¿Servirá de lección el desastre venezolano para los que creen en recetas populistas?

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Venezolanos en Anzoátegui (@JesusBastidasP)
Venezolanos en Anzoátegui (@JesusBastidasP)

Sin duda alguna la trágica situación de Venezuela es tema obligado en numerosas conversaciones, pero cuando escuché hablar de un antídoto venezolano a la activista argentina Gaby Sarduy, me quedé en una pieza, porque expresaba confianza en que el desastre castrochavista sirviera de lección a quienes en Argentina creen que el populismo los sacará de la miseria.

Gaby y Celso componen un matrimonio argentino cubano con el que entramos en contacto hace una veintena de años a través de internet. Nos conocimos en un viaje anterior a Buenos Aires. Simpatizamos de inmediato, es una pareja inteligente, excelentes conversadores y de personalidades fuertes, a la vez que están profundamente comprometidos con la democracia de Argentina, Cuba y el resto del continente.

Nos invitaron a cenar la noche antes de nuestra partida. Sentado en un restaurant al lado de mi esposa, Luz Martínez, escuché que Gaby hablaba de la vacuna venezolana y que tenía esperanzas que surtiera efecto en su país, particularmente, en los sectores que gustan depender de las dádivas del Estado, que votan y pelean por políticos corruptos que reparten lo que les sobra de lo mucho que roban. En fin, parafraseando a un presidente cubano de principio del pasado siglo que aludía a la corrupción de su gobierno: "Tiburones que se bañaban en los bienes públicos y tiraban migajas a sus partidarios".

Le pregunté a nuestra amiga en qué consistía la vacuna y me dijo, con una pizca de humor: "En los últimos meses miles de venezolanos han arribado a Argentina. En su mayoría son jóvenes, gente trabajadora y luchadora que no le temen al trabajo, la generalidad, aparte de trabajar, estudian. Estos muchachos son un reto para los que han crecido bajo el populismo, esos que odian el trabajo y el sacrificio". Gaby agregó que tenía fe en que el histórico populismo argentino fuera quebrado por el ejemplo de estos inmigrantes, que la gente se diera cuenta de que se debe ser responsable en todos los aspectos de la vida, que no se debe ser dependiente de ningún gobierno.

Dicho todo eso, se paró y llamó a nuestra mesa a varios de los jóvenes que estaban sirviendo. De cinco, tres eran venezolanos, conversaron con nosotros pero no dejaban de trabajar. Explicaron por qué habían dejado su país y que estaban dispuestos a reiniciar sus vidas por dura que fuera la tarea, que les era imposible seguir viviendo bajo un régimen que trataba a los ciudadanos como esclavos y había destruido la economía.

Los amigos nos contaron varias anécdotas, todas muy positivas sobre los exiliados venezolanos, comentarios que fueron ampliados por otros amigos argentinos, la pareja integrada por Pedro Oilaborda y su esposa Estela, además del periodista Leandro Gasco. Todos estaban encantados con el desempeño de los muchachos que habían huido del castrochavismo y, al igual que Gaby, esperaban que su ejemplo prendiera en el país.

La experiencia de Buenos Aires se repitió en otras ciudades que visitamos, incluido Puerto Montt, en Chile. Fuimos a una cafetería, una joven pareja de venezolanos estaba a cargo. Nos atendieron a las mil maravillas y uno de ellos comentó que dejar su país no le había sido fácil, que todavía estaba subiendo una difícil cuesta, pero que estaba satisfecho de haberse librado de un régimen que destruía a la gente.

Cierto que nadie aprende por cabeza ajena, si no Venezuela, que con extrema generosidad recibió a miles de cubanos, no habría caído en la trampa de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Sin embargo, la funesta experiencia venezolana les queda más próxima a todos los países sudamericanos que la cubana, de la que evidentemente varios pueblos latinoamericanos no han querido aprender cuando siguen respaldando a los políticos que usan como bandera su alianza con el castrochavismo.

La crisis humanitaria provocada por el régimen chavista es una ventana abierta a todos los que quieran conocer cómo se destruye una nación y cuáles son los métodos más apropiados para, como dice el intelectual cubano Dagoberto Valdés, causar daños antropológicos a una población, situación que lamentablemente está presente en Cuba y amenaza seriamente a Venezuela.