Elecciones 2019: ¿queda tiempo para un plan B?

Compartir
Compartir articulo
infobae

La decisión de unificar o desdoblar los calendarios electorales de las provincias en donde Cambiemos gobierna respecto a la contienda electoral nacional tendrá indudablemente un fuerte impacto en las posibilidades de coordinar de forma efectiva y coherente la comunicación de campaña oficialista.

Uno de los desafíos de cualquier estratega político no es solo lograr, como diría Sun-Tzu, "animar al ejército por el mismo espíritu a través de todos sus rangos", esto es, movilizar a toda la tropa propia en torno a objetivos y mensajes comunes, sino que también, como señala el general chino, de lo que se trata es saber "cómo manejar tanto las fuerzas superiores como las inferiores". En otras palabras, incluso el mejor mensaje diseñado desde la campaña nacional corre el riesgo de desvirtuarse, perder coherencia, o incluso ignorarse en la comunicación de las anticipadas campañas provinciales que no solo manejarán su propio timing, sino que, en muchos casos, promoverán situar el debate en el terreno estrictamente local.

La orquestación de la campaña adquiere así para el oficialismo un sitial preferencial en este año electoral atípico.

Tres gobernadores radicales con calendario propio

Mauricio Macri comenzó el año con una importante definición estratégica de cara al escenario electoral en ciernes. Tras muchas especulaciones, el líder del PRO logró entonces que los dos principales distritos del país, que concentran el 45% del padrón nacional y son gobernados por sendos dirigentes del macrismo, unifiquen su calendario electoral local respecto al nacional.

Una decisión que encolumna a las dos principales referencias territoriales del PRO detrás del proyecto reeleccionista del Presidente, aspirando a que la performance de María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta en sus distritos se traslade a la boleta presidencial. Indudablemente una buena noticia para el Presidente y sus estrategas, aunque habrá que ver oportunamente si es uno de los movimientos determinantes de un posible triunfo, que a esta altura está más que claro que aún es incierto.

Después de conseguir la unificación del calendario electoral bonaerense y porteño, la intención de los estrategas de Macri era ordenar al resto de la tropa a fin de galvanizar el apoyo territorial a la aspiración reeleccionista, y centralizar la campaña electoral en torno a una red de temas y mensajes de clara impronta nacional. Sin embargo, esta semana se terminó de confirmar que ninguno de los tres gobernadores radicales, Gerardo Morales de Jujuy,  de Mendoza y Gustavo Valdés de Corrientes (provincia que este año no elije gobernador pero sí legisladores provinciales), cuyos distritos representan en conjunto al 8,6% del padrón nacional, seguirá los pasos de Vidal y Larreta, por lo que su suerte electoral correrá desfasada a la de Macri y podrán intentar "provincializar" sus campañas en pos de blindarse frente a las dificultades por las que atraviesa el Gobierno nacional.

Una decisión que indudablemente responde no solo a definiciones estratégicas en el plano estrictamente electoral, sino también a una decisión orgánica del centenario partido de discutir poder al interior de la coalición oficialista Cambiemos. En este contexto se entiende la posibilidad que barajan algunos dirigentes de ir con candidato propio a las PASO presidenciales, y las negociaciones que llevaron a que dirigentes radicales encabecen las boletas en provincias con chances de triunfo como Santa Fe, Córdoba o Entre Ríos.

Es posible que para el Presidente este escenario de algunos desdoblamientos sea el menos malo, ya que para él era imprescindible que provincia y Ciudad de Buenos Aires unificaran elecciones. No solo por la importancia demografía ya mencionada, sino también por el peso simbólico que hubiese significado que dos dirigentes de la mesa chica del PRO desoyeran las necesidades de su líder. En este sentido, Macri fue enfático en el pedido y dejó en claro que de lo que se trata esta campaña es de —como reza el popular dicho— "quemar las naves".

Plan M

Hay objetivos que no permiten un plan B. Escenarios en los que los estrategas consideran que no se puede avanzar mancomunadamente si hay actores propios que vislumbran la posibilidad de retirarse o tomar tentadores atajos. En este sentido, hay dos hechos en la historia de la humanidad —ligados ciertamente a enfrentamientos bélicos— a los que se les atribuye la reconocida frase: "Quemar las naves".

El primer acontecimiento es el protagonizado por el expedicionista español Hernán Cortés, quien en 1521, época de desembarco y posterior encuentro con el líder mexica Moctezuma, ordenó la destrucción de los navíos que le habían permitido atravesar el Atlántico para evitar que su tripulación considerase la vuelta a la península ibérica, como una alternativa de retirada a la difícil misión que estaban por emprender. Sin barcos disponibles, la única opción era cumplir su objetivo.

La segunda referencia histórica de la frase antecede 500 años a la época colonial y, según narran historiadores, aconteció bajo la orden de Alejandro Magno, quien al desembarcar con su ejército en la costa fenicia —hoy Líbano— ordenó quemar los transportes marítimos que lo habían arrimado hasta allí con la intención motivar a su tropa, que, habiendo observado la clara superioridad numérica de sus adversarios, especulaba la posibilidad de evitar el enfrentamiento. El rey de Macedonia utilizó esta táctica para generar un motivo por el cual ganar la contienda, luchar era la única forma de sobrevivir.

La expresión "quemar las naves" quedó entonces incorporada en nuestro lenguaje cotidiano para expresar el ímpetu de volcarse de lleno por un objetivo, sin la posibilidad alguna de retroceso. Esto es lo que el equipo de campaña de Macri pone sobre la mesa: una de las pocas certezas de esta campaña es que no hay plan B, en esta contienda se juega todo y el único plan es el M: Macri presidente.

Hacer campaña

Desde hace varios años está extendido en la política que si algo hace bien Cambiemos —más específicamente el PRO—, es llevar a cabo campañas ganadoras. No solo en lo que respecta a su diseño estratégico, que introdujo en los últimos tiempos varias innovaciones y sellos creativos que hoy soy emulados por otras fuerzas, sino también en la faceta táctica, que ha evidenciado una operación y organización de campaña bastante más coherente, disciplinada y centralizada que la de sus rivales.

Si bien los resultados de 2015 y 2017 dan fe de ello, esta aparente ventaja comparativa está lejos de ser algo estático, y deberá ser puesta a prueba en esta nueva contienda. En este marco, un aspecto central de la campaña será la "orquestación". Al igual que el esfuerzo de un director de orquesta es que los músicos tengan todos sus instrumentos, que el primer violín se siente en la primera fila, a su izquierda, y que cada uno de los integrantes del equipo comience a tocar cuando lo indica la partitura, lo mismo ocurre en la campaña electoral de este año: todos los elementos tienen que converger en un mismo sentido.

La orquestación, en comunicación política, es el esfuerzo por coordinar la estrategia y el mensaje de campaña al interior del mismo espacio político. El frenético calendario electoral de este año, que ya comenzó en La Pampa y hoy suma un nuevo capítulo en Neuquén, constituye un desafío importante para el oficialismo.

Algo que podría sonar una obviedad, pero no lo es. Lo cierto es que muchas campañas fallan porque sus actores se dispersan, comunican mensajes disímiles e incluso contradictorios. La orquestación, a partir de un diagnóstico sincero basado en evidencias científicas, aspirará a definir los grandes ejes comunicacionales, los temas que se comunicarán para finalmente aspirar, con mensajes coherentes, a alcanzar el objetivo.

Cabe esperar entonces que en los próximos días comience a desplegarse la artillería comunicacional que prepara Cambiemos, primero hacia adentro, internalizando el mensaje de campaña, los temas, aprendiendo a comunicarlos y, solo posteriormente, salir a la calle.