Un debate sin grandes novedades

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Los candidatos protagonizaron el primer debate en la ciudad de Santa Fe (Adrián Escandar)
Los candidatos protagonizaron el primer debate en la ciudad de Santa Fe (Adrián Escandar)

Los argentinos experimentamos por primera vez un debate presidencial obligatorio, aunque en un país en el que la verdadera “cultura del debate” no ha logrado consolidarse definitivamente aún.

Sin embargo, más allá de las especulaciones y análisis, y de las limitaciones de un formato de debate que lo aleja del ideal de un verdadero ejercicio deliberativo, no debe soslayarse su impacto positivo para nuestra democracia.

En lo que respecta al análisis del desarrollo del debate y la performance de los candidatos, no hubo grandes sorpresas ni en el plano de las propuestas ni en la estrategia elegida por los contendientes.

Macri, probablemente el candidato que más apostaba al debate para intentar revertir el magro resultado en las primarias, no consiguió el impacto buscado. Como era previsible, buscó morigear la confrontación propia de la estrategia de polarización que había abrazado hasta antes de las PASO, lo que no sólo se plasmó en su apelación a un lenguaje de tono y estilo menos estridente, sino en su énfasis en la apelación a valores.

Sin embargo, ese pretendido giro discursivo careció del más mínimo esbozo de autocrítica. Su performance más endeble fue en el eje económico, aunque en general se mostró muy deslucido a lo largo de todo el debate, y sus reiterados intentos de asociar a Alberto Fernández con los temas más polémicos del kirchnerismo no parecieron horadar el posicionamiento del candidato triunfante el pasado 11 de agosto.

Desde la relativa comodidad del contundente triunfo obtenido en las PASO, y confiado en que el debate no alterará en esencia las tendencias electorales, Fernández apostó a proyectar buscar una imagen “presidencial”, aunque sin privarse de una presentación contundente que buscó recordarle a la audiencia las “contradicciones” de Macri respecto a su intervención en el debate presidencial de cara al balotaje de 2015. La presencia de Daniel Scioli entre sus invitados buscó, sin duda, potenciar ese efecto contraste.

El candidato del Frente de Todos se mostró además aperturista, poniendo el foco en el Mercosur, aunque sin ocultar sus posturas proteccionistas en defensa de la industria y las pymes locales, y de estímulo al consumo interno. Tampoco desaprovechó la oportunidad de adelantar su principal propuesta de campaña, la convocatoria al diálogo y al consenso para suscribir un “Pacto Social”. Interpelado por Macri por el tema Venezuela, se desmarcó de las posturas de los sectores más radicalizados del kirchnerismo, solidarizándose con los ciudadanos venezolanos, pero defendiendo la autodeterminación y la soberanía de dicho país frente a la postura intervencionista que le adjudicó a Macri.

Lavagna insistió con su discurso “anti-grieta”, poniendo el foco en los temas económicos, a los que apeló aun en los restantes tres ejes del debate. Desde su presentación, buscó autoadjudicarse la autoría de la salida de la crisis de 2001. Sin embargo, pese a las pretendidas analogías con la situación actual, no logró comunicar con claridad y contundencia cómo salir de la crítica situación actual.

El resto de los candidatos procuró hacer su juego “de nicho”, buscando diferenciarse de los principales candidatos a partir del aprovechamiento de un espacio para ellos inédito, aunque su suerte fue dispar. Espert se mostró cómodo en el eje económico, aunque no logró plasmar esa imagen mediática y polémica asociada a las posturas ultra-liberales a la que apostó durante la campaña, luciendo por momentos muy rígido y acartonado. Del Caño fue a lo seguro, y se abocó a hablarle a su nicho de votantes, con un discurso de marcado tono ideológico, señalando las contradicicciones de los candidatos “del sistema”. Gómez Centurión no sólo se aferró al discurso del pañuelo celeste, sino que apostó a un discurso fuertemente nacionalista, de mano dura y, en ciertos pasajes, rozando la xenofobia.

Es cierto que no hubo una verdadera interacción y diálogo entre los candidatos, más allá de sus exposiciones, ataques y defensas puntuales. El debate estuvo así evidentemente marcado por los monólogos y repertorios conocidos de los diversos candidatos.

Sin embargo, los argentinos pudieron contrastar las propuestas y proyectos de todos los candidatos, verlos polemizar, evaluar sus reacciones ante las críticas y cuestionamientos, y juzgar su lenguaje corporal. Y esto no es poco para el ejercicio democrático.

Como ya es todo un clásico en los debates, apenas culminado el evento los candidatos y sus equipos se apurararán en adjudicarse la victoria, y durante el día posterior los medios de comunicación convocarán a muchos analistas que se ocuparán de hablar profusamente sobre lo acontecido. Asimismo, las redes sociales explotarán con comentarios e impresiones sobre la performance de los candidatos y los presuntos ganadores.

Sin embargo, en tanto se trató de un debate previsible, resulta difícil hablar de un candidato triunfante. Por eso, si acordamos en que el debate transcurrió sin grandes novedades, es lícito sostener que el ganador resultó el candidato que más votos sacó en las PASO.

Los candidatos ya hablaron, y lo volverán a hacer en un segundo debate en los próximos días. Luego será el tiempo de que hablen los ciudadanos en las urnas, el único veredicto realmente inapelable.

*Sociólogo, consultor político y autor de “Comunicar lo local” (Parmenia, 2019)