Los números del fracaso

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Dante Sica y Carolina Stanley (Fabián Ramella)
Dante Sica y Carolina Stanley (Fabián Ramella)

"La gente tiene que aguantar" dijo el Presidente esta semana. "Aguantar" es una palabra horrible. Alude a tolerar, sufrir, soportar. Tiene que ver con la resignación, con la aceptación, de algún modo con el sometimiento, con bajar la cabeza y seguir yugando.

No dejó en claro Mauricio Macri qué es concretamente lo que pretende que la gente "aguante". No dijo si se refería a la inflación, el aumento de precios de los productos básicos, la pérdida sostenida del poder adquisitivo del salario, la caída de los puestos de trabajo, la creciente sensación de vulnerabilidad económica, o simplemente la desnutrición y el hambre. Puede que aludiera a todo ese diabólico combo, como cuando apeló a "remar un poco más, sin llorarla".

Si lo que el Presidente pretende es que la gente le "aguante los trapos" y acompañe sin cuestionar el rumbo elegido, no solo no se supo expresar sino que lo hizo sin entender lo que pasa en la calle.

El lugar, la oportunidad y el contexto a la hora de hablar también cuentan. Pedirle a la gente que se la banque, "que aguante" mientras el dólar pega saltos descontrolados y la tasa se dispara paralizando la economía es desconcertante. Hacerlo horas antes de que el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) dé a conocer los estremecedores datos de la pobreza es cuanto menos desfasado, desconsiderado.

Disponer de palabras no es un lujo, es una necesidad. Las palabras son un insumo básico de los dirigentes políticos. No hay palabras políticamente inocuas. En el discurso, todas cuentan, todas pesan, producen sensaciones y emociones. Apuntalan la confianza o acicatean la bronca. Aplacan o disparan violencia. Pueden funcionar como un bálsamo que suaviza o como un ácido que corroe y lastima.

"Estoy dejando mi vida en esto" suma como argumento para convencer. Sobre llovido, mojado. ¿Qué se supone que están dejando caer sin resguardo alguno los 14,3 millones de argentinos que chapalean sin red bajo la línea de pobreza? ¿Qué están perdiendo, sino la vida a diario, los 1.860.000 argentinos que no logran salir de la indigencia, la línea que separa a los que pueden alimentarse para sobrevivir de los que no tienen siquiera esa posibilidad?

"Hoy es un día triste" dijo Carolina Stanley. Demudada, la ministra de Desarrollo Social, compartió el anuncio de la mala nueva con Dante Sica, ministro de la Producción. Los mandaron a poner la cara. Hicieron lo que pudieron.

El índice oficial de pobreza del 32% calculado sobre ingresos que este jueves dio a conocer el Indec. Coincide casi dramáticamente con los datos del Observatorio de la Deuda Social de la UCA del 31,3%, un estudio multidimensional porque incluye otras variables. Eso dejó sin argumento alguno a los funcionarios que suelen resguardarse en el supuesto avance de la obra pública en infraestructura básica como el acceso al agua, cloacas, etcétera. Las condiciones generales de vida no parecen haber mejorado por fuera del cada vez más difícil acceso a los alimentos. Se entiende por qué, esta vez, Mauricio Macri no fue de la partida.

Los datos que llevan el porcentaje de personas que viven en situación de pobreza al 32% son los números del fracaso. No solo porque suman 2.700.000 nuevos pobres en el segundo semestre de 2018, sino porque están indicando que se llegará al fin del mandato con una cifra de pobreza probablemente superior a la que se recibió en 2015. No parece haber tiempo ya para remontar la cuesta.

No es posible aún ponderar cómo será el anuncio en septiembre, cuando, en vísperas de las elecciones, se dé a conocer la cifra que refleje la situación social de este primer semestre de 2019 en el que todos nos hamacamos entre los cimbronazos del dólar y el impacto en la inflación. Mucho para un presidente que hizo eje en la consigna "pobreza cero" y que pidió que su gestión sea evaluada justamente por la reducción del más doloroso de los índices.

El desafío presidencial de "unir a los argentinos" tampoco es un logro a exhibir. No solo porque la "grieta" sigue siendo un tajo que lacera la piel social, sino que, llevado por una lógica perversa, el oficialismo quedó atrapado en una patética contradicción: tiene que trabajar para profundizar la polarización como último recurso de campaña.

En los reductos del oficialismo sigue reinando la confianza en el resultado electoral. Dicen que el voto duro se mantiene firme, acompañando. Estiman que pase lo que pase no se mueve y que eso se expresará en las urnas. Se aferran a la idea de que el temor al pasado congela las inversiones y paraliza el crecimiento. No pudiendo presentar logro económico alguno y bajo una avalancha de malas noticias sociales, mantener viva la tensión con el pasado kirchnerista sigue siendo la principal estrategia.

Esta posición no tiene en cuenta lo que están registrando ya algunas consultoras de opinión. Alejandro Catterberg advierte que el consumo y el poder de compra definen la orientación del voto por sobre las variables de afinidad política o ideológica.

El director de Poliarquía sostiene que la intención de voto a Cambiemos retiene el primer lugar por casi el doble en los sectores que todavía tienen capacidad de consumo, pero que caen al tercer puesto, detrás del kirchnerismo y el PJ, entre los que se ven obligados a restringir gastos y ajustarse el cinturón.

Quien sí parece más consciente de estas cuestiones es María Eugenia Vidal. La gobernadora ofertó a los docentes un 15,6% de recomposición y ajuste por inflación con cláusula gatillo trimestral y está cerrando el conflicto docente cediendo ante los reclamos. No se sabe aún cómo impactará esta decisión en el resto de las discusiones paritarias.

"Nunca hay más oscuridad que en el segundo antes del amanecer". La poética frase a la que echó mano Mauricio Macri en plena estampida del dólar generó debate y desconcierto. Si se inspiró en el personaje de Harvey Dent en Batman, el caballero de la noche, una película del 2008 o en Thomas Fuller, un historiador de fines del siglo XVIII, es irrelevante. Lo único cierto es que mientras unos pocos ven venir un luminoso amanecer, la inmensa mayoría se siente atravesando una noche larga que parece no tener fin.