Malvinas: la buena diplomacia

Compartir
Compartir articulo
(Lihueel Althabe)
(Lihueel Althabe)

Malvinas tiene un denominador común para todos los argentinos: es una espina clavada en nuestra historia, que incluye —además del sentimiento del despojo territorial— el dolor por la tragedia de las vidas perdidas y la indignación por la superficialidad y el oportunismo con el que los militares manejaron el conflicto.

Todos los años hay fechas para recordar, pero sobre todo meditar sobre los caminos que permitan resolver esta frustración. El próximo Día de la Reafirmación de los Derechos Argentinos sobre nuestras Malvinas es una de esas fechas y por tanto una ocasión en la que aparecen expresiones que muestran concepciones diversas sobre el valor de la diplomacia, las lecciones de la historia y aun la importancia de la paz para resolver conflictos.

Es una fecha en la que la palabra soberanía ocupa el lugar central, aunque con contenidos diversos. Para algunos es, aunque lo nieguen, una suerte de grito de guerra que pone límites absolutos a cualquier concesión al adversario y para quienes negociar es siempre ceder. Bajo el soberanismo, aun el diálogo que permitió identificar a nuestros héroes en las islas es una concesión inaceptable, pues consideran que los gestos de humanidad ablandan las almas y quitan fuerzas para el combate. Nunca queda claro si para esta visión la paz es cobardía.

Para otros, entre los que incluyo la actual estrategia oficial, el logro de la soberanía en las islas es un camino que debe transitarse combinando múltiples herramientas que incluyen diálogo, presión, concesión, alianzas, ingenio e incluso astucia. No muy diferentes de las que se han usado cada vez que se ha tratado de solucionar conflictos de larga data donde había componentes de territorio y memoria de guerra.

Un camino sutil en el que se aprovecha cada oportunidad para avanzar un paso sólido. En nuestra negociación concreta, combinando movidas jurídicas —como lo fue la presentación ante el Tribunal de la Haya por el caso Chagos o los reclamos cotidianos ante el Comité de Descolonización— con temas en los que hay intereses comunes —como la preservación del recurso pesquero— y con acciones que buscan reducir el rechazo de los isleños hacia nuestro país —como es el aumento de las frecuencias aéreas desde el continente.

La gran diferencia entre la posición soberanista y el camino que hemos iniciado a partir del diálogo Duncan-Foradori es que nosotros creemos que la cuestión Malvinas se resolverá cuando ambas partes sientan que ganan con la solución, mientras que el extremismo soberanista solo concibe una suerte de derrota ejemplar sobre el Reino Unido y los intereses isleños. Ni más ni menos que otra "plaza" de Galtieri.

Es cierto que el camino que hemos elegido es largo, a veces tedioso y no permite dar grandes discursos en el Congreso ni escribir artículos incendiarios, pero no es muy diferente del largo y tedioso camino que eligió la buena diplomacia argentina antes del 2 de abril y que había logrado éxitos que fueron destruidos por el belicismo. Argentina estaba presente de muchas maneras en el mismo territorio; los isleños viajaban al continente y la posibilidad de una mayor integración política se veía como el final natural del camino emprendido.

La diplomacia es un escalón superior a la política local; en especial porque se tiene menor control de las capacidades del adversario y porque en el juego entran otras potencias sobre las que hay menos control aún. Ello requiere una sutileza que no se logra con frases rimbombantes ni con apelaciones nostálgicas.

El autor es diputado nacional por Cambiemos.