Ni Cristina es mejor que Macri ni este mejor que Cristina; son solo dos variantes del fracaso de una sociedad sin rumbo ni esperanza. Necesitamos una nueva opción y no puede ser el fruto del amontonamiento de pasados ni de la deserción de otros candidatos, es imprescindible una nueva alquimia que sintetice voluntades provenientes de distintos sectores. Tanto el radicalismo como muchos dirigentes del PRO asumen que Macri es ya una certeza de derrotas.
En la atroz decadencia que habitamos, las ideologías se han convertido en una excusa y las distintas propuestas se diferencian por la manera de dirigirse a los caídos, cuando en rigor todos los candidatos pertenecen al bando de los triunfadores. Las denuncias de corrupción son una afrenta a los que apenas sobreviven con sus salarios, pero los que se rasgan las vestiduras no pertenecen al bando de los sufrientes sino tan solo al otro costado de los exitosos. Hasta a veces se ocupan de mejorar las condiciones del peaje familiar.
Fuimos una sociedad integrada, con menos del 5% de pobreza, con menos de siete mil millones de dólares de deuda, donde no se veían caídos en las calles ni locales cerrados, ni la pobreza invadía a las habitantes y sus ropas. No somos un capitalismo donde ganaron los que generaron trabajo y riquezas, los que vinieron a multiplicar los panes. Por el contrario, la dictadura primero y Carlos Menem después decidieron desregular y privatizar, y el hambre asomó su rostro visitante para instalarse como presencia definitiva.
Los negocios del poder se convirtieron en la principal fuente de riquezas, de todas las variantes del éxito y unos miles de nuevos ricos deslumbraban con sus barrios cerrados generados para huir de los nuevos habitantes de una sociedad sin justicia distributiva. Y las riquezas en pocas manos, extranjeras en su mayoría, todo lo rentable concentrado y todos los subsidios amontonados. Los supermercados volvieron extranjera hasta las ganancias de las gaseosas, los grandes shoppings devaluaron a los dueños de los locales, las farmacias acumuladas por ministros docentes de ética y hasta los bares se almacenan en manos de los "inversores". Nos intentan vender la decadencia como expresión de la "modernidad". Desregular es quitar el alambrado para permitirle al lobo devorar a las gallinas.
Hoy no hay poder sin riqueza, casi no existe, los funcionarios son la nueva nomenclatura de triunfadores, reciben beneficios de los que solo participa el mundo de los beneficiados. Es esa contracara del mundo de los beneficiarios, de planes sociales, de limosnas que usurpan dignidades. Me eduqué en una sociedad donde la distancia entre pobres y ricos era visible y acotada, donde no implicaba ni barrios ni símbolos de la vida cotidiana.
Supimos ser la sociedad más integrada del continente, con el peronismo y más allá de él, hasta el golpe criminal que vino a endeudar sin crear nada a cambio. Y luego la segunda parte de esa destrucción de la sociedad, Menem, con Domingo Cavallo que convertía en nacionales las deudas de los privados. Bancos y financieras, si ganaban era de ellos; si perdían, pagábamos todos. Estamos en el tercer acto, Macri y Cristina, un remedo decadente de la confrontación de los setenta entre una guerrilla suicida sin cerebro y una derecha agresiva y sin conciencia. Uno nos amenaza con algo parecido a Venezuela y los otros con las miserias de Grecia. Volver a la bonanza que fue nuestra parece no estar en la mesa de ofertas de la política nacional. Macri es peor que Cristina en lo cotidiano, una sociedad desesperada calibrando la dimensión de sus fracasos.
Decenas de millones de ciudadanos son integrados en China e India, Bolivia es un ejemplo de capitalismo con un Estado presente. Nosotros tenemos ricos desorbitados que proponen una miseria que con el gobierno de ayer respetaba a los pobres contra una que hoy los subsidia sin siquiera respetarlos. Distinta manera de mencionarlos, ninguna opción a que dejen de serlo.
Sin esperanzas no hay vida y alguno intenta exponer imágenes lamentables que expresan tiempos pasados para que la foto sustituya al proyecto, ese que somos incapaces de forjar.
No sirve sumar restos del peronismo extraviado, se necesita otra cosa. Una invitación a peronistas, radicales, socialistas y también conservadores, una convocatoria que nos permita superar esta mediocridad de la caída y la miseria cotidiana. Un intento de síntesis que busque salir de la pinza de la miseria en sus dos versiones, una sufrida y la otra festejada. Y el desafío de un proyecto, un rumbo forjado entre todos aquellos que intentamos ser parte del sueño de una sociedad más justa, más allá del origen o la memoria de nuestras ideas.
Grandeza y proyecto, unidad de los diferentes para integrar el modelo colectivo. Es la única vía para recuperar la esperanza. Hay poco tiempo, pero sobra urgencia para forjarlo.