El papa Francisco y el alma de las elecciones

"Este pueblo, en el que somos ciudadanos, sabe y tiene alma" (J.M.Bergoglio)

La acción y la celebración del voto es una decisión que expresa nuestra identidad, nuestra cosmovisión y nuestra espiritualidad. Por eso decimos que cuando el pueblo esté en el cuarto oscuro el próximo domingo, ahí estará también el alma de las elecciones.

En tanto, ciudadanos católicos votaremos por el camino que creemos conduce al bien común. La misión del cristiano es un presente que apunta a un futuro de justicia y paz para el pueblo en general, en cuyo centro se encuentra el pueblo pobre trabajador. La Conferencia Episcopal Latinoamericana de Aparecida de 2007 dice: "La evangelización (a cargo de todos los católicos) es para que los pueblos pobres tengan vida y la tengan en abundancia".

Ahora bien, para un recto ejercicio de la libertad de votar es preciso "ver" la realidad, "valorarla" y "actuar" en consecuencia. Y esto implica saber "discernir".

Los principios ignacianos

Dice San Ignacio -enseña Agustín Ortega de la Pontificia Universidad Católica de Ecuador-: "Presupongo ser tres pensamientos en mí, es a saber, uno propio mío, el que sale de mi mera libertad y querer; y otros dos, que vienen de fuera: el uno que viene del buen espíritu y el otro del malo" (EE 33).

De esta forma, nos está manifestando que el ser humano está constituido y afectado por unas realidades o dinamismos. Como son la libertad y voluntad personal (cf. EE 2-3)… Y estas realidades y dinamismos que nos afectan o mueven es lo que debemos contemplar, discernir y examinar o valorar para un desarrollo humano y espiritual a la hora de la decisión. Así nos lo expone en el Principio y Fundamento (cf. EE 23)."

Luego, sobre esas bases, frente a la tarea que vemos y juzgamos constructiva o destructiva llevada a cabo y los planes prometidos, se trata de decidir el voto.

Así, se podrá decir que a la luz de los principios evangélicos, por ejemplo, la puesta en marcha del aparato productivo y el pago de la deuda externa fueron tareas de construcción de la nación, en tanto que la corrupción de "la caja de De Vido" o "los bolsos de López" fueron tareas de destrucción de la nación. Por otro lado y a la luz de los mismos principios los tarifazos, la reducción de las fuentes de trabajo, el aumento de la desocupación y la pobreza son parte de la destrucción de la nación. Aclaremos que la construcción de la nación por parte del pueblo tiene un carácter sagrado desde una cosmovisión cristiana.

Un pueblo y un destino común

En ese proceso de mestizaje, de trabajo, de desarrollo y de crecimiento nos fuimos haciendo pobres, ricos, más o menos pobres, más o menos ricos o extremadamente pobres. Nos fuimos haciendo pueblo y construyendo como nación. Hoy somos una unidad compuesta de partes cada vez más desiguales y dotadas de una gran diversidad que, no obstante, conserva la vocación de un destino común.

El término "pueblo", dice Bergoglio, es una categoría "mítica". Histórica y mítica. El pueblo se construye en un proceso orientado hacia un proyecto común de nación. En ese proceso cada elección y cada voto es una tarea que trasciende las boletas y trasciende los resultados. Es el pueblo como sujeto tomando medidas de enorme importancia institucional.

Claro que después de las elecciones ese sujeto tiene una tarea permanente que consiste en vigilar, denunciar o apoyar. ¿Vigilar, denunciar o apoyar qué? Que el proyecto de construcción nacional no se transforme en un proyecto de destrucción y que ese objetivo de bien común no se transforme en un "mal común de bienes particulares" de los funcionarios "delegados" y sus amigos. Por eso hay que juzgar lo hecho en las elecciones. Es la hora, dice el cardenal Bergoglio, de discernir si debemos "… gestar nuevos estilos de liderazgo centrados en el servicio al prójimo y al Bien Común".

Peligro y salvación

Es muy difícil adivinar el futuro. Francisco, en Evagelii Gaudium, nos exhorta y advierte de la encrucijada espiritual y social en la que el mundo se encuentra y en Laudato sí nos señala la gran avenida por donde el hombre puede seguir yendo hacia su extinción y la del planeta. Claro que también nos indica que el peligro grave e inminente puede ser signo de salvación.

Sería erróneo anunciar un juicio apocalíptico sobre la realidad nacional y las elecciones del próximo domingo y por eso, para poner una cuota de esperanza recurriremos a "la leyenda de la sibila que se presentó ante el rey romano, ofreciéndole a elevado precio el libro de sus augurios. El rey rechazó la oferta, calificándola de fantástica. Entonces ella quemó la mitad de las hojas y exigió por el resto el mismo elevado precio que pidiera por el libro entero. Volvió a repetirse la escena, y sólo a la tercera vez el rey comenzó a presentir lo extraordinario y se declaró dispuesto a pagar el precio para salvar siquiera lo que quedaba del singular mensaje."

A propósito nos preguntamos: ¿podrá decirnos alguna profetiza si en el 2020 se producirá el reencuentro personal entre el Papa Francisco y el pueblo argentino?