Claves para impulsar la producción agropecuaria

Juan Balbín

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En una coyuntura como la que estamos transitando, con una apertura de mercados muy interesante, tenemos que acompañar a los productores en muchos desafíos, no solo tecnológicos, sino también trabajar en las cadenas de producción para detectar y resolver esos cuellos de botella que limitan su desarrollo. Algunos son de infraestructura, otros son de mercado, otros de financiamiento. Hay infinidad de limitantes que muchas veces conspiran en algún eslabón de la cadena.

En un mundo que hoy se abre hay enormes oportunidades. Tenemos que ver cómo las aprovechamos y empezar a mirar las posibilidades de escalar que tienen las cadenas. Cuando uno mira China y la asimetría que hay entre sus necesidades y nuestra capacidad productiva, muchas veces advertimos que no llegamos a cubrir el mercado y ni siquiera la muestra.

Las demandas fluctúan —no solo las del mercado externo— y hay que ser muy práctico en ver cómo se aprovechan en algún momento ciertas actividades y en otro cómo se desprende de ellas o reconvierten. De la misma manera que Kodak fue una empresa líder y hoy no hay más rollos de fotos, acá pasa lo mismo.

Las conductas de consumo varían y tenemos que estar atentos a esas tendencias. Hay cultivos que van a morir, hay otros que van a surgir porque hoy la gente come distinto que hace 20 años. Los hábitos de consumo cambian y también la industria —por ejemplo, el lino para aceites que prácticamente la petroquímica lo dejó obsoleto— y nosotros, como instituto, tenemos que ser lo suficientemente flexibles para adaptarnos y rápidamente dar las señales y las tecnologías necesarias. Son oportunidades y, en la medida en que no las detectemos, también amenazas.

En las economías regionales, por ejemplo, encontramos un desarrollo que ha estado sujeto a vaivenes económicos, de competitividad del dólar, a un mercado interno que es chico y hoy se genera esta oportunidad y tenemos que dar las respuestas. En ese escenario, los frutos secos tienen un potencial de crecimiento fenomenal: el pistacho, el avellano —con un desarrollo nuestro espectacular en Viedma—, la nuez y pecán.

Otra de las cadenas con enormes posibilidades es la de legumbres. Una amplia población mundial consume sus proteínas a través de legumbres y en Argentina no se está explotando porque se miraba el mercado interno, donde se hacen 100 mil hectáreas de lentejas y no hay demanda para más. Ahora, hay una oportunidad exportación.

La ganadería está también hoy en una situación promisoria. En este caso, el desafío es la adopción porque la tecnología ya está. En esta actividad hay mucho folclore y también cambiaron sus desafíos. Hubo una ganadería pastoril, con un mercado cerrado, sin oportunidades internacionales, con dos famosos circuitos, el aftósico y el no aftósico. Uno virtuoso que valía el doble que el otro. Actualmente los dos valen lo mismo y prácticamente se cruzan porque hicimos las cosas bien y, a pesar de que no somos libres de aftosa, entramos a mercados que antes eran imposibles y hoy hay una demanda.

La nueva cartera programática del INTA se propone dar ese tipo de respuestas: detectar los problemas y generar herramientas que los atiendan. Esto nos marca un rumbo muy claro que, además, demanda una flexibilidad que nos permita seguir incorporando temas, porque la dinámica es cada vez mayor y nos exige estar más abiertos.

Dar pasos firmes en este camino requiere de una intensificación sostenible, el primer eje que define hoy la cartera del INTA. Este criterio determina hasta qué punto seguir intensificando respetando la sostenibilidad y con el condimento de la pata económica, que es otra herramienta que nos proponemos incorporar. Cada vez que analicemos un proyecto, tenemos que brindar la investigación, la extensión y una herramienta económica que lo valore para que el productor o cualquier persona que lo vaya a adoptar tenga una valoración numérica de todo el desafío que va a transitar. Eso se ve clarísimo en los modelos lecheros. Hoy hay distintos niveles de intensificación y cada uno puede elegir el camino que está dispuesto.

Como instituto de tecnología, nuestra difusión y transferencia debe generar desarrollo. Por eso, hablamos de todo el INTA como distrito de innovación y muy focalizado en determinadas cosas en cada región, que pueden cambiar la realidad de esa comunidad.

El desarrollo que se genera en una región o una localidad muchas veces son intangibles que no se pueden medir, pero que tienen una enorme proyección. Este es el caso de los grupos de Cambio Rural o el de Tomate 2000, donde la coordinación entre la producción y una industria logró resolver la fluctuación entre los años en los que había poca producción con alto precio y el industrial perdía, y aquellos en los cuales se sembraba el doble, bajaba el precio y perdía el productor, resultados que no se miden en términos de aumento de la productividad, sino en el desarrollo sostenible al que da lugar.

Con esta apertura de mercado se genera una palestra de cosas y tenemos que ver cómo ayudamos a las cadenas que están más postergadas, con un menor nivel de desarrollo, a cubrir los nichos. Ese es uno de los desafíos relevantes que tenemos, con un INTA más inserto en las problemáticas de las comunidades, dando respuestas, aportando soluciones. Creo que hace mucho estamos caminando en ese rumbo.

El autor es presidente del INTA.