En el baile entre potencias, Maduro puede terminar pisoteado

Orlando Avendaño

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Nicolás Maduro junto a Vladimir Putin (REUTERS/Maxim Shemetov)
Nicolás Maduro junto a Vladimir Putin (REUTERS/Maxim Shemetov)

En la década de los sesenta Fidel Castro intentó protagonizar un conflicto entre potencias. Era la Operación Anádir. El insigne de la izquierda mundial había convertido su isla, su pequeña parcela, en el centro del mundo. Y desde allí se amenazaba la existencia de la especie humana.

Pero rabioso, decepcionado, se dio cuenta luego, de golpe, que él no era nadie en ese juego de mayores. Estados Unidos y Rusia acordaron, al margen de La Habana, el fin de la crisis de los misiles. Y Fidel, el Che y Raúl gritaron traición. Y el mundo se rió de ellos, a pesar de que Fidel era Fidel.

"Nikita mariquita, lo que se da no se quita", empezó a sonar en las calles de La Habana cuando buques soviéticos retiraban de la isla el armamento nuclear. Como consigna se manifestaba entre la población lo que se pensaba en el buró del Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba —que luego, ante la urgencia de mantener la alineación con los rusos, se convertiría en el Partido Comunista de Cuba.

En un artículo, revelador, el Che se mostraba frustrado por esos días: "Es el ejemplo escalofriante de un pueblo que está dispuesto a inmolarse atómicamente para que sus cenizas sirvan de cimiento a sociedades nuevas y que cuando se hace, sin consultarlo, un pacto por el cual se retiran los cohetes atómicos, no suspira de alivio, no da gracias por la tregua; salta a la palestra para dar su voz propia y única, su posición combatiente, propia y única, y más lejos, su decisión de lucha aunque fuera solo".

Quizá no tan dogmático ni astuto, Maduro pretende lo mismo: andar hombro con un hombre con Vladimir Putin y que su cobijo permita el sacrificio de la Revolución y sus adeptos. Y aunque Fidel recibió el portazo, allí se quedó por varias décadas más. Pero, retomo: Fidel era Fidel. Maduro, en cambio, es una vergüenza incluso para la izquierda mundial. Un lastre. Una carga.

En la danza entre Rusia y Estados Unidos, el chavismo puede terminar aplastado. Porque como Fidel creía que Nikita se atrevería a iniciar una guerra atómica por él, hoy Maduro delira con un conflicto al modo oriental iniciado por Rusia en su nombre.

Y al final, lo que no entienden estos segundones es que las potencias estrechan las manos y ellos pierden.

Podrá Castro, en su ansia maquiavélica y retorcida, tratar de emular sus experiencias, ensayar, experimentar esta vez con otra sociedad, a la que desearía ver aniquilada por un conflicto global. Pero lo que no podrá, seguro, es moldear los resultados a su antojo. Otra vez quedará, como los segundones que son él y Maduro, humillado con el portazo en la cara.

El autor es periodista venezolano, egresado de la Universidad Católica Andrés Bello con estudios de historia de Venezuela en la Fundación Rómulo Betancourt.