La esperanza de un retorno a la política

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Beatriz Sarlo y Alberto Fernández
Beatriz Sarlo y Alberto Fernández

Corría el año 1986, gobernaba Raúl Alfonsín, la Coordinadora radical nos daba envidia, y decidimos fundar la renovación peronista. Encuentro ahora un libro, La renovación fundacional, de Antonio Cafiero, José Manuel de la Sota, el Chacho Álvarez, Mona Moncalvillo, Alberto Fernández. Había olvidado ser el autor del prólogo. Un futuro de esperanzas, un gobierno democrático y un peronismo con políticos que pensaban. De eso, luego, no quedó mucho. Más bien, no quedó nada.

La reciente entrevista de Beatriz Sarlo a Alberto Fernández nos devuelve una cuota de aquella política perdida. No es para ilusionarse ni mucho menos para empacarse con la figura de Cristina. Ella lo eligió a Alberto y él puede dialogar con Sarlo. Eso ya es suficiente para cómo venimos, casi diría excesivo. Sarlo pertenecía al grupo de intelectuales del “club socialista”, un lujo de otra época, cuando la universidad generaba pensadores en serio. Quedan pocos, la pertenencia al fanatismo se llevó a varios, la pérdida de la excelencia universitaria los volvió escasos. No nombro a los pocos que quedan, no busco conflictos, solo rescato a los que dudan, a quienes no tienen pertenencia obligada, y pueden elegir en cada caso. Esos son para mí los intelectuales, los otros son afiliados a una causa, no importa a cual, para los que la realidad es tan solo un detalle.

Aquel libro ocupaba otro tiempo en otra patria. Mona Moncalvillo me hizo una entrevista convertida en libro, que presentaron Carlos Grosso, el Chacho Álvarez y José Octavio Bordón. Hace muchos tiempos, sueños, ilusiones. Ahora hablan los economistas, los administrativos de la miseria que supimos conseguir. Recuerdo que hasta habíamos intentado, con otros, el plan Bunge y Born. Si en el 45 fue Miranda y la industria Flor de Ceibo, en el 73 eran don José Ber Gelbard, el aluminio y la informática. En ese entonces, bien podría acompañarnos la internacional más fuerte de nuestro país que producía bienes de consumo masivo. Pero vinieron por izquierda contra el grupo y por derecha, con el cuento de favorecer a los consumidores. Ambos sin patria, también sus promotores.

Aquella generación y aquellos libros no tuvieron herederos. De esa minoría surgieron varios ricos, fortunas dignas de otros pueblos, pueblos un poco menos dignos por semejantes fortunas. La riqueza de la dirigencia heredó la miseria de sus dirigidos. Nunca más tuvimos un proyecto, un modelo, un rumbo. Finalmente, ¿qué otra cosa es la corrupción que el fruto amargo de la atroz carencia de destino? Desregularon, para dejar indefenso al ciudadano frente a los poderosos, para que, como hoy comprobamos, el grande pueda sin problemas dejar en la ruina al chico.

Aquel libro era peronista. Alfonsín gobernaba, Cafiero y De la Sota junto con otros eran la oposición. ¿Cómo fue que terminamos en Macri y Scioli? No hago silencio con Kirchner; opino que hubo de todo y un exceso de pragmatismo, y con Cristina, que ahora actúa con grandeza, también vivimos desatinos. No es cuestión de olvidar, mucho menos de negar. Los dirigentes de Boca que sabían hablar en inglés no fueron un fruto casual, sino el cruel resultado de la farandulización de la política, construida por nosotros pervirtiendo el nombre de nuestro digno historial.

No ignoro el peso de los negocios en la política actual. Antes necesitaban dar un golpe de Estado, hoy les alcanza con instalar y promover a los candidatos. Hoy las ideas apenas sobreviven en la política, el resto es tan solo un coto de caza en una sociedad sin destino, un “arca de Noé” adonde suben las especies que imaginan ser salvadas, rescatadas de la miseria colectiva. El Estado, en su pobreza, genera el prestigio y las rentas del mismo modo en que lo parasitaban los golpistas de ayer. Acomodar a parientes y amigos es una tarea de los exitosos del presente, de los que triunfan en la política, así como en el pasado otros, representantes del mismo pensamiento, se quedaron con los pedazos del Estado. No se entendía muy bien.

Macri compró el destino que soñaba. Para la pequeñez de nuestros ricos, la política debía convertirse en una etapa superada. Dicen que el heredero es Rodríguez Larreta, como si rompiendo calles se reencontrara en el “cordón cuneta” el destino colectivo.

Cada tanto releo La hoguera de encinas, un diálogo entre el General De Gaulle y André Malraux sobre el destino de Francia. Perón solía citar Las vidas paralelas de Plutarco. Leopoldo Marechal supo dejarnos Autopsia de Creso, que si mal no recuerdo concebía como una “biopsia in extremis” frente a la imaginada agonía del hombrecito económico. Quizás no sea para tanto, pero tampoco para dejar el futuro en manos del contable. Elegir un lugar en el mundo es el desafío de toda clase dirigente, y la nuestra está en deuda. Agradezco a Beatriz Sarlo y a Alberto Fernández ese encuentro. Es un regalo importante en medio de tanta pobreza, un gesto donde retorna el debate más allá de los impuestos y los números. No es mucho, pero podría ser el inicio de un retorno a la política, a la verdadera, a esa que nace como pasión y solo se resuelve como destino. El resto ni existe ni interesa.