No todo es la economía: valoremos los avances en resolver nuestros problemas de administración política

Javier Campos Malbrán

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(Foto: Nicolás Stulberg)
(Foto: Nicolás Stulberg)

Hay que remontarse hasta 1928 para encontrar la última vez que un Gobierno no peronista haya terminado en tiempo y forma su mandato. Como vemos, no es pequeño el trauma que acarreamos. Esto que podríamos llamar "el karma del 28" se ha presentado generalmente disfrazado de crisis económica.

Sin embargo, estoy convencido de que nuestro país no tiene un problema de índole económico. Lo que sí tenemos es un gigantesco problema de administración política. Como ejemplo vale recordar recientes decisiones políticas y su impacto en el plano económico.

Tras sucumbir la Alianza ante su cuota de "karma", los Kirchner recibieron un país en plena salida de la debacle económica generada por una crisis de gasto fiscal no financiable. En el año 2003 el gasto público total del Estado representaba unos 25 mil millones de dólares, incluidas prestaciones para 6,3 millones de personas que recibían pagos del Estado, contando a los empleados públicos, los jubilados y los subsidios directos a personas del tipo jefes y jefas, subsidios por invalidez, etcétera. Cuando Cristina Fernández de Kirchner abandonó el Poder Ejecutivo, lo hizo con un nivel de gasto público total de 150 mil millones de dólares, mientras que los 6,3 millones de personas que recibían pagos del Estado, se transformaron en 18,4 millones de personas. Así es: la década ganada sextuplicó el gasto público total y triplicó la cantidad de personas a cargo del Estado, convirtiéndonos de hecho en un país socialista.

Solo en el rubro jubilaciones y pensiones, incorporó a más de tres millones de personas al sistema previsional sin que hayan realizado aportes previos. Esto es comparable a que la Argentina un buen día haya decidido pagarles a todos los habitantes de la República Oriental del Uruguay 10 mil pesos por mes mientras vivan. Esas decisiones-desastres generaron un enorme quebranto para el Estado nacional, sumergiéndonos en un muy acuciante problema económico, cuyos efectos nocivos hoy padecemos.

Después de haber analizado esto, ¿realmente podemos seguir pensando que nuestro problema es de origen económico? Veo a nuestra república como el protagonista de El Náufrago, esa película de hace unos años donde un sobreviviente de un accidente de avión queda solo varado en una isla desierta. Haciendo un paralelismo, nuestra república también se cayó de un avión, del avión de la prosperidad y del desarrollo, en el cual viajaba cómoda para pasar a sobrevivir en nuestra "Isla Ombligo".

Décadas han pasado y nuestra república náufraga ha ido decayendo, debilitándose, empeorando sin más futuro que sobrevivir, esperando morir. ¿Pero por qué no abandona la isla?

En la recordada película, la isla tenía la particularidad de generar, a unos kilómetros de la playa, una rompiente muy potente, intimidante, que sometía a nuestro náufrago y le impedía pensar siquiera en esforzarse para abandonar la isla. Nosotros también padecemos esa rompiente, esa ola destructiva y esclavizante que nos impide salir… pero cada tanto las fuerzas del cambio y la rebeldía lo intentan.

En ese punto estamos, nos encontramos al pie de nuestra balsa, hecha de ilusiones con forma de troncos, con lealtades como lianas que atan otros maderos restos de naufragios del pasado que no son otros que los de Frondizi, los de Illia, Alfonsín, la Alianza y otros. Con esos materiales y recuerdos de otras decepciones, ciudadanos de todos los pensamientos políticos que comparten esta necesidad de cambio nos haremos a la mar una vez más, con nuestros anhelos por delante, para superar esa rompiente, esa ola corporativa cruel, crecida con la fuerza de la prosperidad fraudulenta, de la Justicia venal y amañada, del sindicalismo empobrecedor y del empresariado prebendario.

Es menester recordar que ya hemos estado aquí como sociedad. Aunque todas esas otras veces nos ganó la ola, siento que esta vez es diferente, que hemos aprendido, y que no vamos a volver rotos y desesperanzados a esa decadente playa. No esta vez, hoy somos más fuertes, somos distintos, somos más y nos lo merecemos. Nuestro deber como argentinos es derrotar esa ola y, cuando lo logremos, el gran océano del porvenir argentino estará frente a nuestros ojos.

A eso nos convoca la historia, a que esta vez sí sea, a que lo logremos, por nosotros, por los que pasaron y fundamentalmente por los que nos siguen.

Estoy convencido de que este octubre nos jugamos nuestro futuro. Será corporación o cambio, con nuestra esperanza hecha balsa y nuestros sueños como bandera.

El autor es diputado de la Coalición Cívica-Cambiemos.

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