De Mauricio Macri a Alberto Fernández, la política de vivir sin aire

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Hace poco menos de un año, estudios mediante, los médicos determinaron que durante mis horas de sueño, a mi sistema respiratorio ingresaba solo el 50% del aire que necesitaba para vivir.

Me explicaron qué por esa razón mi presión mínima era más alta, qué por eso tenía alteraciones en mi memoria, y entre otras cosas, las apneas eran las responsables de mi urea ligeramente alta, la retención de líquido y que me levantase más cansado que cuando me acosté.

Pero fueron más lejos aún, podía tener una "muerte súbita", aunque esa posibilidad era remota.

Sólo había escuchado hablar sobre la "apnea del sueño", a Jorge Lanata. Él también sufre de la misma dolencia.

Mi respiración, según los estudios, se interrumpía 75 veces por hora, cuando lo normal era, cómo máximo cinco. También tenía 300 micro interrupciones del sueño. En otras palabras, poco más, poco menos, dormía cuatro de cada seis horas.

Mi concentración estaba alterada por esa cuestión, y eso venía ocurriendo desde hacía años.

La solución, lo que cambiaría mi calidad de vida, utilizar una mascarilla conectada, a través de un caño flexible, un aparato que tomaba aire, lo humidificaba y bajo determinada presión, ingresaba por mis fosas nasales y de allí a los pulmones, oxigenaba los glóbulos rojos e irrigaba mi cerebro.

El cuerpo humano es tan perfecto que se fue adaptando, como pudo, a la falta de oxigenación.

A los habitantes de este querido país nos ocurre algo similar.

Desde hace décadas la mala praxis política y económica nos va quitando el aire. De a poco nos vamos acostumbrando a bolsillos cada vez más flacos, a que los jubilados pasen de comprar un churrasquito de vaca a alitas de pollo.

Una lenta asfixia.

Como el cuerpo, nos vamos acomodando a las incómodas situaciones sociales que nos imponen.

Pero, llega un momento en que la molestia es tan importante, que buscamos, como sea, el oxígeno que nos falta.

Y nos aferramos a esa mascarilla para recuperar el aire que nos falta.

El 11 de agosto, las PASO se asemejaron bastante al pequeño compresor con el que a diario duermo.

Sin embargo, los dos candidatos más votados, el que quiere acceder a la Casa Rosada y el que desea seguir alquilando el lugar por otros cuatro años, no son un artefacto mecánico al que un especialista programa para darle al cuerpo lo que necesita para evitar las apneas y una hipotética muerte súbita.

Cada uno actúa según sus conveniencias personales. No escuchan los padecimientos de los pacientes.

No tienen presente las necesidades del cuerpo social.

Por esa razón, con sus palabras y silencios, buscan el aire que les falta a ellos, no al colectivo que deberían representar.

Consecuencia, el aire que necesitamos para vivir mejor, para no asfixiarnos, se enrarece.

Como si se tratase de presión arterial, sube el dólar, aumenta el riesgo país, suben los precios.

Y las dolencias se hacen más profundas. Baja aún más el consumo. Se siguen llenando las guardias de los maltratados hospitales públicos porque los trabajadores se quedan sin empleo y pierden su obra social, su medicina prepaga.

Cada vez hay más chicos descalzos y los cupos en los merenderos y comedores ya no alcanzan.

Ante esta situación, los candidatos, uno el que debe gobernar y el otro que debería ayudar a la gobernabilidad, vuelven a pensar solo en sus aspiraciones.

Les gana la mezquindad.

Uno tiene el poder formal hasta el 10 de diciembre, el otro, el poder político.

Uno parece no saber qué hacer con él y el otro no puede usarlo porque esta impedido institucionalmente.

Hace unos días parecía que el especialista de la pesadilla política que cíclicamente vivimos los argentinos había dado en el clavo y conectó el CPAP con la presión de aire correcta para transitar hasta final de mandato presidencial, y comienzo del otro, sin consecuencias graves.

Pero la luz se cortó y el pequeño aparato al que está conectado a la mascarilla se apagó.

Ojalá que uno y otro encuentren, y pronto, la perilla para volver a ponerlo en funcionamiento.

Nadie, en este querido país, quiere vivir sin aire, y mucho menos, sufrir una muerte súbita.