El problema con el discurso "soberanista"

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(Foto: Adrián Escandar)
(Foto: Adrián Escandar)

Cualquier estudio simple de los diarios de sesiones de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación confirmará que la palabra más usada en los discursos durante los últimos 15 años ha sido "soberanía".

Además de emocionar en jornadas plenas de marchas y papelitos, la soberanía prestó importantes servicios a perversas decisiones delictivas. Sirvió de insólita justificación para la más aberrante pérdida de la potestad judicial del país: el memorándum con Irán. Se adecuó a través de la "soberanía monetaria" a la apropiación delictiva de Ciccone y, convertida en "soberanía energética", fue la excusa para el regalo de YPF al kirchnerismo y sus socios, llegando al clímax en la "ley de soberanía hidrocarburífera" que terminó con lo poco que quedaba de nuestras reservas de energía.

Justificó como "soberanía de nuestros cielos" el desastroso manejo de Aerolíneas Argentinas que nos costó cinco mil millones de dólares. Inclusive se metamorfoseó en diversas actividades, como las soberanías "sanitaria y alimentaria", peligrosa combinación capaz de poner en riesgo la vida de millones de personas. Y sirvió para justificar el negociado de Río Turbio, bajo la excusa de asegurar "nuestra soberanía en el límite con Chile".

Aun los escandalosos contratos con Lázaro Báez fueron justificados por la "soberanía" que implica, teóricamente, la infraestructura vial patagónica, nunca completada.

Bendijo también el aislamiento internacional, la alianza con Hugo Chávez y diversas izquierdas e, increíblemente, el escandaloso pago del 100% de la deuda con el Club de París, decidido por el ex ministro Axel Kicillof.

Pero obviamente el tema central de la soberanía se concentró en la cuestión Malvinas, un tema en el que todo es excusa para infinidad de discursos, admoniciones y hasta amenazas.

No hay dudas para nadie de que la plena recuperación de todas nuestras islas del Atlántico Sur es no solo un mandato constitucional, sino también una decisión popular que debe ser respetada y cumplida. La cuestión es cómo.

La histórica discusión con el Reino Unido es básicamente una cuestión de poder. Y el poder se ejerce de varias maneras para lograr los resultados buscados. No solo con violencia. Cualquier teórico serio del poder demostraría que cuando no se cuenta con los medios para lograr objetivos, la amenaza y las frases retóricas y vacuas son un ejemplo de debilidad antes que de fuerza. Los países más exitosos son los que construyen poder con hechos, y gritando solo cuando les conviene.

La Argentina ha tomado diversos caminos. El más eficiente y racional fue el que se desarrolló durante dos décadas y que llevó a que, antes de la irracional invasión, tuviésemos una presencia continua y cada vez más profunda en el mismo territorio isleño. Las apelaciones continuadas a nuestros derechos en los ámbitos multilaterales (y no a la inversa) acompañaron la estrategia central, que era la presencia, la relación y la confianza. Ese proceso virtuoso se destruyó y costó la vida de nuestros héroes, dando al Reino Unido una buena razón para obligarnos a empezar desde cero, obviamente en beneficio de sus propios intereses. Y ahora estamos tratando de retomar ese camino sutil, partiendo desde el principio elemental que dice que la cooperación inteligente es más eficiente que el griterío (y obviamente que la guerra). Los resultados logrados en estos 3 años demuestran que tenemos razón.

En síntesis, el discurso soberanista que sufrimos cotidianamente en el Congreso se ha convertido en una cómoda repetición oportunista destinada a intentar controlar, desde la oposición, cualquier actividad externa de la Argentina —comercial, financiera, diplomática y aun cultural—; y en el caso de las Malvinas, en una fácil muletilla que intenta ocultar con gritos la falta de propuestas creativas propias.

Nuestra respuesta es que, sin soberanismo, pronto tendremos autoabastecimiento energético; Aerolíneas funciona mejor que nunca en su historia; nos sentamos cara a cara con los líderes del mundo y abrimos mercado como nunca antes.

El autor es diputado nacional (Cambiemos).