Los verdaderos creadores de la grieta

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(Foto: NA)
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Habían pasado pocas horas desde la denuncia de Thelma Fardin cuando un clamor casi unánime se alzó desde las redes, se expandió por los medios y se hizo conciencia moral en el país: "No metan esto en la grieta". Temerosos, todos nos sometimos a la regla; dejando de lado, por ejemplo, el sesgo partidario del grupo de actrices que había organizado la conferencia de prensa y la innecesaria exhibición de pañuelos verdes; como si las mujeres de pañuelo celeste no hubieran sufrido abusos o violaciones. Enseguida se supo de la denuncia contra el senador Marino, de la UCR, y la consigna "No metan esto en la grieta" tuvo inmediata confirmación: "Hay casos en todos los partidos políticos. No es cuestión de ideologías". A menos de un mes, el apotegma antigrieta requiere una inmediata revisión.

La ola de denuncias que siguió a la denuncia de Thelma destapó no solo uno sino dos casos de abuso sistémico, es decir: de situaciones en las cuales la violencia y el abuso sexista no constituyen una excepción deleznable protagonizada por individuos y al margen de la lógica grupal sino una regla organizacional conocida y aceptada por la mayoría. Me refiero a lo sucedido en La Cámpora y la Tupac Amaru, grupos liberadores comandados, respectivamente, por Máximo Kirchner y Milagro Sala.

El de la violencia sexista ejercida por los seguidores de Milagro Sala era conocido desde hace tiempo. El caso emblemático, que expuso al conocimiento nacional lo que en Jujuy todos sabían, es el de Ivana Velázquez, ex miembro de la Tupac que denunció las golpizas recibidas de la propia Milagro por negarse a seguir sufriendo los abusos sexuales de su hijo, Sergio Chorolque, alias "el Reptil". Ivana perdió la casa que la Tupac le había otorgado y fue sometida todo tipo de vejaciones y torturas. Su caso fue denunciado hace dos años sin que mereciera la atención de ningún colectivo feminista. Curiosamente, los mismos que con justicia se lamentan de que los crímenes cometidos contra los pobres no tienen la misma repercusión en la opinión pública que los que sufren los miembros de otras clases ningunearon los abusos cometidos contra una jujeña morocha y pobre porque formaban parte del manual de procedimientos de una organización nac&pop.

Transcribo tres tuits del periodista Gabriel Levinas, que viene denunciando el caso desde sus inicios: "Ivana, golpeada hasta el desmayo y desalojada de su casa por negarse a ser la esclava sexual del hijo de Milagro Sala". "Abusada por el hijo de Sala, nadie la defendió a pesar de la enorme difusión de este video #MiraComoNosPonemos". "Con nuestro desinterés en casos similares que involucran a personas de clases sociales distintas o de diferente color político estamos discriminando. Ese es el caso de Ivana Velázquez".

Milagro no está sola. En efecto, existe otro caso notorio en el que la regla del sometimiento y la humillación sexista fue aplicada regularmente. Tal honor no podía sino corresponder a La Cámpora, agrupación redentora de humillados y ofendidos donde el acoso sexual parece ser la regla y no la excepción. Para los interesados en detalles, acaso el resumen más completo fue el publicado en este mismo medio por Ernesto Tenembaum, un periodista poco adepto al oficialismo y que ha hecho de la asepsia su credo profesional. Abusos grupales. Aprietes de los poderosos machos alfa de la orga contras las militantes rasas. Falopa, armas y exhibición de armas y falopa. Violaciones de jóvenes dopadas. Indiferencia generalizada ante las denuncias. Silencio e inacción por parte de la diputada Mayra Mendoza, única integrante femenina de la conducción. Sometimiento a un protocolo interno en vez del combo habitual de denuncia judicial más escrache público que se aplica a réprobos y gorilas… El repertorio completo del abuso sexista floreció en el interior de quienes pretenden ser sus denunciantes. Otro episodio argento para la Antología Universal de la Contradicción.

Finalmente, los verdaderos responsables de arrojar los abusos sexuales dentro de la grieta quedaron en evidencia por lo sucedido en Nicaragua. ¿Se acuerdan de Nicaragua? "Se partió en Nicaragua otra soga con cebo con que el águila ataba por el cuello al obrero. Se ha prendido la hierba dentro del continente, las fronteras se besan y se ponen ardientes. Andará Nicaragua, su camino en la gloria, porque fue sangre sabia la que hizo su historia" (Canción urgente para Nicaragua, Rodríguez-Milanés, 1982). Nicaragua, el país donde triunfó la revolución sandinista y donde Thelma Fardin denunció haber sido violada. Nicaragua, donde la polémica sobre los derechos humanos se refiere hoy a la cantidad de muertes (¿trescientas? ¿quinientas?) producidas por la represión de Ortega. Sí, Daniel Ortega, el revolucionario heredero de la "sangre sabia" de aquella canción. Nicaragua, donde el "camino a la gloria llevó" —nuevamente— a la tiranía. Nicaragua, donde la Asamblea Nacional acaba de revocarle la personería jurídica al Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh), la ONG que asistió a Thelma en su denuncia. Nicaragua, donde Zoilamérica, la hijastra de Ortega, lo acusó de violarla cuando era niña. Exiliada hoy en Costa Rica, Zoilamérica trabaja apoyando a personas LGBTI que sufren violencia por lo que, apoyando la denuncia de Thelma, declaró: "No he dejado de pensar en ella. Su rostro es el espejo de todas las que hemos vivido violencia sexual". Y agregó: "Es simbólico que la denuncia contra Darthés se haga en un país con un presidente abusador".

¿Han escuchado ustedes alguna expresión de agradecimiento a la hija de Ortega por su solidaridad o algún comunicado de rechazo al acto dictatorial de cerrar el Cenidh por parte de los colectivos feministas, o algún repudio de los asesinatos cometidos por Ortega por parte de las organizaciones de derechos humanos? Porque yo no. En cambio, sí he presenciado la oposición enconada del Frente para la Gloria y anexos, encabezados por el diputado Guillermo Carmona y la diputada Araceli Ferreyra, a que la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara emane una resolución de repudio contra la dictadura de Ortega. Como he presenciado la descalificación del periodista Gabriel Levinas por parte de los diputados Agustín Rossi y Victoria Donda, que repudian las violaciones pero votaron contra el registro de violadores y han apoyado, por más de una década, la doctrina zaffaronista que garantiza la repetición de esos crímenes.

Y bien, ¿dónde está la grieta, quién se beneficia políticamente de ella y quién la crea? Algunos, acaso muchos, siguen confundiendo la grieta con el debate político y los modos fuertes que a veces lo acompañan aquí y en todos los países del mundo. Como si los argentinos hubiéramos recuperado la democracia para caer en la unanimidad, o para quedarnos callados, o para ofrecer lecciones de buenos modos por televisión. Al parecer no bastó comprobar otra vez cómo la grieta argentina se abre, cómo se abrió siempre, cada vez que un gobierno militar o populista en el poder se creyó vocero único del Pueblo o de la Patria y descalificó a la oposición como representante de intereses oligárquicos y extranjeros. Al parecer, tampoco bastó verificar el devastador efecto corruptor que ejerció sobre las organizaciones de derechos humanos un gobierno, el kirchnerista, que se considera el propietario único de un principio universal y la encarnación última de la democracia.

Los verdaderos creadores de la grieta son quienes se arrogan la propiedad monopólica de la legitimidad política, y no sus víctimas. Como hace años los derechos humanos, también la revolución femenina que conmociona al planeta parece haber encontrado en nuestro país quienes se la apropian. Son los que discriminan a las víctimas según su adscripción política, mientras quienes les hacen el juego claman "No metan esto en la grieta". Pero tan cierto es que un abuso de siglos no puede ser abolido sin que en el camino se cometa alguna injusticia como que oponerse a ellas es parte de la lucha contra todo tipo de opresión. No por estar a favor de la Revolución francesa vamos a callarnos ante sus Robespierres. No por apoyar el fin de los abusos y la violencia contra las mujeres vamos a aplaudir escraches y discriminaciones, ni a olvidarnos del Estado de derecho, ni del principio de presunta inocencia. No porque nos corran con la grieta vamos a declararnos neutrales ante las orgas, ni a quedarnos callados ante las aplastantes evidencias.

El autor es diputado nacional (Cambiemos).