Cómo reaccionará la región ante el drama venezolano

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(EFE)
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El drama económico, social y político de Venezuela sigue en su camino ascendente para ya alcanzar niveles nunca vistos en nuestra región y pocas veces vistos en el mundo. Unos tres millones de ciudadanos que han escapado del país buscando comida y trabajo, otros tantos o más que se estima que podrían hacerlo en los próximos dos años. Niveles de hiperinflación de un millón por ciento en el 2018 y un estimado de dos millones por ciento en el presente año, lo que deja los traumáticos casos de hiperinflaciones como las del 89 y 90 en la Argentina como situaciones casi anecdóticas.

Sin contar las decenas o centenares de muertos y los miles de heridos por la represión del aparato estatal. Solo imaginemos cuál sería la reacción de la izquierda latinoamericana y los organismos de derechos humanos si en países como Argentina, Chile, Brasil, Perú u Ecuador se diese el 1% de esos asesinatos y heridos. Tampoco cabría olvidar los presos políticos y exiliados. La nefasta e hipócrita idea de que cuando un gobierno autoproclamado de izquierda mata o detiene es una reacción legítima y natural para defenderse de conspiraciones y amenazas y que cuando pasa en gobiernos democráticos de centroizquierda, centroderecha o centro, se trata de crímenes de Estado y de lesa humanidad, queda al desnudo como nunca antes con los acontecimientos de los últimos años, meses y días en Venezuela. Si la izquierda regional no quiere perder toda mínima autoridad moral y darle algo de sustentabilidad a su discurso, más allá de un círculo reducido de fanáticos creyentes, cosa siempre útil si se pretende ganar elecciones, deberá asumir posturas más reflexivas y con matices sobre los acontecimientos en desarrollo y los por venir. Excepto que hayan deducido hacer como que nada pasó con la caída del Muro de Berlín y que la democracia con elecciones libres, transparentes, sin proscripciones ni violencia contra los otros es una experiencia tan despreciable como la veían los grupos guerrilleros en la región en los años 60 y 70.

Un buen ejemplo de ello es el reciente aniversario del ataque terrorista al regimiento de Azul, en enero de 1974, en pleno gobierno del presidente Juan Perón. Aún resuenan las contundentes palabras que el caudillo político argentino realizó en cadena nacional contra los grupos armados revolucionarios y su posterior e imperdible reprimenda a una decena de diputados de la izquierda peronista de ese momento. Basta buscar en internet el vídeo sobre esta reunión para comprender cabalmente su significado. Por lo tanto, una guía básica para el abordaje de la situación en Venezuela para la diplomacia argentina y de la región es la Carta Democrática firmada por los países del hemisferio en el 2001. Incluyendo la misma Venezuela de Hugo Chávez. Sin duda el espacio para los llamados al diálogo ya está más que agotados y desprestigiados. Cada pausa en las protestas y los reclamos de la oposición fue seguida por una nueva vuelta de tuerca autoritaria de régimen.

Asimismo, y frente a las voces que vuelven a pedir un rol mediador de la Iglesia Católica, cabe recordar que las autoridades religiosas venezolanas ya han expresado un claro mensaje sobre la necesidad de un fin al autoritarismo y la violencia gubernamental. En todo caso, las jerarquías de la Iglesia a nivel global no deberían orientarse básicamente con la idea de que las democracias en la región por tener un pensamiento pro mercado y buenas relaciones con los Estados Unidos son subóptimas en relación con los regímenes autoritarios con prédica pretendidamente revolucionaria. Millones de católicos y creyentes en la región no ven ningún inconveniente en combinar su religiosidad personal con la existencia de una sociedad con libertades políticas y económicas. Si la preocupación de sectores de la Iglesia es el sufrimiento de los más débiles y la pobreza, la situación en Venezuela les ha demostrado la abismal brecha que existe entre lo que proclaman los políticos supuestamente nacionales y populares, y la situación concreta de vida de las capas medias y bajas. Los miles de jóvenes venezolanos que vemos todos los días trabajando en Argentina y otros países de la región no parecen pertenecer a sectores oligárquicos ni acomodados de la burguesía venezolana.

La hipocresía de algunos dirigentes se centra ahora en destacar que son sujetos con trabajo precarizado. Al mismo tiempo que apoyan al régimen que los expulsó de su país de origen, en su mayoría por razones socioeconómicas y en otros casos por pensar distinto.

Volviendo a la respuesta regional y hemisférica, es de vital importancia que los países del Grupo de Lima continúen en plena coordinación con Washington y Canadá y otros Estados claves de Europa y Asia. Sin duda los fuertes intereses petroleros que el régimen venezolano aún tiene en territorio de los Estados Unidos, incluyendo más de 12 mil gasolineras, dos grandes refinerías, así como la venta de más de 250 mil barriles de petróleo diarios, hacen que la Casa Blanca tenga importantes cartas a su disposición. También serán muy importantes los diálogos y las negociaciones reservadas que Estados Unidos lleve adelante con Cuba, como principal sostén a nivel de inteligencia y seguridad de Nicolás Maduro y su entorno. Brindarles ciertas garantías a los cubanos de preservar flujos de ayuda vía petróleo gratis o subsidiado que les da Venezuela, así como una amplia amnistía a parte sustancial, si bien no a todos, de los mandos militares venezolanos, podría ser factor facilitador de una salida no tan brutalmente caótica.

Lo que queda claro es que cualquier acción represiva y violenta del régimen sobre los dirigentes opositores esta vez no quedará en una actitud indiferente de Washington. Los gobiernos de retórica bolivariana de nuestra región de las últimas dos décadas se acostumbraron a insultar, ningunear y relativizar el poder de Estados Unidos. Al mismo tiempo que le vendía petróleo, acumulaban muchas veces millones de dólares mal habidos y pasaban vacaciones en Miami, Nueva York, etcétera. Casi como esos niños o aún grandes que en los zoológicos se hacen los valientes frente a un león enjaulado. Esperemos que esta vez la puerta no se abra.

El autor es experto en relaciones internacionales.