Una elección para (re)pensar nuestra democracia

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Este 27 de octubre los argentinos vamos a votar en un marco de estabilidad política, regularidad democrática, normalidad institucional electoral y certidumbre acerca del resultado. Pero inseguros sobre el futuro económico y social del país. Nuevamente, el fantasma de una crisis financiera se cierne sobre nosotros y nuestros proyectos de vida. Los votantes perciben una historia reiterada de fracasos económicos y necesitan respuestas. Pasa no solo aquí: mientras se cerraba la campaña presidencial, en diversos países de la región y el mundo los ciudadanos salían a las calles a reclamar e interpelar a sus gobernantes. El próximo presidente argentino deberá lidiar con un panorama complejo y una sociedad con demandas latentes.

¿Cómo se conjugan la buena salud de nuestras instituciones democráticas y esta angustia sobre lo que vendrá? El ser y la esencia no son lo mismo, decía un gran pensador. La esencia de nuestra democracia refundada en 1983 fue el antiautoritarismo. Después de la barbarie de los golpes, el terrorismo de Estado y la violación de los derechos humanos elementales, diseñamos y defendimos un régimen para curarnos definitivamente de esa historia. Sus valores y reglas buscaron asegurar la representación plural, la competencia entre partidos, la participación social y la transparencia. No lo hicimos solos, ya que la democratización de la Argentina formó parte de una transformación regional y global -la “tercera ola democrática”- que pensó el régimen de acuerdo con parámetros similares.

Los valores y reglas de 1983 no están en juego. Este domingo tendremos la novena elección presidencial desde entonces, y podríamos decir que seguimos progresando. Algunos hechos:

1. El peronismo probablemente volverá al gobierno nacional y controlará la gran mayoría de las gobernaciones provinciales. Las elecciones provinciales y las PASO del 11 de agosto pasado lo anticiparon. La alternancia entre partidos sigue formando parte de nuestros hábitos y el ejercicio del Ejecutivo no interfiere en ello. La Argentina pareciera ser una de las excepciones en la tendencia reeleccionista de las presidencias latinoamericanas. Al mismo tiempo, ya sabemos que los ciclos peronistas son más largos que los de la coalición no peronista. De hecho, la unificación de las diferentes corrientes del panperonismo en un solo frente electoral es uno de los hechos claves de la elección. Los datos electorales desde 1983 muestran que el conjunto del peronismo tiene más peso en las urnas que las coaliciones nacionales no peronistas. Eso nos invita a volver a reflexionar en las causas del predominio, incluyendo su fuerte estructuración como coalición de base nacional.

2. El cambio de manos va a afectar a las administraciones provinciales. En especial, los comandos políticos en los grandes distritos (provincia de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Ciudad de Buenos Aires) y su relación con el gobierno central definen tanto la gobernabilidad como la vida interna de las coaliciones. Mauricio Macri basó en fuerza propia y alianzas esa ecuación; Alberto Fernández construyó sobre esas relaciones su coalición. El próximo gobierno se definirá en sus relaciones con los gobernadores y en la que todos juntos -gobernadores y Poder Ejecutivo nacional- tengan con el FMI, ya que nuestro principal acreedor pretenderá que las nuevas autoridades hagan ajustes fiscales.

3. Es probable que tengamos un Congreso más autónomo (tanto del Ejecutivo como de las provincias). Cristina Fernández de Kirchner, la dirigente más influyente de la política argentina actual, tendrá un rol clave en el Senado -sobre todo, si se confirma su elección como vicepresidenta. En la Cámara de Diputados, el Frente de Todos tendrá distintas voces de peso -de hecho, podría constituirse como un interbloque- y un kirchnerismo sin jefes territoriales será un actor gravitante. Asimismo, la coalición no peronista que conformó Cambiemos seguirá teniendo una bancada numerosa, en parte gracias a la buena elección que realizó en 2017. Todo ello permite prever un Legislativo más activo y con más discusión.

4. Muchas de las iniciativas institucionales para seguir concretando los valores de 1983 avanzan, pero quedan asuntos a resolver. Las PASO, pensadas para democratizar internamente a los partidos y las coaliciones, se consolidan pero en 2019 evidenciaron una falla: si no hay competencia intrapartidaria, pueden fabricar pseudoresultados. Los calendarios electorales provinciales desdoblados de los nacionales refuerzan la tendencia al provincialismo en la política nacional. La mayor participación de las mujeres en política sigue siendo una demanda insatisfecha. Los mecanismos de votación se han actualizado en algunos distritos pero la discusión nacional no encuentra cauce. Tuvimos el primer debate presidencial bajo la nueva legislación. Todas estas cuestiones muestran que la agenda de las reformas electorales sigue abierta.

Sin embargo, la asincronía entre estos desarrollos políticos y los resultados económicos y sociales que supimos conseguir nos invitan a pensar en qué otras cosas puede hacer la democracia para materializar las expectativas del desarrollo. Tuvimos éxito para garantizar el acceso democrático al poder pero tenemos cuentas a pagar en lo que hace al ejercicio. Aprendimos a competir pero no tanto a cooperar. En ese sentido, sería bueno incorporar a nuestro archivo de la historia democrática otros hitos, además de la gloriosa jornada del 30 de octubre de 1983. La Hora del Pueblo, el abrazo entre Perón y Balbín o la Multipartidaria señalaban los caminos de una política del acuerdo. Que cualquier ciudadano pueda ser elegido y elegir no significa que cualquier cosa pueda hacerse desde el poder. Y no se trata solo de las instituciones: también, las democracias necesitan una práctica del consenso. Probablemente, la crisis que nos acecha nos obligue a aprender aceleradamente cómo acordar y sentar las bases de políticas públicas duraderas. Son las reglas y también son los actores.

El autor es investigador del OEAR de CIPPEC y profesor de la Universidad de Buenos Aires