Paradojas de una campaña "cabeza a cabeza"

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Un viejo debate epistemológico que acompaña a los investigadores de las ciencias sociales remite a si el objetivo fundamental de las múltiples disciplinas que integran este vasto campo es hallar, analizar y caracterizar las regularidades, es decir aquellos fenómenos, hechos, procesos o conductas que se repiten en el ámbito de la sociedad o la cultura, o si, por el contrario, las ciencias sociales deben priorizar la búsqueda de las particularidades, las especificidades o rupturas.

Lejos de esta suerte de disputa dicotómica, quienes se especializan en campañas electorales –ya sea en su estudio como en su ejercicio como consultores- tienen en claro que para abordar una contienda presidencial como la que está aconteciendo hoy en nuestro país, es tan necesario articular el conocimiento general como el particular. Tener en claro aquellos aspectos que se repiten contienda tras contienda es tan importante como la sensibilidad para poder identificar y capitalizar aquellos elementos específicos que se revelan en esta ocasión.

De lo que se trata, entonces, es de tener muy en cuenta aquel axioma que popularizó el considerado decano de la consultoría política moderna, Joseph Napolitan: "Cada campaña es diferente; cada campaña es la misma". Así, y más allá de los elementos habituales que se repiten elección tras elección, y que responden en muchos casos tanto a las formas tradicionales de hacer campaña como a la cultura política de los argentinos, entre el abanico de peculiaridades que se han revelado en la contienda presidencial, tres elementos pasarán sin duda a los anales de la historia electoral argentina: la alta incertidumbre, la fuerte polarización y el rol central de los aspirantes a vicepresidente.

Incertidumbres de campaña

El sábado 18 de mayo, los argentinos amanecimos con una noticia inédita que intentaría sacudir la dinámica de la campaña y romper el tablero tal como estaba delineado por entonces. La ex presidente Cristina Fernández de Kirchner anunciaba que sería candidata a vicepresidenta, y que ella misma había elegido a Alberto Fernández como candidato a presidente. El anuncio -como el video por el cual se hizo público- se convirtió vertiginosamente en tendencia en todas las redes sociales, monopolizando también tanto los titulares de los medios tradicionales como las conversaciones cotidianas de la gente.

Está claro que el efecto buscado fue ese: ganar la iniciativa, instalar el tema de una supuesta apertura y moderación del espacio, y protagonizar la agenda mediática. Algo que, por cierto, duró por casi un mes. El 11 de junio Mauricio Macri revelaría que su compañero de fórmula no sería ni alguien del PRO –como ya era tradición desde sus tiempos en la Ciudad de Buenos Aires- ni alguien de la UCR, como se especulaba en los últimos tiempos. El escogido por el líder de Cambiemos –hoy reconvertido en "Juntos por el Cambio"- fue nada más ni nada menos que el histórico jefe de bloque del kirchnerismo en la cámara alta, Miguel Ángel Pichetto.

Sin duda, dos jugadas de altísimo impacto que sorprendieron a propios y extraños. Sin embargo, la definición de los binomios fue solo una de las incertidumbres de la campaña. Tras estos anuncios inesperados siguió el también sorpresivo y hasta paradójico proceso de constitución de alianzas: la vuelta de Massa a las huestes del kirchnerismo, la incorporación del otrora crítico Pino Solanas al espacio del Frente de Todos, la confirmación como vice de Lavagna de un peronista conservador como Urtubey que se suma a un espacio que aspiraba una impronta progresista con la apoyatura del socialismo y el espacio de Stolbizer, la integración del socialismo porteño en Cambiemos, son sólo algunos ejemplos de algunos giros copérnicanos difíciles de explicar.

Sin embargo, aún resta dirimir la "madre" de las incertidumbres: los resultados de los comicios. A simple vista pareciera ser una verdad de Perogrullo el hecho de que los resultados de las elecciones, procesos eminentemente competitivos, representen naturalmente una incertidumbre, pero lo cierto es que en la historia reciente ello no siempre ha sido así. En contiendas anteriores la intención de voto que pronosticaban las encuestas resultaba tan marcada y de tal amplitud que los resultados eran absolutamente predecibles.

Basta ver cuántos puntos separan al ganador respecto al segundo en cada contienda: en 2007, 22 puntos de diferencia, en 2011, 37 puntos. Si bien en el 2015 hubo mayor competencia (en las PASO el kirchnerismo se distanció por 10 puntos de Cambiemos, y tan sólo por 3 en las generales), el resultado en el ballotage fue a pesar de lo exiguo (2,68 puntos), el esperado. Algo similar ocurrió en la contienda a senadores nacionales por la provincia de Buenos Aires en 2017, cuando el resultado de octubre dio ganador a Cambiemos por solo 4 puntos.

En las campañas precedentes, debía ocurrir algo impactante para que las tendencias descriptas se revirtieran. Hoy, con los escenarios electorales planteados, la sensación instalada es que todo es posible, todo puede pasar. En síntesis, un final abierto en una elección en la que los pequeños números serán los que definan.

Una estrategia tan conocida como efectiva: la polarización

Sin embargo, el gran parteaguas de la política argentina es –nuevamente- la polarización. A esta altura pareciera ser ya un hecho irreversible y sin duda uno de las especificidades más gravitantes de la contienda.

Los dos candidatos más convocantes ya concentran más del 80% de los votos, sepultando las aspiraciones de las terceras fuerzas. Cabe remarcar que la polarización, correlato electoral de la tan mentada "grieta", no es fruto del azar, sino que es una estrategia deliberada que tanto el kirchnerismo como el macrismo han sabido fogonear. La lógica es tan simple como efectiva: si entre dos candidatos suman más del 80% de los votos, el ganador de la contienda, ya sea en una primera vuelta o en el ballotage, se resuelve por estrecho margen.

Una polarización que, por cierto, no está exenta de paradojas: los protagonistas de esta dinámica no sólo son los candidatos con mayor intención de voto sino también los que concitan los mayores niveles de imagen negativa.

El inesperado rol de los vicepresidentes

Uno de los tradicionales debates de los estrategas electorales es el relativo al rol de los candidatos a vicepresidente. Para algunos la función de un aspirante vicepresidencial es la de ir en búsqueda de votantes naturalmente ajenos a la figura del candidato presidencial, para otros es una figura que sin aportar votos puede de alguna forma complementar la imagen del candidato presidencial, e incluso no son pocos los que sostienen que se trata de un mero acompañante resultante de acuerdos políticos internos que cuanto menos se muestre, mejor.

Lo cierto es que actualmente si bien ambos espacios competitivos tienen candidatos a vicepresidentes con perfiles y funciones distintas, ambos candidatos tendrán un rol activo inédito en la historia electoral reciente.  Por el lado de Pichetto su función es, ante todo, la de tender un nuevo canal de comunicación con gobernadores y dirigentes del peronismo. Durante el proceso electoral y, lógicamente, también en un hipotético segundo mandato. No se debería minimizar tampoco su funcionalidad para instalar la polarización hacia adentro del peronismo.

En el caso de la candidata del Frente de Todos, Cristina Fernández de Kirchner, su rol aún es incierto. Por un lado, cabe recordar que fue quien eligió en solitario al candidato a presidir la república. Por el otro, es quien le asegura a Alberto Fernández un piso electoral en torno al 30%. Sin embargo, la paradoja es que al mismo tiempo que garantiza dicho piso, no se puede desligar de su techo, el cual oscila los 40 puntos, y que el ex jefe de gabinete aspiraba a perforar con una impronta de moderación y aperturismo. Por cierto, una estrategia que hasta el momento no ha logrado llevar a cabo en sus intervenciones públicas.

En definitiva, somos testigos de una campaña inédita que, como en el turf, será cabeza a cabeza.

Sociólogo, consultor político y autor de "Gustar, ganar y gobernar" (Aguilar, 2017) y "Comunicar lo local" (Parmenia – Crujía, 2019)