¿Es tarde para una tercera vía exitosa?

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Roberto Lavagna
Roberto Lavagna

Las decadencias tienen eso, son excesivamente abarcadoras. En nuestro caso, la realidad es tan triste que demasiados convocan de suplente a la ficción. Cómo no recordar La vida es bella, aquella joya del cine donde un padre inventaba para su hijo un espacio agradable en medio del peor lugar, en medio de un campo de concentración. Nosotros hemos perdido la esperanza. Algunos fanáticos conservan sus odios y rencores, solo eso, el resto deambulamos por la desazón de la expectativa pasajera.

Demasiado recurrir a las fuentes que desde hace tiempo están sin agua, sin nada que aportar. Uno intenta una interpretación y otro la convierte en verdad revelada. El Gobierno que vuelve a la cantinela del país que le dejaron como si aquel fuera peor que este desastre que organizaron, como si pudieran seguir explicando que empeoran para mejorar.

Pregunté a varios economistas qué parte del endeudamiento generado por el actual Gobierno se traduce en obra pública; espero respuestas. Son los mismos de siempre, cada vez que les tocó gobernar solo engendraron deuda y algunas obras para justificarla. Los anteriores se escudaban en la revolución. Me asombra la manera en que muchos, demasiados, incluido el Gobierno, imaginan que el horror al pasado es más vigente que el miedo al presente. La idea, ya hoy absurda, de estar transitando tiempos "fundacionales" ocupa el espacio de lo grotesco. Parecen anunciarnos que "nos estamos hundiendo en el éxito", mientras algunos intentan atribuirle la mayoría de los daños a la modernidad. La tasa de interés desmesurada generó ganancias sin límites y destrucción de consumo, empresas y comercios. Y deuda, de los humildes a los ricos, del Estado a los privados, un robo muy superior al de los cuadernos.

La idea de que la corrupción de los anteriores va a imponer un voto oficialista transita entre la negación de la realidad y el desconocimiento del otro. El robo anterior merece cárcel, el saqueo actual de los bancos y las privatizadas lastima a cada asalariado, le quita nivel de vida a la gran mayoría. Imaginar que los necesitados de todo van a votar a sus verdugos, a los mismos candidatos que los restos elegantes de clase media sobreviviente implica una inconsciencia excesiva. No todos asumen el riesgo vigente del triunfo del pasado; otros, demasiados, se atrincheran en el voto propio, ni siquiera se hacen cargo de entender a los empobrecidos.

Las decadencias suelen carecer de espíritus trascendentes, de gestos y esperanza. La nuestra es profunda, grave, con riesgos de que ni siquiera nos animemos a enfrentar, asumir, verbalizar. El síndrome definitivo es el miedo al futuro, ese sí define el final de una etapa histórica.

Algunos intentamos impulsar la candidatura de Roberto Lavagna. Asumiendo que el sueño de la unidad del espacio peronista no fue posible, nos obligamos a proponer un proyecto, sin duda lo encabeza quien más puede asegurar experiencia y conocimiento, el único avalado por una gestión que no necesita referirse al fracaso anterior o al vigente.

Mauricio Macri pudo ser el jefe del no peronismo, eligió ser el presidente del antiperonismo. Lo malo de los odios es que suelen colaborar en el crecimiento del odiado a la par del desdibuje de la imagen del odiador. A los hechos me remito.

Esperemos forjar la opción de la tercera vía, que la casualidad y la suerte nos aporten aquello que la lógica del acuerdo no pudo generar. Algunos dirán que es tarde, excusas sobran, las necesidades nos imponen la expresión de una esperanza y no podemos dejar de intentarlo.