¿Quién gana y quién pierde con el acuerdo lanzado por el Gobierno?

Por Santiago Cafiero y Nahuel Sosa

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¿Por qué el oficialismo lanza en este momento los 10 puntos para pactar con la oposición? ¿Está realmente en juego la estabilidad del país? ¿Cómo impacta en el escenario político y cuáles son sus objetivos electorales? Las respuestas son múltiples, pero a priori se pueden señalar algunas lecturas que marcan un punto de inflexión en su planteo.

Con esta propuesta, el Gobierno busca recuperar la iniciativa política y desplazar de la agenda pública la crisis económica. Un placebo hasta que dure. Cambiemos tuvo como principal virtud el hecho de haber construido narrativas de futuro que lograron conectar especialmente con los sectores medios. En un país en el que casi el 80% de su población se asume de clase media, lo que importa no es la posición económica real, sino cómo se autopercibe la ciudadanía.

Tanto en las elecciones de 2015 como en las de 2017, Cambiemos logró dialogar con un sector que había ascendido socialmente con el kirchnerismo, que provenía en su mayoría de una tradición peronista y que ponía por primera vez un voto de confianza en el cambio que promovía Mauricio Macri. En la actualidad, ese sector está desilusionado y es probablemente el que definirá la elección de octubre. Los 678.774 votos que hubo de diferencia entre Macri y Scioli en el ballotage tienen nombre y apellido; en su mayoría son votantes de la Ciudad de Buenos Aires, el Conurbano bonaerense y Córdoba, donde el presidente hizo la diferencia final. Es una franja ecléctica del electorado, de sectores medio-bajos que suelen definir su voto en el último tramo y que no forman parte de los núcleos duros ni del oficialismo ni de la oposición.

En las sociedades contemporáneas, el voto no se define solamente por lo racional-económico, por el bolsillo, sino que se vota también por aspiraciones, deseos, subjetividades, emociones. Esta premisa supone un desafío inédito para la oposición, ya que no alcanza con denunciar los problemas económicos, sino que se deben construir nuevos imaginarios de felicidad, renovados horizontes políticos que excedan a los datos duros del Excel.

Se evidencia que, frente al fracaso del programa económico, el Gobierno busca refugiarse más que nunca en el aspecto cultural, en la dimensión de las subjetividades. El problema es que sus pilares de confrontación como Venezuela y la corrupción exhiben un desgaste significativo. Incluso se produce una particularidad sociológica según la cual aún en los votantes leales al Presidente predomina su imagen negativa. Los 10 puntos constituyen una apuesta para volver a dibujar la grieta y resaltarla, exaltar la polarización con un planteo renovado y dividir a la oposición entre moderados y desestabilizadores.

Cambiemos va a insistir. Pretende actualizar su relato mediante la ética del esfuerzo, necesita volver a ser aquel partido que expresa los valores predominantes de la hipermodernidad, que interpela a los nuevos sujetos sociales, tanto en sus aspiraciones materiales como por sus deseos posmateriales.

A su vez, los 10 puntos expresan una señal clara a los mercados y una reafirmación de que no hay otro camino al digitado por el FMI. Uno de los puntos más importantes es que se vuelve a la carga con la idea de una reforma laboral, a pesar del débil consenso que genera. Pero lo que está en disputa no es solo una dimensión económica, sino una forma de comprender las transformaciones en el mundo del trabajo: en nombre de la modernidad y la libertad se pretende consolidar un fenómeno de precarización feroz; en nombre de la autonomía, la autorrealización se transforma en una autoexplotación descarnada. La meritocracia, si no hay un Estado que garantice condiciones de igualdad, es una estafa sin precedentes y una forma de individualizar problemas que son colectivos.

Sin embargo, a pesar de la convocatoria, el Gobierno está solo. Y lo seguirá estando, incluso aunque logre que ciertos sectores opositores le tiendan la mano. Porque un verdadero acuerdo nacional no se impone, sino que se construye. Y para que tenga éxito, el Gobierno deberá cambiar el rumbo de sus políticas económicas, que es esencialmente lo que busca justificar en la rúbrica del acuerdo.

La oposición tiene una oportunidad única para construir una narrativa de progreso que no convenza solo a los ya convencidos, sino que vuelva a enamorar al conjunto de la sociedad. Tiene la posibilidad de hacer que temas como la seguridad, el progreso individual, la corrupción, el buen vivir o el orden, no sean tabúes en un proyecto popular. Y en ese sentido es imprescindible que pueda poner en un primer plano aquellas demandas que están latentes en la sociedad civil, aquellos nuevos emergentes que han desbordado las calles en estos últimos años.

Hablamos del movimiento feminista, de los trabajadores y trabajadoras de la economía popular, de las y los consumidores organizados contra las tarifas abusivas, de las y los inquilinos organizados contra los alquileres impagables. Hablamos de sujetos que han sido tratados en la cultura política argentina como sectores que no disputaban poder; cuando en realidad la centralidad de esas luchas en la actualidad es radical: son sujetos que confrontan con las formas de desposesión actuales, que son las formas de resistencia a la precarización estructural de la vida que propone el neoliberalismo cool.

Santiago Cafiero es politólogo, Grupo Callao e integrante de Agenda Argentina. Nahuel Sosa es sociólogo, director del Centro de Formación y Pensamiento Génera e integrante de Agenda Argentina.