La grandeza de la humildad

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Dice Ernesto Sábato: "Para ser humilde se necesita grandeza".

Un par de décadas antes, Ernest Hemingway dijo: "El secreto de la sabiduría, del poder y del conocimiento es la humildad".

Sabemos poco acerca de la humildad. Traducimos humilde como "pobre", "sumiso", "tímido", "timorato", o "indigente". Y resulta todo lo contrario en aquél que logra la virtud de alcanzarla. La humildad en verdad exige grandeza. Y pide saberse.

Como dijo unos 2.400 años antes Lao Tsé: "Humildad es saber que no se sabe. El orgullo es una enfermedad, es pensar que uno sabe lo que no sabe".

Pero 800 años antes del gran filósofo chino, Moisés ya hablaba de la dimensión que tiene la humildad. En el texto de Deuteronomio encontramos lo que se conoce como "Las Leyes del Rey". Lo natural sería esperar que asome allí una arquitectura legal acerca de los atributos de una máxima autoridad, tales como llevar adelante una guerra, distribuir justicia, recaudar impuestos, construir su palacio, o hasta el poder de dar la vida o la muerte. Sin embargo, únicamente figura en la Torá acerca de las Leyes del Rey: "Sólo no habrá de incrementar para él caballos…, ni plata ni oro deberá incrementar para sí. Y además se escribirá la repetición de esta Torá para leerla todos los días de su vida".

Para ser humilde se necesita grandeza. No nos hablan sólo acerca del poder, sino esencialmente sobre los límites morales al poder. Humildad es saberse y estar lo suficientemente seguro de uno mismo, como para no necesitar estar demostrándo a nadie cuán vivo, inteligente, o poderoso se puede ser. Es saber intimamente qué y quién uno es. Ramses II, el símbolo de todo poder en la tierra de la que salieron los israelitas, tenía cuatro colosales estatuas suyas y dos de su reina Nefertiti en el frente del Templo Abu Simbel, que medían más del doble de altura que la estatua de Lincoln en Washington.

Así las cosas, Moisés funda una teología de fe en lo abstracto, y la negación al culto a ninguna imagen. En todo el texto bíblico aparece un solo atributo acerca de Moisés: su humildad. ¿Era humilde porque era grande, o era grande porque era humilde? Como sea, tal como dice Rabbi Iojanan acerca de Dios en la Pesikta: "Allí donde encuentres su grandeza, encontrarás su humildad".

No era así para los griegos. Aristóteles entiende que el hombre de poder, el megalopsychos, debía ser un aristócrata sabedor de su superioridad. La humildad, la obediencia y el ser servil era para las clasas bajas. De allí sale nuestra concepción actual acerca de la palabra "humildad". Incluso en español, humilde lleva la misma raíz de "humillar", "humillado", y "humillación". El idioma intenta poner al humilde como el pobre, el desválido. Mientras que la revolución mosaica, pide que el Rey mismo sea el ejemplo de humildad.

La escuela del Musar, la ética judía, nos enseña que el trabajo espiritual consiste en saber equilibrar las virtudes del alma. Tal como si tuviésemos un ecualizador dentro nuestro, donde sabiamente poner el balance y el punto medio, en las virtudes de la paciencia, la generosidad, la ecuanimidad, la compasión, la gratitud, la simpleza, la verdad o la responsabilidad. Todas esas virtudes del alma junto a otras como el silencio, la moderación, el honor o la fe, tienen una virtud que es la madre de todas: la humildad.

Nos enseña el Musar que la humildad es el punto medio entre dos extremos, dos vicios. En un extremo encontramos la arrogancia y la soberbia. Y en el otro la auto-desvalorización, y la falta de autoestima. El punto medio, es el valor a alcanzar. Sólo la humildad es aquella que puede demostrarnos quiénes en verdad somos, y si somos capaces al sabernos, de crecer y superarnos. Porque al estar dominados por la soberbia, nunca podremos ver ni aceptar nuestros errores y limitaciones, ni qué cosas modificar. Mientras que en el otro extremo, en la auto-desvalorización, se minimizan las capacidades, las fortalezas o la inteligencia para cambiar. En ninguno de los dos extremos lográs crecer. En ambos quien gobierna es una pasión, pero no uno.

En los dos extremos descubrimos una posición profundamente narcisista en la que domina el ego. En el extremo de la arrogancia están esas personas que no pueden empezar una sola frase sin la palabra: "Yo". "Yo quiero. Yo creo. Yo opino. Yo digo". Y en el lugar de la auto-desvalorización, también aparece primero la palabra "Yo": "Yo no puedo. Yo no tengo. Yo no me lo merezco. Yo no tengo a nadie que me quiera". Siempre el Yo primero.

El desafío del equilibrio emocional, radica en alcanzar el punto medio entre ambos vicios del Yo.

A través de la humildad, lograr que no sea el ego quien gobierne, sino el alma.

No se trata de demostrar permanentemente quiénes somos. Sino de estar convencidos de lo que sabemos, de lo que valemos y de lo que tenemos, sin tener que medirlo en el reflejo de los demás.

En el Talmud, en el Tratado de Berajot, enseñan: "A todo aquél que se ubica en un lugar particular para él mismo donde rezar en el templo, el Dios de Abraham va en su ayuda y cuando parte de este mundo, la gente dice: 'Ésa fue una persona humilde'".

Cuando lográs centrarte, ubicarte, y hacerte tu propio lugar, generás lugar para los otros. La humildad es el arte de saber que no se trata todo acerca de vos.

El Rabino Jasídico del siglo XIX, Rafael de Barshad nos cuenta esta genial historia:

"Cuando llegue al cielo, me preguntarán: ¿Porqué no aprendiste más Tora?
Y yo les diré que yo no era lo suficientemente brillante.
Luego me preguntarán: ¿Porqué no hiciste más obras de bien para otros?
Y yo les diré que era un hombre físicamente débil.
Luego ellos preguntarán: ¿Porqué no fuiste más solidario?
Y yo diré que no tenía el suficiente dinero para eso.
Y entonces ellos me preguntarán:
Si eras tan estúpido, tan débil y tan pobre, ¿Porqué eras tan arrogante?
Y para eso…no voy a tener respuesta."

Nos creemos lo que somos y no llegamos a medir todo lo que nos falta hacer, para lograr ser. El crecimiento espiritual está en la búsqueda de la humildad, del punto medio.

La humildad no implica pensar que sos pequeño, sino pensar que otras personas también tienen grandeza.

En palabras de Ezra Taft Benson, religioso y político americano: "El orgullo tiene que ver con quién tiene la razón. La humildad tiene que ver con lo que es correcto".

Hay veces que, con tal de tener sólo la razón, tu orgullo hace que te quedes con la razón, pero solo. Humildad es buscar lo correcto, tengas o no tengas la razón.

Amigos queridos, amigos todos.

En tiempos de resquebrajamiento de lo social, de inestabilidades políticas y de incertidumbres económicas, es imprescindible invertir en tiempos de espiritualidad.

Buscar el equilibrio. Trabajar en el balance del alma. Rescatar la virtud de la grandeza de la humildad. Celebrar la belleza de las almas que nos rodean.

Medirnos bajo nuestras propias medidas y no las de otros. Construir una sociedad donde desde sus bases, acordemos los standares de respeto, de entendimiento, de diálogo, de aceptación del otro y de uno mismo, y donde fijemos como bandera los límites morales al poder.

Entonces crecer. Como lo merecemos.

No esperando a que lo hagan los reyes, sino empezando por nosotros mismos.

Y entonces, ser reyes y reinas de nuestra propia vida.

El autor es rabino de la Comunidad Amijai, y presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti