¿Se podrá recuperar la economía argentina antes de octubre?

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(Foto: Adrián Escandar)
(Foto: Adrián Escandar)

El Gobierno dispuso una batería de medidas para generar una mejora de los ingresos y los niveles de consumo antes de octubre. Por un lado, los anuncios sobre precios regulados, morigeración en la evolución (o congelamiento) de tarifas, créditos subsidiados y compras con descuentos, entre otras medidas para recomponer ingresos y consumo. Por el otro, el congelamiento de la banda cambiaria hasta diciembre y un conjunto de señales de que se piensa intervenir en el mercado de cambios para que el dólar se mantenga estable. Cabe destacar que la fecha de caducidad de la mayor parte de las medidas propuestas será entre octubre y diciembre, lo cual no parece casual.

Las medidas adoptadas por el gobierno podrían sorprender porque van en contra del "ideario" anti-intervencionista que ha pregonado el macrismo y a partir del cual ha criticado sistemáticamente al gobierno anterior. Sin embargo, estas medidas resultan muy similares a las adoptadas en 2017: apreciación cambiaria para desacelerar inflación y fortalecer los ingresos reales, créditos subsidiados para consumo, impulso al crédito hipotecario, morigeración del aumento tarifario, entre otras. En ese contexto, el momento electoral coincidió con el momento de mejores expectativas económicas de toda la gestión y el año culminó con un crecimiento económico de 2,9%. ¿Podrá el Gobierno repetir ese escenario y llegar al tramo final de la campaña con una economía en recuperación?

Las situaciones no parecen del todo comparables. En primer lugar, la profundidad de la recesión y deterioro de indicadores sociales de 2016 no fue la misma que en 2018, por lo que el pozo del que hay que salir es más profundo. En segundo lugar, la fragilidad externa es mucho mayor con todo lo que eso implica en materia cambiaria. En tercer lugar, las políticas que aplique el Gobierno están limitadas por el FMI, aunque el organismo parece estar en una postura pragmática y condescendiente con la administración Macri.

Al mirar la coyuntura económica nos encontramos con que los precios, los ingresos, el desempleo y la pobreza sufrieron sus peores desempeños en un solo año desde la gran crisis de 2002. La inflación se elevó de 25,4 a 54,7%, los salarios reales registrados cayeron un 17%, el desempleo subió de 7,2 a 9,1% y la pobreza de 25,7 a 32,0%. En este proceso, se sucedió también el cierre de empresas y comercios y el consumo en supermercados y shoppings se encuentra cayendo un 10,5% y 15,1% respectivamente. Además de la profundidad de la crisis, existe un marco que difícil se modifique a lo largo del año y que atenta contra una reactivación: las altas tasas de interés y el congelamiento de ciertos gastos pactado con el FMI.

Así, las medidas dispuestas difícilmente alcancen para reactivar la economía pero si pueden lograr que la situación esté en octubre parcialmente mejor que ahora y eso parece ser a lo que apuesta el gobierno. Menos inflación por apreciación cambiaria y desaceleración de aumentos tarifarios, mejores ingresos reales por aumento en paritarias en un contexto de desaceleración inflacionaria, mayor capacidad de consumo por créditos subsidiados, leve recuperación de la actividad económica por mayor demanda, etc.

El pilar de esta estrategia es el dólar: si se estabiliza podría suceder algo de lo mencionado en el párrafo anterior, pero sino el plan se hará añicos como sucedió el año pasado. Hoy el precio del dólar corre dos riesgos no menores: la fuga de capitales y la poca capacidad de intervención del BCRA dado el acuerdo con el FMI. Según los números que estimamos desde el OCEPP los dólares del FMI y el ajuste en la cuenta corriente provocado por la recesión alcanzan para cubrir las deudas, y otros gastos en dólares, pero no la fuga de capitales. En los últimos episodios electorales (excluyendo 2013 y 2015) y el año pasado la fuga superó los 20.000 millones de dólares. Sin embargo, el presidente del BCRA es optimista y la estima en 7.000 millones de dólares, por la suba del tipo de cambio y por la alta dolarización del año pasado que dejaría pocos activos en pesos para dolarizar. A su vez, justifica que las ventas programadas del tesoro (USD 9.600 M) alcanzarían para satisfacer esa demanda.

Aún si se cumple este exigente supuesto se deben tener en cuenta algunas consideraciones. Primero, la disponibilidad de divisas que proyecta el BCRA se sustenta en un supuesto optimista de que la cuenta corriente del sector privado superará los 5.000 millones de dólares. Segundo, aunque los flujos de salidas e ingresos sean compatibles no asegura estabilidad cambiaria, ya que por la forma de intervención planteada (venta de USD 60 M diarios) el tipo de cambio podría elevarse un día por una demanda extraordinaria y luego no volver a su valor inicial. Tercero, que no contempla la salida de depósitos en dólares del sistema bancario que podría ocurrir en un contexto de alta incertidumbre. Cabe aclarar que el retiro de depósitos implica un incremento de la demanda de divisas porque el banco debe comprar los dólares para darle al cliente, ya que exclusivamente tiene los necesarios para cubrir el encaje.

Por lo tanto, la efectiva estabilidad del dólar dependerá de dos cuestiones que hoy no están garantizadas. Por un lado, la incertidumbre de los actores locales y extranjeros, dada la situación electoral y el contexto internacional, que puede derivar en mayores o menores niveles de fuga y de retiro de depósitos. Por el otro, la capacidad de intervención del BCRA que si bien congeló el techo de la banda cambiaria aún no tiene los márgenes de acción suficiente para intervenir con reservas internacionales ante movimientos bruscos del tipo de cambio, tanto dentro como fuera de la banda (aunque cada vez está apelando más a la venta de dólar futuro y ventas a partir de bancos públicos).

Por la apariencia cortoplacista y de corte electoral de las medidas adoptadas por el Gobierno nos hemos detenido a analizar la viabilidad de la estrategia de cara a octubre. Sin embargo, el punto central en materia económica es que el deterioro actual de todas las variables económicas y sociales no anticipa un futuro mejor como plantea el presidente, porque va de la mano de un furioso proceso de endeudamiento externo que deberá devolverse e impondrá fuertes límites a quien venga. A lo que ahora se sumaría el desafío de enfrentar el fin de los diversos congelamientos de precios en una macroeconomía revuelta. Allí es donde debería ubicarse la discusión económica de cara a las elecciones.

El autor es economista del OCEPP