De la grieta al abismo

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El preidente Mauricio Macri (Gustavo Gavotti)
El preidente Mauricio Macri (Gustavo Gavotti)

A fuerza de caminar por el borde de la grieta, nos caímos en el abismo. Le hizo falta a Macri quedar sepultado por la lava del volcán electoral para comprender que cuando el hambre aprieta, el instinto de supervivencia siempre es más fuerte que cualquier designio ideológico, ético e incluso moral.

De Pasaje al futuro a Guía para sobrevivir al presente, títulos de los libros de Santiago Bilinkis bien pueden servirnos en modo metáfora para nombrar las estaciones de nuestro Vía Crucis nacional. Si bien el tecnólogo se refiere a los avatares de la vida digital, la exposición permanente a la disrupción política y la inestabilidad de la economía nos obligan a encontrar herramientas para permanecer de pie en un tembladeral.

La cruda adversidad económica, los desequilibrios del mercado, el dólar presionando y la inflación devorando la "mesa de los argentinos" se llevaron puesta toda expectativa de tiempo mejor.

"¿Cuánta pobreza resiste la libertad?", solíamos preguntarnos en los 80, en aquellos tiempo de la hiper que precipitaron la salida de Alfonsín.

El domingo una inmensa mayoría votó en contra. Gatilló el "voto miedo". Aplicó las reglas del juego de una campaña incendiaria que terminó obligando a optar entre el "vamos a volver" y el "que no vuelvan más" sin registrar que la desesperación por sobrellevar el día a día, por llegar a fin de mes desdibuja, borronea y aleja cualquier fantasía de futuro.

Fue un voto anti Macri. En la reacción presidencial frente a la contundencia del resultado puede entenderse la impronta visceral del mensaje que bajó de las urnas.

"Hemos tenido una mala elección", dijo el Presidente rodeado de los suyos cuándo todavía el centro de cómputos no había publicado un solo número y apenas minutos antes de mandarnos a todos a dormir sin probar bocado. No fue el peor de los momentos.

La conferencia de prensa del lunes volvió a poner en escena a un mandatario atrapado entre el enojo y la negación. Un Macri empecinado en seguir adelante sin registro alguno de que el pregonado ejército de los "seguidores del cambio" se le fue desmadrando y ahora se bate en retirada jaqueado por la desesperanza.

No ganó el Frente de Todos. Perdió Macri. La campaña de la oposición resultó exitosa: supo aglutinar a quienes piensan tan distinto bajo una consigna excluyente: sacar a Macri y los suyos del poder. Así de corto, así de simple y demoledor.

Fue la reacción en las urnas frente a la incapacidad presidencial de registrar las advertencias, que incluso los hombres más políticos del Gobierno le estaban haciendo llegar. Los que venían recorriendo territorios por fuera de la burbuja de los gurúes, los que ven la realidad en 360 porque pisan la tierra, se lo hicieron saber con todas las letras. Le pidieron que frenara la "máquina asesina" de la AFIP que dicen venía ejecutando como si Argentina fuese Alemania, que pasa a degüello a la pymes sin consideración ni piedad alguna, que subiera el piso de ganancias para aliviar la carga de los que trabajan, esa la clase media laburante que supo votarlo y ahora lo sancionó. No se dio por enterado.

La autocrítica de la primera hora del martes sonó genuina pero tardía. Puede que en sus horas de insomnio Macri haya hecho lugar a las advertencias que venía recibiendo desde hacía meses de los que lo quieren bien, pero que no quiso o no pudo escuchar.

Encerrado en el embrujo de los algoritmos duranbarbistas, atrapado por la seducción de la Big Data, se olvidó de bajar del helicóptero, de salir de timbre a los populosos asentamientos de la tercera sección electoral. Esos barrios en los que toda idea de futuro consiste en llegar al día de mañana.

El shock de la realidad obliga ahora al Jefe de Estado a regresar a sus tareas específicas, a volver a calzarse el traje de presidente.

"No es tiempo de replegarse", dicen los que disponen de madurez política en su entorno. Son los que piensan que la fortaleza de Macri es directamente proporcional a la estabilidad económica, que está obligado a retomar activamente el ejercicio del poder en un escenario en extremo difícil para garantizar que los datos no se descontrolen. Creen que ceder ante una "transición" sería letal, no solo para la gobernabilidad sino, muy especialmente, para la economía. No se trata solo de llegar a noviembre.

Es prioridad lograr un anclaje del tipo de cambio. Solo eso va a evitar que las medidas anunciadas estos días no se licúen bajo el tsunami de una estampida inflacionaria.

Ya no hay semestres por delante, la primavera no viene con brotes verdes ni cosa que se parezca, nada permite augurar ni un hilito de ilusión hacia adelante. Solo pura dificultad.

Pese a todo, en el oficialismo, juegan a revertir y se permiten fantasear con llegar al balotaje. Van por el pragmatismo. La consigna es pedir el "voto útil".

A la hora de hacer las cuentas, los que apuestan a la fórmula +tres – tres, sostienen que en octubre es todavía posible hacer bajar a Alberto Fernández de los 45 puntos y compensar recuperando a los que castigaron a Macri vía Gómez Centurión, vía Espert y aún vía Lavagna.

Animados por este convencimiento vuelven a desempolvar los fantasmas del miedo. Lo hacen bajo la constatación de que el Frente de Todos no representa una fuerza homogénea sino que se juntaron para ganar bajo una suerte de "Ley de Lemas" del peronismo. Creen que el problema central anida en las tensiones internas que ya empiezan a desnudarse y que mas temprano que tarde volcarán para el lado de una radicalización.

En ese contexto interpretan las declaraciones de Diosdado Cabello, uno de los más poderosos y oscuros funcionarios de Maduro, quien le hizo saber a Alberto Fernández que los votos que obtuvo no le pertenecen, que no lo votaron precisamente a él. Tampoco creen que los dichos de Jair Bolsonaro ayuden.

En el lavagnismo también siguen con atención estas cuestiones. Creen que el escenario electoral está todavía abierto. No descartan que la reacción de los mercados tras las PASO lleve a muchos a repensar el voto. Hablan de los que -se supone- querían aplicarle una cachetada a Macri pero no semejante paliza. El pavor a todo lo que referencie a CFK creen que puede reorientar algunos votos.

La idea en Consenso Federal es jugar para reposicionar hacia octubre una alternativa que descomprima la polarización. Piensan en la necesidad que tendrá próximo gobierno de buscar acuerdos y construir consensos para poder gobernar. Dicen estar siguiendo con atención la puja por el poder que ya ven venir en el frente opositor. Se preguntan si Alberto Fernández logrará, en caso de llegar al poder, administrar las tensiones entre sectores tan disímiles como el Grupo Callao que lo contiene o los sectores de la economía popular y el cristinismo en su forma más pura. La versión de que Carlos Zannini ya está sentado en la mesa de las decisiones del Instituto Patria les produce un inquietante déjà vu.

Los que miran la economía desde Lavagna aseguran que el dólar encontró su punto de equilibrio y es ahora el momento para sentarse a una mesa de diálogo para acordar posiciones y comprometerse a respetarlas en torno a un tema central: la relación con el FMI.

Si la incertidumbre política se espiraliza, el dólar no encontrará techo.

Después de las PASO, el país en otro. Un presidente en ejercicio con el capital de confianza desgastado convive con una suerte de presidente electo tan votado como virtual. El tiempo que nos separa de las definiciones es inquietantemente largo.

Es poco probable, aunque no imposible, que Juntos por el Cambio pueda remontar el bajón electoral. 74 días cuentan como una eternidad en la Argentina 2019.

Algo está claro para todos: no habrá luna de miel ni período de gracia alguno para el nuevo gobierno. El que termine siendo elegido enfrentará un país extenuado y extenuante. Hará falta fortaleza y coraje para encarar las decisiones que haya que tomar.

De lo que se haga o deje de hacer en estos meses dependerá la suerte y destino del nuevo mandato y desde ya de todos los argentinos.

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