Cuestión de piel

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No se quieren nada. Ni un poquito. Nada de nada. No se trata de una estrategia de campaña. Tampoco están sobreactuando ni forzando un discurso para la grieta. Son total y absolutamente fieles a sí mismos. No están sosteniendo un pose. No se pueden ver. Simplemente se detestan.

Es algo demasiado profundo, visceral. Hay un mutuo desprecio macerado quién sabe en qué remotos rencores.

No estamos hablando de irreconciliables diferencias, ni de cuestiones ideológicas. Puede hasta que incluso se parezcan. Se trata más bien de una aversión consolidada, profunda, propia de quien acopia enconos ilevantables. Casi una cuestión de piel.

Este rasgo de la relación entre Fernández y Macri quedó crudamente expuesto en el último debate. Todos los invitados al auditorio de la Facultad de Derecho tuvieron acceso en vivo a lo que la televisación no pudo mostrar, la gestualidad de uno mientras el otro hablaba.

La “pantalla partida” presencial mostró a Alberto displicente y a Macri crispado. El juego de tensiones entre ambos fue exasperante y desbordó la palabra hablada. El sorteo previo de los atriles los ubicó a centímetros mientras sostenían la parada. La proximidad física no hizo más que potenciar las reacciones. De allí en más la confrontación escaló y trascendió el set.

Alberto se ensañó con el padre biológico de Mauricio. Mauricio la emprendió con la genitora política de Alberto. Un duelo que alcanzó un nivel de dramatismo propio de barra bravas.

Uno de estos dos hombres presidirá el país a partir de diciembre. Pero de la templanza de ambos y de la capacidad de entendimiento que se permitan demostrar en los próximos días dependerá en qué condiciones llegaremos hasta ahí.

Nada parece augurar a esta hora que tengan a mano la grandeza de hacerlo. Se necesita disponer de una madurez personal y política que por el momento, al menos en relación a esta cuestión tan sensible, no han logrado expresar. Tampoco hay espacio para perder las esperanzas.

Mucho más que una pena, nos enfrentaremos una tragedia si no logran cambiar el chip. Se acabó el tiempo de los desbordes emocionales. No queda margen para la chicana política.

Llegado a este punto el deterioro económico y social todos necesitamos señales que permitan revertir el estado de cosas. No basta que las segundas líneas contacten y trabajen. Posiciones precisas y gestos de conciliación, eso es lo que se demanda. Aunque esto le repugne como tragarse un sapo crudo.

Los que rodean en estos días a Macri dicen que el Presidente está preparado, y que llegado el caso, tanto psicoanálisis, tanta meditación y tanto coach mediante se encuentra listo para soltar. Aseguran que no quiere hacer “la gran Cristina” forcejeando con el bastón y la banda.

Los que dan fe de esta impronta que anima hoy al Jefe de Estado remiten al día posterior a las PASO cuando a pesar de la perplejidad que le produjo el resultado se sobrepuso a la bronca y el desánimo y fatigó su teléfono meta whatsappear hasta dar con Fernández, una tarea que le costó mucho encarar, pero lo hizo.

Los allegados a Macri aseguran que la movida de las plazas le cambió la química, que está retemplado, montado en una sobredosis de entusiasmo que le impide dormir. Una ansiedad que lo sostiene soñando con “darla vuelta” pero, en el caso de no lograrlo, lo ha revitalizado lo suficiente como para traspasar de pie el temible tiempo que lo separa del recambio. No es poco.

Los más sorprendidos por la performance de la marcha del “Sí, se puede” opinan que de tanto de trajinar por plazas y avenidas nació una suerte de “mauricismo”. La campaña de cercanía y proximidad parece haberle rendido mucho en términos personales aunque pocos creen en que alcance para cambiar la historia. Algo que tal vez pueda capitalizar más allá de diciembre.

Alberto, por su parte, llega al final de la campaña absolutamente seguro de que ganará y prometiendo un país para todos. Es clave el tiempo de una eventual transición. Si el resultado se define este domingo los riesgos del mes y medio que nos separa del 10 de diciembre son insondables. Desde el albertismo prometen que habrá foto.

Si llegamos al lunes con Presidente electo se termina el juego del gran bonete. La responsabilidad pasa a ser compartida. Las mutuas acusaciones y señalamientos.

La imagen plantada desde el “frentetodismo” que muestra a Macri cual chico caprichoso, capaz de hacerle pegar la disparada del dólar porque le sacaron el juguete, quedó diluida por el peso de las circunstancias. Los mercados ya están haciendo su juego. Este viernes comenzaron a curarse en salud. La estampida del dólar de esta semana da cuenta de eso. Alberto Fernández estará obligado a definir su perfil rápidamente. Deberá imponer certidumbre, generar confianza o el tembladeral se llevará puesto todo.

Tendrá que precisar si su prioridad es que se preserven las reservas o se contenga el dólar. Las dos cosas son incompatibles. En el caso de optar por soltar el dólar deberá explicar qué piensa hacer para contener la inflación que sigue atada al comportamiento de la divisa. El anuncio de un pacto que congele precios y salarios produjo un ajuste en las góndolas. Mucho más de lo mismo.

Desde este lunes, si gana las elecciones, se le exigirán muchas definiciones, buena parte de ellas no pueden esperar. La más urgente la relacionada con el pago de la deuda. Pero no es la única. ¿Sostendrá el congelamiento de las tarifas? ¿Mantendrá la quita en el IVA a los alimentos? Si lo hace. ¿compensará a los gobernadores? ¿Se comprometerá a respetar la cláusula de ajuste sobre las jubilaciones más la promesa de aumentar un 20%?

No le queda otra que tragarse las emociones y aplicar racionalidad. Todo corre demasiado rápido como para distracciones. La implosión del modelo chileno y las protestas populares que sobresaltan la región dan cuenta de un clima político disruptivo en el que las demandas se expresan sin acatar ni esperar liderazgos. La democracia tal cual la conocimos hasta ahora está en discusión, cruje. El traje de la vieja política ya parece no sentarle bien a nadie.

Lejos del escenario de tres tercios del que tanto se habló, llegamos a las elecciones generales en condiciones políticas inimaginables unos pocos meses atrás.

El peronismo se muestra unido bajo una consigna que se fogoneó con fuerza desde todos los sectores de la oposición: “Sacar del gobierno a Macri”. Una tarea que con extrema eficiencia y aplicación llevó adelante Alberto Fernández sumando apoyos tras ser ungido por su jefa política como candidato a la Presidencia de la Nación. Las tercera y cuarta fuerzas se debilitaron. La grieta se profundizó pero la polarización terminó descompensada por el resultado de las primarias.

“Cristina y yo somos lo mismo”, dijo Alberto en La Pampa y desde entonces reforzó esta idea alineando sus declaraciones con el manual cristinista. Solo se salió de eje durante el debate del domingo cuando, fustigado con el tema de la corrupción K, se parapetó tras el argumento de que se fue del gobierno cuando las cosas no les cerraban. Una participación que aseguran no cayó nada bien en su candidata a vice.

Desde el albertismo aseguran que la fumata blanca vendrá con una foto y que, a más tardar, en la primera hora del lunes ambos tendrán que hacer el gran esfuerzo de posar para la selfie política más esperada.

Este domingo volveremos a las urnas. Nadie imaginó hasta aquí que las PASO nos arrojaría a un tiempo tan costoso y complejo como el que acabamos de transitar. Con o sin opción de balotaje en cuestión de horas amaneceremos en otro país.