respeto a lo diverso y a la igualdad entre todos los hijos del mismo Padre, no las abrirá ningún político. Ni de izquierdas ni de derechas. Ni de izquierdas populistas, ni de políticas de derechas neoliberales. Mucho menos aquellos que creen que la religión se define desde el fanatismo absoluto. Sólo podrán ser abiertas por aquellos que no esperan de otros soluciones mágicas, sino que saben que tienen la responsabilidad de una puerta enfrente, y que sólo deben tener el valor de abrirla.

Lo mismo sucede en nuestras familias. Para poder sentarnos a la misma mesa desde nuestras diferencias, debemos alcanzar la altura espiritual de saber qué puertas abrir. Quizá sea la puerta del perdón, la del reencuentro, la de la reconciliación, la del agradecimiento, la del reconocimiento, la de la nueva oportunidad, la del coraje, la del amor, o la de la fe.

Amigos queridos, amigos todos.

Al abrir la puerta, no olviden lo que dijo el filósofo Soren Kierkeegard: “La puerta de la felicidad se abre hacia adentro. Hay que retirarse un poco para poder abrirla. Si uno empuja, la cierra cada vez más”.

El autor es rabino de la Comunidad Amijai, y presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti.