¿Tiene arreglo el Mercosur?

Valentina Delich

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Las recientes declaraciones del ministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes, acerca de la "no prioridad" del Mercosur, generaron múltiples y diversas declaraciones políticas y análisis académicos. Descartados tanto su disolución como el statu quo, la discusión parece centrarse en la "flexibilización".

Entiendo flexibilizar como globalizar al Mercosur en dos sentidos: por un lado, intelectual y conceptualmente pensarlo en referencia al diálogo y la puja global de poder. Algo así como insertar intelectualmente al Mercosur en el mundo; y, por otro lado, delinear y eventualmente construir una hoja de ruta para su transformación en un dispositivo intra-globalización.

En efecto, el contexto global de incertidumbre, guerra comercial y reconfiguración productiva y tecnológica estresa las reglas, y las instituciones multilaterales y regionales. La presión paraliza a la Organización Mundial del Comercio (OMC), sacude al G20, menea a Europa con el Brexit y segmenta América Latina. La agenda global entonces va tomando forma por canales formales e informales, se caldea con cada nuevo round entre China y Estados Unidos, y va produciendo realineamientos de actores, pero también ideas y propuestas. Las hay generales y concretas.

China, por ejemplo, pone el acento en que la reforma de la OMC debe preservar los intereses de los países en desarrollo (colectivo en el cual se incluye) y que la reforma se decida por consenso. Estados Unidos y la Unión Europea proponen entonces cambiar la práctica por la cual los países se autodesignan en desarrollo accediendo de esa manera a las "flexibilidades" de las reglas.

Ahora bien, un apunte aquí. En un marco de negociaciones estancadas por muchos años, finalmente la OMC logró en el año 2015 un acuerdo multilateral. Y lo logró basándose en "flexibilidad": el Acuerdo de Facilitación de Comercio prevé distintos compromisos que los países pueden ir adquiriendo e implementando. Pero no están obligados a cumplir con todos ni al mismo tiempo. Para algunos esa flexibilidad al interior del acuerdo es una buena solución para lograr consensos entre 164 países, mientras que para otros es un completo fracaso porque de tan flexible es inefectivo. Resuena entonces la idea de intentar o fortalecer el pluri o minilateralismo: se hacen las reglas entre un grupo pequeño de países y luego los demás podrían ir sumándose. Pero esto podría ocurrir dentro de la OMC pero también afuera de ella, como en algún acuerdo mega-regional.

Entonces, el debate global sobre las reglas y los grados de flexibilidad en el comercio es crucial en la América Latina en general y en el Mercosur en particular. Porque nos impactará tanto como nos impactó el ocaso de la OMC y la mudanza de las negociaciones a Tratados de Libre Comercio (TLC) los últimos 15 años.

Efectivamente, en ese período la región se pensaba en términos de "modelos" divergentes e intereses enfrentados: el proyecto del Pacífico más abierto a firmar TLC y a vincularse con Asia en particular y el del Atlántico, pivotando en Mercosur, orientado hacia el modelo europeo de integración y reacio a negociar con socios extra-regionales. Esta configuración de "modelos" resultó en una "flexibilización" a la fuerza de la Comunidad Andina de Naciones, formada en aquel entonces por Colombia, Perú, Ecuador y Venezuela, y una inflexibilización del Mercosur.

Se "flexibilizó" la Comunidad Andina de Naciones (CAN) en el proceso de negociación y firma del TLC con los Estados Unidos y también con los Acuerdos de Asociación con la Unión Europea. Así, Venezuela se fue del proyecto de integración, y los que quedaron no solo no negociaron ni firmaron conjuntamente, sino que aceptaron que hubiera preferencias arancelarias para socios extra-regionales. Y "flexibilizaron" también la normativa comunitaria para no violarla con los nuevos compromisos en cuestiones regulatorias, en particular, en materia de protección de los derechos de propiedad intelectual.

En contraste, el Mercosur negoció entre poco y nada, ni con socios extra-regionales ni entre sí. En parte porque el dinamismo comercial provenía de la demanda china y el precio de las commodities. Pero como los demás siguieron y siguen andando, ahora tiene el desafío de integrase a una región y un mundo que, aun con incertidumbre, ensaya viejos y nuevos arreglos, reglas y flexibilidades. El TPP se convirtió en PTPP; el NAFTA, en USMCA: ¿Cómo reconvertimos al Mercosur? ¿Qué flexibilizar y cómo?

Desde la perspectiva argentina la relación comercial con Brasil es medular, no por la cantidad sino por el tipo de comercio (exportamos manufacturas de origen industrial). Pero no por eso debiera darnos miedo flexibilizar su aspecto comercial: el acuerdo automotriz es anterior al Mercosur y esa industria se encuentra ya altamente integrada. Nuestra unión aduanera es "imperfecta" y el AEC admite alrededor de 300 excepciones por país. Si se pusieran sobre la mesa individualizados los aranceles realmente conflictivos, tal vez la flexibilidad comercial que necesitamos sea pequeña. La hoja de ruta de esa flexibilización puede incluir discutir la cuestión arancelaria pero también el diseño y la gestión institucional del Mercosur para las negociaciones comerciales internacionales.

Para ser clara: el Mercosur es un proyecto político que condensa nuestras ideas de paz, confianza mutua y democracia en la región. Y aunque el impacto del Mercosur en el comercio y en algunos sectores económicos ciertamente lo operacionaliza y define, es el rescate de la visión que lo inspiró, el riesgo que se tomó y del horizonte que se vislumbró, expresados y construidos a partir de gestos políticos, compromisos, concesiones y normas, lo que nos permitirá utilizarlo, una vez más, para lidiar con la incertidumbre y la presión de la globalización en nuestra región.

La autora es Doctora en Derecho internacional (UBA), Master of Arts in International Relations (American University) y abogada (UBA). Secretaria académica en FLACSO.