El Gobierno olvidó a la industria nacional

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Hace una semana formuló algunas declaraciones el presidente Mauricio Macri al recorrer las obras hídricas en la cuenca del río Salado. La definición del jefe de Estado sobre la economía ("está más sana") será el eje que buscará instalar su círculo íntimo y sus seguidores en la batalla electoral de este año. Lo dijo antes de su discurso inaugural en el Parlamento.

Como un ejemplo puso a las acciones de los empresarios que lo acompañaron en su gira por Vietnam y la India. "No solo les podemos vender productos como granos sino también dulce de leche". Agregó: "Son grandes oportunidades de llevar el trabajo argentino afuera y no esperar que los de afuera vengan a arreglar nuestros problemas".

Es indudable que todo esfuerzo por conectar al país al comercio internacional y tomar envión para ganar espacios en el Asia como amplísimo mercado es elogiable. Y se debe seguir en esa línea. Pero hay una contradicción en las afirmaciones presidenciales: enviar granos y dulce de leche no soluciona nuestros problemas económicos estructurales. Más bien se parece a un momento pastoril de la Argentina y no de la actualidad, donde la fuerza está dada en el conocimiento, la tecnología y varios logros alcanzados por la industria nacional, con gran esfuerzo.

Los granos y el dulce de leche no generan empleo significativo. La industria, si funciona, es la gran generadora de puestos de trabajo. Pero en estos momentos está acorralada por la baja del consumo, la paralización de la producción y la construcción, la inflación, la ausencia de una estrategia estatal para el sector y las altas tasas de interés.

Por la escasísima preocupación del Gobierno, la industria nacional registra sus peores porcentajes en 16 años. Es una voltereta, como si se tratara de una vuelta al pasado. Y en donde no aparecen soluciones. Desde el 2016 que se carece de una orientación oficial sobre qué hacer para aceitar las líneas de producción.

Mientras tanto, crece exponencialmente la falta de trabajo para los jóvenes y la expulsión de los veteranos. Si hay ocupación, es "en negro". Más del 40% del universo que trabaja lo hace sin protección o amparo social, ni de salud, ni realiza aportes jubilatorios para agrandar los caudales de la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses). Sin fondos, la Anses representa un peligroso probable resquebrajamiento hacia futuro, con lo cual se afectaría a los 4 millones y medio de argentinos jubilados en la actualidad, más los que se vayan sumando.

Se han hecho decenas de intentos para concluir con el trabajo en negro pero no se ha podido. Los comerciantes, por ejemplo, señalan que si tuvieran a sus trabajadores en blanco y se sumara ese presupuesto a los alquileres y a la avanzada presión impositiva, no llegarían a fin de mes y el cierre estaría esperando a la vuelta de la esquina. Lo mismo ocurre en las pymes. De esta manera, la ausencia de criterio oficial en la materia lleva a que el perro se muerda la cola en un ataque de desconcierto.

Precisamente la inestabilidad en el comercio es la misma que la de la industria. Recesión más apriete impositivo han llevado al cierre de más de 2500 comercios en los últimos meses según estadísticas de las agrupaciones empresariales.

Algunas compañías que están perdiendo ingresos por la merma del consumo están anunciando el peligro o la inminencia de la quiebra. Es el caso de la productora de Coca Cola y otras bebidas y de FATE, que se valieron de figuras legales para despedir personal y evitar futuros conflictos.

Diciembre pasado fue el mes de mayor caída de la industria nacional: se retrajo casi un 15% en general y la construcción un 20,5%, limitada por la ausencia de créditos para vivienda.

La aflicción se expande hacia todos los rincones. No solo no se construye. Tampoco se venden viviendas. En promedio, las ventas disminuyeron un 50% respecto al período previo a la corrida cambiaria del año pasado. Este problema acelera más desocupación en un gremio, el de la construcción, que ha dejado de tener oportunidades desde hace meses. Los obreros, para sobrevivir, se han volcado al cuentapropismo. Cuando llegue el momento, recuperar mano de obra muy especializada para levantar edificios no será tarea fácil. Solo están operando los que dependen de empresas que realizan trabajos para el Estado.

Todo el universo empresarial está arrinconado. El descenso en textiles, prendas de vestir y cuero llegó a un 18,3%; las metálicas básicas cayeron un 19%; equipos varios e instrumentos, un 32%; los productos de metal, maquinaria y equipo, un 22%; y los automotores, un 30,1%, por lo cual las concesionarias ya están programando el achique de sus locales.

El Gobierno promete que en junio-julio el mal momento se terminará. ¿Lo hará por arte de magia mientras la inflación promete ser del 37 o 39% anual? De la recesión más inflación (que no debió sorprender al Gobierno al firmar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional) no se sale dando vuelta la página. Es una tarea complejísima donde deben intervenir gran cantidad de factores. Pero por sobre todo deben pesar las estrategias del Gobierno, decisiones que tendrían que ser urgentes. La recesión con inflación sofoca, enceguece, impide formular proyectos.

A simple vista, más allá de que todo esté en manos de expertos, la política económica flota o trata de hacerlo en medio de una tormenta peligrosa. El país no puede seguir viviendo en el achatamiento .Debe soñar con la necesidad de conquistar nuevas inversiones. Creer que los resultados de una excelente cosecha y su montaña de miles de millones de dólares nos salvarán de un mayor deterioro, de la crisis, es una equivocación. Sin política industrial no hay país, ni empleo, ni riqueza.

El autor es periodista, escritor y licenciado en Historia.