Cristina, Alberto y el caballo de Troya

Marcelo Gioffré

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(Nicolás Aboaf)
(Nicolás Aboaf)

Desde que Cristina designó a Alberto Fernández para ser su candidato a presidente, y bajó ella al escalón de vice, todos nos preguntamos, no sin un delta espeso de suspicacias, qué papel real jugaría cada uno en un eventual gobierno de esta dupla.

La hipótesis de que Alberto Fernández tendrá el poder real con una Cristina apaciguada y serena, tocando la campanita en el Senado, es tan absurdamente ilusoria como pensar que una persona adulta puede cambiar de personalidad. El liderazgo, que es de Cristina, exige sumisión.

Descartado Alberto, entonces, como gobernante efectivo, habría que preguntarse si es verdad que las condiciones en que está el país hacen completamente inviable cualquier política populista. Al llegar Carlos Menem al poder, en 1989, trató de aplicar el clásico modelo peronista: un Estado que arbitra entre las fuerzas del capital y el trabajo. Otorgó el Ministerio de Economía al Grupo Bunge y Born, y el Ministerio de Trabajo, a los sindicalistas, con un Presidente que arbitraría los conflictos. Pero el Estado ya no tenía el espesor que requiere ese modelo: se precipitó en la hiperinflación y en el caos, del que solo logró salir, en 1991, gracias a la audacia de pasar lisa y llanamente a un modelo neoliberal. Esto nos llevaría a pensar que los gobiernos no hacen lo que quieren sino lo que pueden. Y en tal contexto, ¿no es acaso cierto que para hacer populismo hay que tener un stock inicial de capital para repartir? Esta interpretación olvida completamente que cuando los populistas no tienen qué repartir, eligen un sector aventajado de la sociedad, lo satanizan y luego le arrebatan su patrimonio. Cuando se acabó la soja, incautaron las AFJP, YPF y los depósitos del Banco Central, huyeron hacia adelante. Ni hablar de las expropiaciones de Hugo Chávez. Adolf Hitler, para hacer populismo bélico, se quedó con empresas de la comunidad judía de un plumazo. Algunos sostienen que estas maniobras serían imposibles, porque, de ponerse en práctica, generarían tal espantada de capitales que la Argentina debería implantar un régimen de terror y clausurar las fronteras, una suerte de corralito a los capitales, que no entraría ni un nuevo dólar, que se cerraría totalmente el crédito y que sería la antesala de la hiperinflación y el default. Pero otros entienden que, como el autoritarismo populista es una enfermedad incurable, Cristina y los cruzados de La Cámpora, más temprano que tarde, echarán mano a esas recetas alocadas, apropiándose —luego de una pertinente demonización— de todos los patrimonios del blanqueo y de empresas previamente acusadas de antipatria, y si es necesario aplicarán autoritarismo y represión.

De no ser ese el sesgo, ¿qué otra opción tendrían? ¿Acaso derechizarse en lo práctico mientras se izquierdizan en lo retórico, como el Perón del 52 al 55? Pero para practicar esa torsión teatral, ese truco de prestidigitador, se necesita ser Perón.

En cualquiera de los casos, ya sea el retorno al populismo autoritario o bien el gambito del doble estándar, acecha el conflicto, con una feroz disputa entre arrebatadores intentando nuevos negociados: Vaca Muerta, el litio y las empresas o capitales que puedan incautar serán el botín de guerra. Hasta el último Perón, el del 73, el león herbívoro que creyó que podía volver a hacer peronismo, con José Ber Gelbard en Economía y el sindicalista Ricardo Otero en Trabajo, rápidamente cayó en el caos de la inflación, las luchas intestinas y la represión de la Triple A.

El ejemplo de los tres kirchneristas cordobeses que abordaron a Mauricio Macri en la puerta de la FIFA, con el pretexto de sacarse una foto, para luego maltratarlo y satirizarlo, es la exacta metáfora de esta etapa "vegana" de Cristina: esconde, como en una suerte de caballo de Troya, todas las uñas afiladas del caníbal. El mejor disfraz del diablo es hacernos creer que no existe. Los argentinos hemos atravesado muchas crisis y hemos tropezado con muchas desilusiones, tal vez empezamos a ser algo precavidos: ¿Se necesita ser vidente para advertir que Alberto es un mero señuelo y que, detrás de su talante adulón y cortés, asomaría un régimen autoritario y desquiciado?

El autor es un escritor, periodista y abogado.

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