La destrucción de Cuba y Venezuela fue posible gracias a la pasividad de América Latina

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(Foto: REUTERS/Carlos Garcia Rawlins)
(Foto: REUTERS/Carlos Garcia Rawlins)

Con Venezuela tengo dos deudas de gratitud imposible de saldar. Me recibió junto a mi familia, en 1981. En ese país disfruté de derechos y oportunidades que nunca antes había tenido en el mío y, por si fuera poco, ha puesto al régimen totalitario cubano en la picota pública al denunciar las fuerzas de ocupación castristas que controlan el país.

Durante décadas los gobiernos de América Latina han guardado silencio ante los innumerables abusos del totalitarismo contra el pueblo cubano. Le han rendido honores a los dictadores de la isla, invitándolo a tomas de posesiones o viajando a Cuba para compartir con unos déspotas que deberían avergonzarlos, le han prestado ayuda económica a sabiendas de que no cumpliría sus compromisos como le ha sucedido a Argentina, a quien le debe 2.500 millones de dólares y México, quien al ver que Castro no pagaba, decidió condonarle el 70% de una deuda de 487 millones de dólares. Paraguay está en esa ruta, le vende carne a un país que no paga.

Uruguay es otro caso. Eximió a La Habana de una deuda de cerca de 50 millones de dólares, y la decisión de sus pares ideológicos brasileños, el delincuente común Luis Inácio "Lula" da Silva y la ex presidenta Dilma Rousseff de entregarles a los Castro 682 millones dólares, préstamo del cual no se conocen las condiciones y que sectores de la prensa y de la oposición en Brasil dice que en realidad fue un subsidio a la dictadura cubana.

La casi totalidad de los gobiernos latinoamericanos y la mayoría de sus políticos han sido cómplices por omisión, a veces con participación de la dictadura cubana. En ocasiones por aproximación ideológica o simplemente por la seducción que ejercía Castro sobre muchos aspirantes a caudillos que, por la devoción que mostraban, eran una especie de viudas de Fidel, como escribió en una oportunidad Andrés Reinaldo. Otros acompañaron y respaldaron a Castro por el odio visceral, en verdad una obscena envidia, que el déspota sentía hacia Estados Unidos.

La realidad es que cuando algún gobierno actuó contra el régimen de La Habana, fue por influencia de Estados Unidos o como respuesta a alguna tropelía cometida por los Castro en su territorio, nunca por los crímenes que durante 60 años el castrismo ha ejecutado contra los ciudadanos de la isla.

Contaba el doctor Orlando Bosch que viajó a Nicaragua para pedirle ayuda a Anastasio Somoza, ya que esa dictadura dinástica había facilitado los puertos de su país para la expedición de la Brigada 2506. Recordaba que lo recibió muy afablemente, que le preguntó en qué podía ayudarle y, cuando le expuso su plan, el gobernante le dijo con asombro: "Doctor, eso es un asesinato", negándose completamente a facilitarle al cubano los medios que le pedía para ajusticiar a Fidel Castro. En conclusión, todo parece indicar que facilitó territorio nicaragüense para atacar a Castro no porque este se lo mereciera, sino porque Washington le había solicitado esa ayuda.

En el presente, al menos aparentemente y gracias a la precaria situación de Venezuela como consecuencia de la ocupación castrista, hay otra percepción en el continente del totalitarismo cubano. Quizás, también, porque la generación que nació y creció bajo la sombra de Fidel Castro —muchos consiguieron ayuda del tirano cubano para sus carreras políticas o profesionales— ha perdido el respaldo de sus partidarios o simplemente está enfrentando la inevitable decadencia biológica.

Es de esperar que el liderazgo latinoamericano vea a su país reflejado en la dolorosa realidad venezolana, ya que sus predecesores no fueron capaces de apreciar cómo se fusilaba en Cuba, la isla convertida en cárcel y el pueblo sometido a un régimen de odio que violaba todos los derechos ciudadanos.

Esta dolorosa realidad de la cobardía o la insensibilidad de políticos, dirigentes e intelectuales ante la destrucción de Cuba está presente en dos producciones. Hay más, indudablemente, que reflejan lúcidamente la soledad de la causa democrática cubana. Nadie Escuchaba, del cineasta Néstor Almendro y Contra Toda Esperanza, del ex-prisionero político cubano Armando Valladares; dos obras claves para entender la insolidaridad del continente con Cuba, sin obviar que la responsabilidad principal de la sobrevivencia de un régimen de oprobio de sesenta años recae sobre nosotros, los cubanos.