El repliegue de Trump de Siria: mirando el bosque detrás del árbol

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En la última semana los medios internacionales reflejaron, la mayoría de ellos con preocupación, el anuncio del secretario de Defensa de los Estados Unidos de su intención de renunciar en febrero, luego de que se concrete la reunión de los países miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La inquietud de los opinólogos nacionales e internacionales se centró en su mayoría en destacar que este general retirado de los Marines sería el último de los funcionarios pragmáticos, prudentes y con visión estratégica global de la administración Trump. Ergo, su salida sería el reflejo de un próximo giro más y más imprevisible y peligroso de la Casa Blanca.

Por esas vueltas del destino y de los abordajes periodísticos, muchos de esos mismos medios hace casi dos años no dejaban de remarcar el apodo de Mattis durante sus cuatro décadas como militar, o sea, "perro loco". Desde ya, los más informados y menos ideologizados subrayaban que ese mote provenía de sus años de juventud y que no representaban la llegada de un peligro para la estabilidad global. Los más ideologizados o menos informados tejieron todo tipo de pesadillas posibles sobre ese hombre en un cargo de tanto poder. Sin palabras.

Yendo a los hechos y viendo las cosas como son, la ida de Mattis se viene mencionando desde hace meses. En algunos casos ligada a las versiones acerca de que él y otros funcionarios habrían sido fuentes de un libro de investigación sobre cómo ha sido la Casa Blanca desde el 20 de enero de 2017 y que en sus páginas no dejan muy bien parado al Presidente. Tomando en cuenta la forma de ser de Mattis y su ética estricta, es poco probable que haya sido una garganta profunda clave de esa investigación periodística.

En todo caso, el nudo del problema habría que buscarlo en la decisión de Donald Trump de hacer un giro realista y contundente en la posición de los Estados Unidos en el Medio Oriente y que al mismo tiempo tienda a mejorar poco a poco las relaciones con dos países claves como lo son Rusia y Turquía.

El pronto retiro de 2500 efectivos militares americanos de Siria posicionados cerca de la frontera turca en zonas controladas por milicias kurdas enfrentadas con el régimen de Assad y el de Erdogan apunta claramente en este sentido. En la visión de Trump y su círculo íntimo, y quizás del mismo Henry Kissinger, que le hace llegar sus consejos, la presencia de la amenaza del ISIS o Estado Islámico en Siria e Irak ha sido reducida a su mínima expresión. De más está decir que el repliegue de estos soldados del Pentágono en nada impacta en la masiva presencia de poder aéreo, misilístico y naval americano en la zona del Mediterráneo y Golfo Pérsico. Capaces de desatar una lluvia de fuego y hierro como la que padeció ISIS desde el 2015 y más aún a partir de la llegada de Trump al poder.

La decisión de ir pasando de un contingente de 14 mil a 7 mil efectivos en Afganistán también va en el mismo sentido. La Casa Blanca asume que el foco de atención de la geopolítica americana en las próximas décadas es y debe ser China y su desafío al poder económico, tecnológico y militar de los Estados Unidos y, en mucho menor medida, condicionar al extremo el poder e influencia de Irán en especial en el campo nuclear. Estas dos prioridades requieren de relaciones más pragmáticas y constructivas con Rusia y Turquía. La prioridad está centrada en ir debilitando poco a poco pero de manera consistente la estrecha cercanía estratégica que desde el fin de la Guerra Fría, y en especial desde comienzos del presente siglo, tienen Rusia y China.

La unipolaridad americana generada por el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) produjo el desafío en Washington de autolimitarse en un sistema internacional sin balance de poder. Ello fue generando durante los años de Clinton, luego, y de manera mucho más fuerte y desenfrenada con G. W Bush pos 11 de septiembre de 2001 y finalmente con el mismo Barack Obama y su impulso a cambios de gobiernos en el Medio Oriente, un creciente unilateralismo que no hizo más que agudizar los temores y el sentimiento de humillación en Rusia.

La extensión de la OTAN hace el Báltico, el este y los Balcanes, la ex Secretaría de Estado de H. Clinton en 2011 apoyando protestas contra Vladimir Putin en Moscú luego de cuestionadas elecciones legislativas, y la revolución anti rusa en Ucrania en 2014, son algunos de los capítulos en esta larga historia. Esa unipolaridad estratégica iniciada a fines de los años 80 comenzó a mostrar señales de agotamiento a fin de la década pasada de la mano de la crisis financiera del 2008, el malgasto de recursos económicos, humanos y de prestigio por la innecesaria invasión a Irak en 2003 y la consolidación del ascenso geopolítico de China, y en menor medida de la misma Rusia.

Es Trump el primer presidente americano desde 1989 al que le toca gobernar y decidir dentro un escenario internacional de rasgos más claramente multipolar y, por ende, con menores márgenes de maniobra. Cabe recordar que desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial en 1945, el poder americano fue uno de dos junto a la URSS y, a partir del colapso del comunismo soviético, uno de uno de la mano de la unipolaridad antes mencionada.

Dentro de este marco general es que deberían ser entendidas las decisiones del mandatario americano en política internacional. Entre las consecuencias de la multipolaridad está el desafío de asignar claramente prioridades y sacrificar presencia y esfuerzos en ciertas áreas del mundo. Así como tener la flexibilidad, la inteligencia y la paciencia de usar las contradicciones y las tensiones entre las otras potencias, tanto las de alcance global como China y Rusia como las regionales, tal el caso de Turquía, Irán, Arabia Saudita o Corea del Norte.

Bajo esta lupa el repliegue del mínimo contingente terrestre del Pentágono de Siria no necesariamente implicará vía libre para un Irán controlando militarmente ese territorio. Serán la misma Rusia, Turquía e Israel los que harán uso de sus recursos diplomáticos, económicos, militares y de inteligencia para poner en caja a los persas. No casualmente, funcionarios americanos tuvieron largas y al parecer fructíferas reuniones con sus pares turcos días antes del anuncio sobre la retirada de Siria. Sin olvidar la ayuda militar récord que Trump le ha dado a Israel en los últimos dos años y los más de cien ataques aéreos israelíes a bases y arsenales iraníes en suelo sirio. Por último, pero no por ello menos importante, la creación de un marco de relación más constructiva entre Washington y Moscú requerirá que la larga novela de suspenso que atribuye a la injerencia rusa en la opinión pública americana la victoria de Trump en el 2016 vaya quedando a un lado. En especial por parte del aún sorprendido Partido Demócrata, que se debería concentrar más en cómo ganar en el 2020 y menos en destituir a Trump.

El autor es experto en relaciones internacionales.