Hoy es el Día del Militante: ¿hay algo para festejar?

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Hoy es el Día del Militante, una fecha que marca el único logro de mi generación: haber acompañado el retorno de Perón. Nacimos a la política con el golpe de Onganía, en “la noche de los bastones largos”, el día en que la dictadura decidió aplastar a la universidad. Habían pasado 11 años desde el golpe contra Perón, habían derrocado a Frondizi y a Illia, asumían que el golpe no era para instalar la democracia y la libertad, sino para imponer una dictadura. Destruyeron un desarrollo científico que venía de lejos, acusaron de marxistas a docentes e investigadores que el mundo buscaba para su desarrollo, y nosotros expulsábamos para iniciar la decadencia. Habíamos dejado ahí la vocación de ser un país industrial, en rigor, la voluntad de ser nación. Enamorados del atraso y el dogma, soñaban copiar al Franco de España. En ese entonces un peronista era una rareza en la UBA, el peronismo era la causa de los trabajadores. Entre los estudiantes, había marxistas y socialcristianos, y todas las variantes del trotskismo; lo popular no tenía vigencia, salvo en minorías. La juventud descubrió ahí el peronismo y la violencia. Tiempos movidos: mayo en París, el mundo parecía avanzar hacia el comunismo. Participar de una causa era la manera de relacionarse con el destino, de darle un sentido a la vida. Sueños de “cosmovisión”, de elaborar una mirada original sobre nuestro lugar con veleidades de heroísmo, desbordes de entrega, todo eso vivido en lo cotidiano. Unos elegían la guerrilla; otros, sueños de profetas.

Con los años, los militantes, los soñadores, los amantes de un futuro más justo, fueron entregando sus vidas o cambiando sus sueños. La prostitución de aquel profeta terminará siendo “el operador”, ese intermediario entre los negocios y la política que imagina trascender, no con sus escritos sino con sus escrituras. Fueron demasiados los que pasaron del digno “compañero” al triste lugar del cómplice. Y la coherencia terminó en minoría, aplastada por el éxito de los que llegaron a ricos, de los que aceptaron participar de “la clase política” como una parte del lugar donde habitan los triunfadores.

Aquellos vientos de la historia forjaban soñadores y poetas; las brisas de hoy, un exceso de codicia y egoísmo. Hay militantes en nuestra juventud con formas tan nuevas como sus problemas y la tecnología que manejan, pero para bien o no, no son herederos de aquellas gestas. Nosotros, que habitábamos una sociedad con una pobreza del cuatro por ciento y una deuda menor a los seis mil millones, quisimos la revolución y terminamos siendo testigos del avance de lo siniestro. Ahora, la pobreza ronda el cuarenta y a la deuda se la llevaron prometiendo inversiones. Retrocedimos mucho, demasiado, somos de los que más decayeron en el mundo.

¿Hay algo para festejar? Hace muchos años escribí sobre el fin del militante y pienso que hoy integra una minoría, junto a los necesitados pero sin peso en el poder. Los verdaderos militantes hoy acompañan a los necesitados. Aquellos no llegaron a ocupar el lugar de políticos -hasta hubo quienes se inventaron un pasado- mientras los humildes sienten que en el poder hay una dirigencia que está lejos de pertenecerles. No me refiero a nadie en particular, las ilusiones y las perversiones suelen distribuirse por igual. En los países hermanos, el estallido social desnuda la impotencia de la democracia frente a la desmesura de la injusticia distributiva, y también los límites de la sublevación cuando carece de dirigencia y objetivos.

El peronismo fue una instancia de la conciencia nacional que hasta ahora expresa el más alto nivel de su desarrollo; el kirchnerismo no parece asumir aún la voluntad de unidad nacional como legado, sino la confrontación. Macri cayó en el anti peronismo, no se animó a ser algo más que un miedo, no llegó a convertirse en propuesta. Igualmente, sacó votos que no son el fruto de sus logros, sino el resultado del rechazo que supimos generar. Y la política, en todas sus versiones, permitió enriquecerse a miles a cambio del empobrecimiento de millones. Miles de nuevos ricos, una militancia que perdió su guerra y, aunque tiene versiones solidarias, su poder real es escaso. Si en aquellos militantes abundaban los sueños, nosotros estamos obligados a devolver la esperanza.

El militante vivía en la víspera de un mundo mejor, era el de I compagni -que tan bien interpretara Mastroianni en la película de Monicelli- el soldado, el soñador, el poeta, el personaje. Quedan algunos. La marca es la coherencia, por eso digo algunos, los que descubrieron que la solidaridad no duda en hacerse real. La violencia impuso el dogma, antes fue la absoluta libertad de los que dudaban y se ocupaban de buscar su propia verdad. Recuperemos la voluntad de la coherencia y la amplitud del pensamiento, ese será el mejor homenaje a aquella gesta.