La verdad oculta del fracaso de Macri, y el riesgo de que Fernández lo repita

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Muy pocos saben que antes de ser presidente Mauricio Macri tenía decidido hacer algo muy distinto de lo que hizo en materia económica cuando llegó al gobierno. Poco antes de su triunfo electoral en 2015, Macri cambió de rumbo bajo la influencia de su círculo más cercano y avanzó en un plan que, a la postre, fracasó. Esta es la verdadera historia de lo que pasó; conocerla, podría evitar que se repita con el próximo gobierno.

Una de las instrucciones principales que impartió Macri a los que preparaban los planes de gobierno en la Fundación Pensar antes de ser Presidente, fue la de prever alcanzar en tiempos breves el equilibrio de las cuentas públicas. Macri estaba convencido entonces de que el abultado déficit público era la causa principal de nuestras recurrentes crisis económicas. Incluso se habló con él de ir bajando el déficit público un punto porcentual por año, y lanzar inmediatamente las reformas estructurales esenciales para el desarrollo del país, aprovechando el apoyo político de los primeros dos años de gobierno y el bajo nivel de endeudamiento externo, cuyo aumento sería destinado sólo a financiar el gasto hasta lograr, en poco tiempo, el equilibrio fiscal. Macri fue un ferviente defensor de esta idea.

Yo fui testigo directo de su pensamiento cuando ocupé la presidencia de la Fundación Pensar y en varias reuniones previas a la campaña electoral, y también de su brusco cambio de posición.

¿Qué pasó? ¿Por qué Macri cambió de idea e hizo lo contrario desde el poder?

En 2015 el candidato Macri fue convencido por un grupo de sus asesores más cercanos de que no sería necesario hacer ajustes ni reformas porque la explosión de inversiones directas que su gobierno provocaría sería suficiente para licuar el déficit público -vía aumento de la recaudación- y reducir bruscamente la inflación.

Este fue el inicio del fracaso económico de su gestión.

El cambio de rumbo fue discutido internamente. El grupo más numeroso, que incluía a los más influyentes sobre Macri, sostuvo con fuerza el canto de sirena que convenció al candidato presidencial. El otro grupo, mucho más reducido, fue acusado de excesivamente ortodoxo.

Podría decirse que el candidato Macri compró entonces argumentos engañosos. El grupo de las “palomas” le mintió al sostener que los gobiernos argentinos que partieron con ajustes del gasto y reformas estructurales no lograron terminar el mandato. Por su parte, los “halcones” buscaron alertar sin éxito que, por el contrario, la historia argentina demostraba que el recambio anticipado de los gobiernos democráticos provocado por las crisis económicas se debió a no haber hecho lo que había que hacer al inicio del mandato, como los casos de Alfonsín y De La Rúa.

“Para qué correr riesgos haciendo ajustes y reformas, si no serán necesarios”, fue la decisión del candidato y su entorno. “Será suficiente con arreglar la deuda con los holdouts y levantar el cepo”, confirmó uno de sus asesores que luego será ministro. En realidad, esta visión maniquea y simplista que envolvió a Macri respondía a un plan político: no hacer nada que afectara la estabilidad del nuevo gobierno cuando, en realidad, no haber hecho nada en materia macroeconómica fue lo que provocó la crisis y la derrota del oficialismo en las PASO, abriendo la puerta al posible regreso del peronismo al poder.

Ya electo presidente en 2015, Macri dio una señal clara del nuevo rumbo que había decidido tomar al anunciar como sus nuevos ministros a los máximos representantes del grupo de las “palomas”: Alfonso Prat-Gay en Economía, Francisco Cabrera en Producción, Jorge Triaca en Trabajo y Federico Strurzenegger en el Banco Central. Carlos Melconián, uno de los líderes de los “halcones”, fue excluido del gabinete y destinado al Banco Nación sin ninguna injerencia en los planes económicos del nuevo gobierno.

En la misma línea, Macri designó a su exitoso jefe de campaña y líder de las “palomas”, Marcos Peña, como Jefe de Gabinete de Ministros, sin advertir la contradicción que significaba asignar a una misma persona distintas responsabilidades que competían entre sí, como la de conducir campañas políticas para tratar de ganar elecciones, por un lado, y avanzar en las necesarias reformas estructurales para transformar el país, por el otro.

Ya sabemos cuál de ellas primó. Las campañas y la comunicación se impusieron sobre la gestión y las reformas, con el resultado conocido.

Esta experiencia introdujo en el vocabulario habitual de los argentinos términos y conceptos como “gradualismo”, “brotes verdes”, “tormenta” y “reperfilamiento”, que se utilizaron como eufemismos para evitar referirse al aumento de la inflación y del endeudamiento, a las prometidas inversiones directas millonarias que no llegaron, a la devaluación de nuestra moneda y a la crisis económica, y al reciente incumplimiento de nuestras obligaciones como deudores.

En síntesis, Macri repitió los errores de sus predecesores: la soberbia de creer que el poder que proviene del resultado electoral diluye los graves problemas estructurales que azotan a la Argentina hace décadas.

Resulta inexplicable que el presidente Mauricio Macri y sus predecesores no hayan comprendido que las crisis recurrentes son provocadas cuando el excesivo déficit público deja de ser financiable. Este es el principal factor del debilitamiento de los gobiernos, el gran enemigo de las economías emergentes.

¿Lo entenderá así Alberto Fernández si llega a la Presidencia, o cometerá los mismos errores que Macri y sus predecesores? Repasemos la información disponible.

Tomando la regla de los contadores, en la columna del “debe” sabemos que si Fernández es elegido presidente necesitará de un plan de estabilización, de un acuerdo con el FMI y los acreedores, de financiación de corto plazo y sobre todo de un Ministro de Hacienda con un equipo fuerte para llevar adelante estos desafíos. Quedará para más adelante la implementación de un plan sustentable de crecimiento y desarrollo.

La grave situación macroeconómica que recibirá haría pensar que Fernández deberá seguir un camino ortodoxo, que suponemos prefirió no anticipar públicamente para no afectar sus chances electorales.

Sin embargo, en la columna del “haber” de Alberto Fernández las señales son equívocas. Escasean las referencias a la urgente necesidad de lograr equilibrio fiscal y, sobre todo, de cómo lograrlo. Su decisión de implementar una salida a la uruguaya (alargamiento de los tiempos de pago de la deuda, sin quitas) resulta insostenible para nuestro país en las actuales circunstancias, no solo por el volumen de nuestro endeudamiento sino por nuestra incapacidad de refinanciar los intereses sin superávit y las otras fuentes que ya no estas disponibles.

Tampoco sabemos si Fernández tomará el toro por las astas o lo dejará correr hasta recibir la cornada.

Además, ¿Fernández tiene un equipo capaz de implementar un plan sostenible? Por ahora, Fernández tiene el beneficio de la duda. En caso de ganar las elecciones presidenciales, la designación de su equipo revelará inmediatamente hacia dónde conducirá al país; no habrá que esperar otros datos.

Existe el riesgo de que Fernández cometa los mismos errores que Macri: subestimar la gravedad de la situación y la profundidad de la crisis estructural argentina, suponer que los problemas desaparecerán por sí solos o que su solución puede posponerse, y considerar que haber ganado la elección lo exime de presentar un plan macroeconómico creíble y sustentable y un equipo sólido para llevarlo adelante.

Es un desafío de largo plazo; sin embargo, no anticiparse será el anuncio de un nuevo fracaso, de otra oportunidad perdida.

El otro desafío es de corto plazo: que un presidente no peronista concluya su mandato y entregue normalmente el poder a su sucesor. Sería una auspiciosa novedad que podamos disolver el hechizo que dominó la historia política argentina por décadas. En este sentido, a partir del próximo 28 de octubre la clave estará en acordar los aspectos principales de la transición, no en dinamitarla.