Fantasmas

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Una elección que no decide nada y asusta demasiado. Mañana tendremos la dimensión del enemigo, del otro; ese que soñamos eliminar, derrotar; ese fantasma que sería la causa de mis males, la única causa, la peor. Asombra la asimetría entre el odio y el amor. ¿Qué concurrencia tendría el voto en contra al lado del voto a favor? Deberían instalar dos cuartos oscuros, uno muy iluminado donde depositaríamos el voto de la esperanza y el otro, siniestro, donde el miedo o el terror al enemigo se exprese con total libertad.

Hubo un tiempo donde alguien propuso "periodismo militante" y lo criticamos muchos, demasiados de los que hoy participan de dicha visión de la realidad. Fanáticos, de ambos bandos, describiendo e instalando el mal sobre el otro, enemigo, nunca adversario. No vamos a elecciones, pareciera ser más una convocatoria a la guerra. Y el sueño no es ganar una elección, es eliminar al otro; populistas contra neoliberales, décadas sembrando pobreza y miseria, en nombre de supuestas ideologías que no van más allá de una despiadada confrontación de intereses. Y el surgimiento de una pretendida intelectualidad rentada apoyando con sus novedosas teorías el desarrollo de la injusticia social.

El pensamiento, como todo lo humano, puede tanto generar virtudes como perversos defensores de la injusticia. Tiempos de materialismo extremo, de individualismo ilimitado, de desprecio a todo aquello que no sea útil a la consolidación del espacio del vencedor.

En una sociedad donde la concentración de la riqueza lleva cuatro décadas y su amargo fruto está a la vista, en esa sociedad pareciera que la política reparte los últimos lugares rentables para una vida digna, funcionarios y recovecos del Estado. Atroz resultado del relato que desarmaba al Estado regalando sus riquezas al mejor postor; ahora las empresas privatizadas esclavizan al ciudadano y sus empleados, más los del Estado, más algunos profesionales independientes constituyen los restos de clase media que se desespera por sobrevivir.

Hoy confrontan dos miedos sin demasiada esperanza, como esa burda discusión de quienes imaginan ajustes eternos sobre los sobrevivientes y reprueban al gradualismo como una traición a la ideología de la ganancia empresarial. Los bancos como catedrales del individualismo ateo, sus predicadores siempre agoreros de tiempos peores si no se adora con sumisión al "becerro de oro".

La política es -debe ser- la contracara de la codicia, ese espacio donde los que sueñan trascender desarrollan su pasión en el proyecto del destino colectivo. La suma de las codicias y ambiciones no da una política sino apenas un nivel de egoísmo que daña sin piedad la sociedad. Transitamos un nuevo fracaso, su cuna fue la ciudad de Buenos Aires y ahora, retrocediendo, se impone como único refugio seguro.

Los proyectos que no se logran desarrollar terminan derrotados por la realidad. Asombra Bolivia: hubo tiempos donde la intentaron mezclar con Venezuela pero es una experiencia exitosa, demasiado. Se trata de un Estado fuerte con empresas que se adaptaron a una lógica social, a imponer límites a las ganancias cuya desmesura destruye sociedades, como en nuestro caso.

Venezuela es el ejemplo a condenar, Bolivia la experiencia a observar donde el sentido común ocupa el lugar de imponer los objetivos colectivos por encima de la codicia empresarial. Nosotros ni siquiera debatimos el lugar del Estado, el control de lo privado, ni cuál es la relación entre obra pública y deuda. Ambos candidatos debieron convocar a la política, ni el exagerado sectarismo del pasado ni el desprecio empresarial del presente permiten un triunfo electoral rotundo y mucho menos una estabilidad institucional.

La pasión de los fanáticos debió dejar lugar a la racionalidad de los políticos. Hoy viviremos con miedo el conocimiento de la dimensión del enemigo. Esa distancia nos dirá qué chance tiene cada quién para volver o conservar el gobierno. Quizás quede claro que solo no puede gobernar ninguno de los dos, y eso ya implicaría un avance hacia la cordura. No puedo decir que esa madurez esté presente, solo apostar a que en esta coyuntura pueda aparecer.