Un adiós al compañero Aldo Pignanelli

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(Martín Rosenzveig)
(Martín Rosenzveig)
 

Aldo era un sabio, un hombre que todos respetábamos, de esos que es difícil encontrar. Nadie nunca habló mal de él. Hubo un tiempo donde almorzamos juntos con el hoy Presidente, que sin duda escuchaba sus consejos. También le propuse que lo integre a su gabinete, pero ya sabemos que enfocaban otros rumbos. Era imposible, Aldo expresó siempre el patriotismo y a los necesitados, eso no era lo que buscaban en el Gobierno, con la denuncia a la corrupción pensaban que les alcanzaba. Y Aldo no hubiera permitido el festival de bonos e intereses, lo repetía hasta el cansancio.

Se nos fue un hombre de la producción, de la industria, del trabajo. Estamos de paso, un lugar común, Aldo lo sabía, pero luchaba como si lo ignorara. Hablábamos varias veces al día, hasta que el aire le lastimaba la palabra, hasta que la fuerza que le puso a la enfermedad se convirtió en un límite. Le dio pelea como pocos, como nadie. No mencionaba el final, como si no supiera su presencia, era parte de ese silencio que solo guardan los valientes. Los días, efímeros y eternos, se lo llevaron pronto, su voluntad era una roca, la enfermedad solo se impuso en el último round.

Si hay algo que decir, era un maestro, de los pocos que dejan mucho para aprender. Eficiente sin ambición, leal sin agachadas, coherente sin concesiones. Rara avis, un sabio sin soberbia, o con la humildad de los que aprendieron a conocer lo que ignoran. Cuando un amigo se va, uno debe decir lo que piensa, y con Aldo creo que casi todos diríamos lo mismo. Y el triunfo más allá de su muerte es un logro más entre los tantos que forjó en su vida.

Eso es trascender, cosa de los que cultivan la grandeza. Logró triunfar en el Consejo de Profesionales en Ciencias Económicas, derrotando a una burocracia con su sola memoria, un legado más de los tantos que supo dejarnos. Esa noche corearon su nombre, eso define a los hombres dignos, la capacidad de forjar logros más allá de su propia vida.

"Cuando un amigo se va", lo bueno de los poetas es eso, que pueden hacer del dolor un pedazo de eternidad. De esa que todos sabemos que no nos toca, pero vivimos como si no lo supiéramos. Aldo fue un ser excepcional, y no lo digo ahora, ni lo diremos todos, volaba muy por encima de la media, de ese espacio donde los golpes duelen. A él siempre supimos asumirlo como digno de toda consideración, a nadie se le ocurrió no hacerlo. Tan vital como transparente, tan leal como sabio, una rara mezcla de esas que en nuestro suceder cotidiano se dan poco, casi nunca.