La experiencia de vivir la Navidad en el Impenetrable formoseño con los wichís

En el siglo XXI, cuando el mundo debate temas vitales como el agua potable, la llegada de alimentos comibles a la mayor cantidad posible de seres humanos y la grave crisis mundial de los migrantes, que son los tres temas vitales del mundo hoy día, en el Impenetrable formoseño, viví una experiencia a contramano de estos temas de preocupación global, que nos muestra penosamente qué pasa con la Argentina y cómo invisibilizamos a miles de compatriotas, a los que no miramos.

Ya Arturo Oñativia, ministro de Salud de Arturo Illia, se adelantaba a este problema del mundo y creaba el Servicio Nacional de Agua Potable y la ley de medicamentos, que le daba al medicamento el carácter de bien social al servicio de la salud pública. Pero en el Impenetrable no hay Estado.

En el Impenetrable, está latente nuestra ancestral grieta de origen, entre el poblador originario y el criollo o el conquistador. Allí está la pobreza que no nos animamos a ver.

El jueves 13 de diciembre a las 21 horas llegamos a ciudad Juárez, en Formosa, luego de un viaje de 24 horas en micro. Viajamos 4 personas.

Un largo día de viaje. Habíamos salido el día anterior desde Retiro con destino a Formosa capital y, luego de tomar otro micro local, cruzamos toda la provincia de este a oeste, en un trayecto de casi setecientos kilómetros, para llegar a Juárez, pasando por todos los pueblos de la provincia.

Hacía calor y al bajar del micro nos dirigimos a un hotel de pueblo donde nos esperaba Natty Petrosino, quien nos había invitado a acompañarla en su labor inclaudicable, desde hace 23 años, con los wichis, junto a otras 8 personas.

Allí Natty Petrosino nos contó los antecedentes y los alcances de su misión y servicio, cómo surgió en su vida de manera extraordinaria, a las cuatro personas que nos uníamos a su labor por primera vez. Asimismo, nos dio los detalles de lo que serían nuestros días en Divisadero, para llevarles la Navidad a los wichis, con un pesebre viviente en la selva, con una producción, un vestuario y una preparación dignos de una obra de teatro de grandes ciudades.

Todo eso, en la selva, más allá de los camiones de alimentos, ropa, medicamentos y distintos elementos que lleva para los wichís en cada visita desde hace 23 años.

Natty Petrosino es conocida como "la madre Teresa de Calcuta de Argentina", o bien como "la perla del sur argentino" por su tarea inconmensurable de labor incansable en Bahía Blanca. Allí, desde hace 50 años asiste, cura, cobija, hospeda y les ha dado de comer a miles de compatriotas.

Sus acciones son conocidas en el mundo, valiéndole premios y distinciones en medio siglo de servicio, entre ellas, dos nominaciones al Premio Nobel, las cuales agradece con simpleza.

Aprendí mucho de Natty Petrosino y su equipo, conocí sus pensamientos y sus preocupaciones, su idea de que las cosas que se necesitan simplemente se hacen. Desde su vida y su obra uno puede explicar qué es el amor incondicional.

Al otro día, a las 5 de la mañana partimos por camino de tierra hasta la comunidad wichí de Divisadero, ubicada a 65 km de esa última y más cercana urbanización, y nos adentramos en la selva formoseña, entre el límite con la provincia de Salta y Paraguay. A decir verdad, por lo vivido de la mano de Natty Petrosino y su acción trascendente y colosal, en el límite entre el cielo y la tierra.

En el camino vimos un reclamo y corte de camino por los padecimientos permanentes nunca escuchados de las distintas comunidades wichís, que solo reclaman dignidad y ser vistos, ser registrados. Piden no vivir huérfanos y desamparados de todo vestigio de humanidad. Ser respetados como seres humanos.

Al llegar nos enfrentamos a la dura realidad de la geografía y el clima. Dormir en la selva, en el piso, al aire libre, comer poco, no bañarnos por días y tener un baño modesto, todo, por la prevalencia del servicio a los wichís y las tareas que Natty Petrosino nos indicaba fue lo que hicimos. Y lo hicimos con alegría.

Todos al servicio de una tarea con el otro, con nuestros ancestros originarios, a quienes se les decía de ese modo "sos parte, te incorporo y te integro".

El primer día afrontamos 52 grados de temperatura y la tarea difícil desde lo físico la realizamos sin quejas ni miramientos. Lo increíble es que Natty Petrosino, con sus 80 años, fue la guía que encabezó el trabajo duro, sin descanso y sin aliento, en ese contexto y situación.

Los wichís se acercaron a saludar en gran número a nuestra llegada y 200 de ellos bajaron el camión de mercadería, ropa y alimentos según Natty Petrosino los guiaba y supervisaba. Ella, en estos 23 años, les había construido casas, escuelas, sala de primeros auxilios, parques con jardines, los vacunó, menguó y aplacó la desnutrición, los desparasitó y los curó de sarna. Les dio casa, comida, medicamentos y ropa. Nunca dejó de ir varias veces al año y siempre en diciembre les llevó la Navidad.

Ya los niños no morían en números vergonzosos de desnutrición y sarna, que se contagiaban de los perros y los hacía morir de infección. Ya los perros estaban vacunados y comían. Antes de la llegada de Natty Petrosino a la selva formoseña, los perros comían solo la caca humana y limpiaban la cola de los niños cuando estos defecaban.

Al segundo día, luego de preparar toda la comida, cortar pan dulce, budín, abrir latas de todo tipo, preparar los juguetes y todos los aspectos de la Navidad, a la segunda noche se llevó adelante el pesebre viviente.

Cerca de 1500 wichís de distintas comunidades y 400 niños fueron parte de una experiencia única que se repite todos los años en la selva y donde todos participan vestidos por Natty Petrosino en la Navidad y el pesebre.

Los wichís mismos hacen de José, María, un niño Jesús, los tres Reyes Magos y los niños wichís que acompañan a los pastores e interactúan con los ángeles y el arcángel Gabriel que anuncia la llegada del Salvador.

Ver y vivir esa experiencia y esas lecciones en la selva es algo indecible, indescriptible, difícil de contar de una forma que se acerque a lo que se vivió esa noche en la selva formoseña.

La celebración posterior y entrega de alimentos de la Navidad dieron lugar a la vuelta de los wichís a sus comunidades. Algunos vinieron caminando desde distancias de 60 km.

Al tercer día entregamos juguetes a cada niño y luego de un largo trabajo nos preparamos para volver a Juárez y desde allí a Formosa, para regresar finalmente a Buenos Aires en avión.

Charlé con los wichís, con Roque, el cacique de Divisadero de 80 años, que en español precario me contó su vida y todas las comunidades donde había vivido, sus 12 hijos, 6 de ellos muertos prontamente por enfermedades y hambre. Roque, en su escaso castellano, me preguntó qué hacía yo, le dije que hacía actividad política, más allá de ser abogado también y escribir. Él me contesto: "Político venir y irse, nunca dormir en selva". No me sentí elogiado, sino que entendí lo que pasa, el desencanto y lo que sucede puntualmente en Formosa.

Isabella, una nena, que sin vergüenza me enseñó algunas palabras en wichí, mientras contagiaba a los demás niños a divertirse con mis preguntas y la conversación. Algunos pocos hablan español y se comunican y entienden.

Natty Petrosino es quien los hace sentir parte, los saca del olvido y la orfandad de todo, de la negación, allí en medio de la nada, en la lucha contra el tiempo de los wichís que los excluye y discrimina. No son vagos, viven ahí desde los comienzos y han afrontado sometimiento y postergaciones.

Dejábamos atrás el sonido de las chicharras, que en el silencio de la selva son la música de todo el día. Al regresar a Buenos Aires el contraste fue brutal y hacía más difícil acortar las distancias que viven y sufren los wichís por décadas.

Natty Petrosino, con acciones acreditadas de presencia en el lugar y con su testimonio, hace 23 años quiere incorporar a los wichís a la agenda del mundo de hoy, a la que nuestro país sigue rezagadamente, la del agua potable, los alimentos de calidad y el derecho a la migración sin represión ni castigo de los wichís en su territorio. La de la dignidad del otro, del diferente, del distinto, del originario a quién debemos honrar.

El mundo la reconoce, pero ella sigue preocupada por los indefensos que nada tienen y nadie escucha y atiende. Los wichís no tienen al Estado pero la tienen a Natty Petrosino. Sin tanta indecencia, corrupción y olvido, Natty Petrosino no tendría que estar del modo que está en la selva, a los 80 años, desde hace tantos años. Estaría igual, pero no desde la urgencia y el drama lacerante que soportaron los wichís hasta su llegada a la selva.

Al escribir esta crónica todavía uno siente que sigue en la selva y repasa lo vivido como una experiencia que todos deberíamos animarnos a vivir, asumiendo incorporar a nuestros originarios como parte, desde el compromiso de la acción.

El autor es dirigente UCR, abogado y escritor.